viernes, 29 de abril de 2016

Los buenos precisan a los malos


“Los buenos necesitan a los malos para que se les reconozca”

Me gusto esta frase, que leí creo que en otro blog de internet, aunque no estoy segura

Me gusto porque es cierta, “los buenos”!; precisan de “los malos”; para que se reconozca su falsa bondad; es necesario tener a quien acusar, para que así brille más la falsa inocencia; hace falta tener una pobre adultera, un pobre ladrón para gritar el odio, y, recordar, lo que la ley dice, sobre su pecado, de ese modo queda patente, lo honesto, guapo, y, honrado que es uno

Porque los buenos, no tienen nada que ver con el pecado de los malos, aunque muchas veces por no decir todas los malos lleguen a serlo, con la ayuda de los buenos, con una ayuda no directa

Por qué detrás de las mujeres que se prostituyen están los que las impulsan a ello

Sus clientes

Los que le han negado un trabajo honrado

Detrás de las mujeres que abortan voluntariamente

Están los que desprecian a la madre soltera

Los que dicen ante un disminuido, están los que exclaman, ¡Cuánto mejor fuera que lo llevará Dios¡

Detrás de los adúlteros

Están los que hacen comercio con el sexo, en películas, libros

Detrás de los que roban, para comer

Están los que les roban a ellos el salario

Detrás de los terroristas de cualquier signo

Están los que no perdonan, los que hablan de violencia

Detrás de los corruptos

Están los que sólo tienen en cuenta al que tiene, al rico

Detrás del blasfemo, del ateo, del impío

Están los que se llaman cristianos, o, judíos, y, dicen y no hacen

Y, por eso, blasfeman los no creyentes el nombre de Dios

Menos mal, que tenemos a Jesús, para recordarnos, que Bueno, sólo Dios, 
que todos somos malos,  también los que nos llamamos, o tenemos por buenos, y, que si no hemos llegado a donde han llegado “los malos”; no es mérito nuestro, sino gracia de Dios




Donde se presenta a Dios como Justiciero



Lo que no trata a Dios, como a Padre, a los otros como hermanos, nos pone fuera del camino de salvación

Estoy de acuerdo con esta conclusión del retiro
Por ello, lo que lleva a ver a Dios como un dios pagano, como un loco  tiránico, un dios castigador, justiciero, y, por ende todo lo que trate de calmarlo

Como los que se azotan en las procesiones, los cilicios, los ayunos desmesurados poniendo en riesgo la salud, el caminar descalzo en precesiones, de rodillas, el no quererse cuando Dios, manda lo contrario

El hablar a la gente de un Dios cuyo objetivo es cazarte para facturarte al infierno, todo ello es contrario a lo que Dios quiere

Y, sé que si lo hago, estoy diciendo “No a Jesús”; “No al Padre”; “No al Espíritu Santo”, sé que es pecado, hablo de mí la conciencia es personal

Del mismo modo, el pensar que los ricos son mejores que los pobres, que los pobres son mejores que los ricos, que tal raza es inferior, que él que practica tal religión salvo los satánicos, o ninguna, los sanos, son mejor que los enfermos, los enfermos que los sanos
Los homosexuales deben ser despreciados
Los minusválidos son de segunda

Hay personas que no deberían ni existir, por eso mejor se las mate antes de nace
Hay que enriquecerse como se pueda, no importa quien se lleve uno por delante

Los demás no me importan, para mí, yo, y, los míos

Sé que todo eso, es olvidar que el otro es hijo de Dios desde su concepción, por tanto mi hermano, que cualquiera de estas posturas, la que sea es pecado, que lo es para mí


Llamados a ser madre y hermanos de Jesús

Llamados a ser madre, hermanos, y, hermanas de  Jesús

Cuando Jesús fue visitado por su madre, y, su familia, dijo
“mi madre y mis hermanos, son estos que están aquí, porque quien hace la voluntad de mi Padre, guardando su Palabra, es mi hermano, mi hermana, y, mi madre”

