No me volveréis a ver, dice Jesús, hasta que digáis bendito él que viene en Nombre del Señor. Leída una vez, esta frase o versiculo, nos habla de varias cosas.
La primera puede referirse a que no iba ir a Jerusalén, y, que solo lo verían el día de su entrada en la Ciudad Santa, puede que sí, pero si es ese su sentido, es algo que ya pasó, a mí no me toca
La segunda, se refiere a cuando sus hermanos de raza y religión, los judíos reciban del Padre Dios, que es el Dios de Israel, la revelación, la luz interior que les permita saber que Jesús el judío, su paisano, es su Mesías, esto a lo largo de la historia de la Salvación, se ha dado de forma individual muchas veces, la primera fue el día de Pentecostés, los primeros, primerisimos cristianos eran 100% judíos, esto ya me implica un poco más, pero aún sigue quedando lejos de mi, sí me lleva a amar, orar y respetaar a los judíos. El Estado de Israel es otra cosa, es un Estado
Pero hay una Tercera, que sí me toca, me dice, que cuando niego a Jesús con mi vida, cuando en lugar de obedecerle a él, y a los que dejó en su sitio, en este momento, el Papa Francisco y los obispos y párrocos en comunión con él, me obedezco a mí, al mundo, a los organismos mundiales, opuestos a él, pues en ese momento, dejo de “verlo”, no lo veo ya como mi Señor y Salvador, y si lo digo miento; y, poco a poco esa imagen suya se ira difuminando, y, lo confundiré con un rebelde, un reformador social. Pero si me vuelvo, le pido perdón y que me ayude a empezar de nuevo, sí con mi vida lo vuelvo a proclamar Enviado del Padre, Único Salvador, y mando todo lo anterior, lo que había servido a “la mierda”; así sin eufemismos, Entonces su Espíritu Santo me lo mostrará de nuevo
Y lo veré en los que sufren
En su Iglesia
En la naturaleza
En La Escritura
En el Pan y el Vino de La Eucaristía
Es un consuelo, pero más felices los que como su Santisima Madre nunca perdieron su vista.