Lo de ser hermano, es fácil de entender todo hombre en gracia, es hijo de Dios, al ser hijo de Dios, es hermano de Jesús, él que no esta en gracia también pero no se entera

El justo, si, y, se nota, puede que él no, pero los demás si lo notan

Pero ser madre, es más difícil de entender

Sin embargo los PP de la Iglesia, lo explican bastante bien

Y, San Irineo, y, San Agustín, dicen que Santa María, fue Madre del Verbo en su corazón, antes de serlo en sus entrañas, porque guardaba La Palabra, creía en Ella, la Cumplía, no por el mero cumplir, si no para agradar a Dios, por eso mereció, concebir la Palabra en su seno

Y, así, dice San Irineo, cuando un cristiano observa lo que manda La Palabra, la retiene en su corazón, y, la medita, viene el Espíritu Santo, y, “abre el útero virginal y santo del alma”, para que en ella, conciba al Verbo, y, lo de a Luz al mundo

No se trata de ser madres físicas de Jesús, ya tiene una, sino de decir como en una metáfora, aunque es más porque es una realidad, que el alma, al aceptar y guardar la Palabra, refleja en su interior, y, en su exterior, a Cristo, al Verbo encarnado, lo que decía Pablo, “No vivo yo, vive Cristo en mí”, y, entonces con su vida, lo da á luz al mundo, y, eso es ser madre

Así pues, todo el que guarda La Palabra, es hermano, hermana, y, madre de Jesús
Del mismo modo, María es su Madre física, pero también lo es porque guardo su Palabra, y, ya antes de ser madre física, y, es su hermana, porque es hija de Dios adoptiva claro está, pero desde el primer instante de su creación



miércoles, 20 de abril de 2016

El Infierno

El Infierno

Dicen muchos en tono irónico que el infierno esta aquí, Sartre, que el infierno son los otros,  y, ambas afirmaciones no dejan de ser verdad, aunque en parte

El Infierno, es todo lugar, donde no se reconoce a Dios, donde Dios no pinta nada, donde se vive de espaldas a Él, y, por lo tanto se pisotea su ley, y, se pisotea su imagen que es el ser humano, desde su concepción hasta su muerte, donde se denigra la familia

Ahí es el infierno, si eso sigue después de la muerte, es el Hades, e lAverno, el, infierno eterno
Pero el infierno es también donde el ser humano no cuenta, donde sólo vale, si da, alguna utilidad, por lo tanto, se acepta el aborto, la eutanasia, se explota a los pobres, donde el hombre es un lobo para el hombre, porque ahí, aunque en apariencia se diga creer en Dios es mentira, ese dios es un ídolo, Dios no esta donde su imagen es maltratada, su imagen la hecha por Él

Se entiende lo de estar claro esta, porque Dios esta en todas partes, en todo lugar, material, o, inmaterial, si nos las criaturas dejarían de serlo, en ese sentido esta también en el Infierno

Si no Él de estar aceptado, siendo amado, porque Él ama siempre, pero en el Infierno, viven de espaldas, y, no lo ven

Y, eso ya empieza aquí




El bastón de Teresa

El bastón de Teresa

El bastón de Santa Teresa, el peligro de las reliquias, es que se les de un carácter mágico, y, de esto no escapa el bastón de  Teresa

Si, el bastón es visto, como un recuerdo de La Santa, y, La Santa como una intercesora ante El Esposo, todo bien

Si es visto, como un recuerdo, de que somos caminantes, peregrinos, exiliados, que vamos hacia la Casa paterna

Mejor aún
Si es visto, como recuerdo de ese Bastón no de Teresa, si no de Jesús, que es La Escritura, y, La Iglesia

Excelente
Si nos recuerda que hemos de ser  “bastones de los demás, que es serlo de Jesús”

Insuperable
Pero si vemos el bastón, como algo que si lo veo, si rezo ante él, si le toco

Me va dar suerte
Muy mal
Me va curar muy mal, peor

Si dejo el trato con Dios, y, me empeño en rendir culto a un bastón, o, incluso a la Santa que lo llevo
Muy mal


La reliquia es un recuerdo, nunca se puede hacer de ella un ídolo

Nadie escapa de la muerte


Nadie escapa de la muerte

Todos morimos, no hay ser vivo que no perezca, parecer ser que hay virus que pueden aletargarse millones de años, pero viene un científico, descubre un antibiótico, un medicamento, que manda al pobre virus, “al cielo de los virus”; si era un buen virus

La materia es caduca, y, natural que perezca

A nadie le gusta morir, los animales huyen de la muerte, las plantas no porque no pueden
Pero el ser humano, es completamente distinto

Sabe que es mortal, tiene además conciencia de sí mismo, no hay una etapa humana, de la humanidad que pueda decir, “entonces no se moría nadie”; y, sin embargo no sólo huye de la muerte, como los demás animales, sino que se extraña de la misma, cada vez que nos hablan de que a muerto alguien nos asombra, no digamos si nos comunican la propia, como  si fuese un error, como si no tuviésemos que morir

Y, hay más hay hombres los mártires, los héroes que huyendo de la muerte, si es preciso, no dudan en entregar su vida, por otros, por Dios, por su Justicia, por su Iglesia, nunca de sacarla a otros, como si supieran que la muerte es sólo un paso para La Vida


Ante los ojos de Dios




Ante los ojos del Padre, del Padre Dios, Padre Madre Amor infinito, no ante los ojos de un juez implacable, de un guardia, de un policía, el pobre Sartre, perdió la Fe, porque le hablaron de un dios vigilante policía, por desgracia no fue el único

“mira que te mira Dios, Dios te está viendo”, no lleva al amor a Dios, lleva a su negación, porque pone a Dios, como un policía, como un enemigo de la libertad humana

Pero, si se cambia, por “mira Dios te está viendo, está a tu lado, para cuidarte, protegerte, él quiere que seas bueno por ti, no porque le añadas nada, si haces mal, corre a pedirle perdón, porque está deseando dártelo, es más, es Él quien va tu encuentro
Nada escapa de sus ojos, él da alimento a los animalillos salvajes, y, mucho más al ser humano, su criatura predilecta; él ve el sufrimiento, y, en su Hijo, sufre con él que sufre, y, se alegra con quien se alegra, cuando esta alegría es sana

No esta como fiscal, sino como Padre, aunque sea Juez, pero qué  hijo de Juez va temer ser juzgado por su padre

Lo peor que puede pasar es la muerte, y, si no hemos dicho que No, será pasar a “ver”, a ese Padre al que nada se le oculta, y, al que veremos en Jesús






domingo, 17 de abril de 2016

Domingo de Ramos

Domingo de Ramos

El Domingo de Ramos, es el domingo que marca, el comienzo de la mayor injusticia, y, al mismo tiempo el comienzo de la mayor manifestación del Amor de Dios por el ser humano, y, del ser humano, porque Jesús es un ser humano por Dios, y, por los hombres

La injusticia va ser la muerte de Jesús, acusado de blasfemo siendo Hijo de Dios

El Amor es Dios, porque Jesús es Dios, dando la vida, por los hombres, dejándose matar, y, perdonando a sus verdugos

Dios Padre, porque Jesús es Hijo de Dios, perdonando, y, tomando como hijos, a los asesinos de su Unigénito

Del Hombre a Dios, porque Jesús acepta la muerte por Amor a Dios, y, perdona, y, toma como hermanos a sus verdugos

Y, todo empieza, con una entrada triunfante, a lomos de un burro, como dijo Zacarías el profeta, no en literas, o, carros de caballos como iban los romanos, los emperadores, con  palmas y ramas de olivos, por un pueblo que pocos días más tarde pedirá a gritos su muerte


Dios siente lástima de nosotros



Del mismo modo que le dio pena el Viejo Israel, y, mando a Moises a liberarlo
Siente lastima de nosotros

Por eso envío a su Hijo al mundo, a nacer como Hombre, a vivir como uno más, y, morir en una Cruz, y, resucitar

Y, por eso, nos ha dado hombres buenos que nos han recordado, y, hecho presente lo que Jesús dijo
Por eso, nos manda, que demos de comer a los hambrientos

Por eso nos busca, por medio de otros hombres, cuando nos vamos


Porque le damos lástima, porque nos ama

Dios nos busca cuando somos enemigos



Dios nos busca cuando somos enemigos

Una de las cosas que más llamaba la atención  de San Pablo, era que Dios hubiese enviado a Jesús morir, por los pecadores, o, lo que es lo mismo que Dios; porque Jesús es Dios, se hubiere hecho hombre, para morir por los pecadores, por sus enemigos

Pablo razona, y, dice, que tal vez, uno podría dar su vida, por una persona de bien, pero el caso es que siendo nosotros pecadores, Cristo murió por nosotros, para llevarnos a Dios

Además Dios no, nos precisa para nada,  porque él hipotético hombre que diese su vida, por una persona buena, podría hacerlo, por el bien del resto de la humanidad, en la que podrían estar sus descendientes,

Pero a Dios nada le añadimos,  es un puro acto de amor

Y, más aún, lo hizo cuando éramos sus enemigos, pecadores, y, lo sigue haciendo, porque Dios sale a buscar al pródigo, al perdido, Dios nos busca cuando somos sus enemigos, a todos, y, de todas las formas, sale, a los caminos, a ver, si el hijo descarriado regresa, y, hace fiesta

Por qué hay más alegría en el Cielo, por un pecador convertido, que por 100 justos

Pero lo que Dios no puede hacer, porque somos libres es forzarnos, si no queremos convertirnos, si no corremos hacia sus brazos,

 Él va insistir hasta el final, pero si nos emperramos, su Omnipotencia de Amor nada podrá hacer, Jesús habrá estado en la Cruz en vano, sólo por eso, debemos dejarnos encontrar cada día, aunque no  corramos peligro de infierno

Dios fuego



Dios fuego, en medio de la Zarza, fuego que no consume, ni se consume

Así lo vio Moisés, una Zarza que ardía, y, no se consumía, no se apagaba el Fuego, ni desaparecía la Zarza

Y, qué es el Fuego, el Fuego, es el Amor de Dios, que no se agota nunca, jamás

La Zarza, un espino, es nuestro corazón lleno de espinas, el de todos

Y, en ese corazón en el mío, esta Dios con  su Amor, lo bueno que hago, no lo hago yo, lo hace Él

Las buenas ideas que me vienen a la mente, no son mías, son suyas

El mal, si, el mal es mío, es la parte de la zarza que no se ha dejado prender fuego

Pero este Fuego divino, no destruye, la Zarza sigue viva, Dios no anula, Dios fortalece, porque es Amor

Dios es fuego que destruye nuestros pecados

Dios es fuego que destruye nuestros pecados

La Biblia describe a Dios muchas veces, con imágenes, una de ellas es la del Fuego, el salmista dice que Dios es fuego purificador; Isaías, ve a Dios rodeado de Fuego, Moisés la Zarza ardiente, Pentecostés describe la venida del Espíritu Santo, como lenguas de Fuego

Y, Si es cierto, Dios es Fuego, no  fuego material, el Fuego de Dios es su Amor, el Amor abrasa, hasta el humano, cuanto más el divino

Y, es este Fuego, el que destruye nuestros pecados, los arrasa de tal modo, que no queda ni rastro
Es cierto, que es necesaria nuestra colaboración, pues Dios nos hizo libres, quien no quiere ser perdonado, y, no quiere el que no se arrepiente, él que piensa seguir del mismo modo, ese, se bloquea, pero aun así, Dios siempre acaba por vencer

Y, una vez que el pecado fue perdonado, esta quemado, olvidado, Dios ya no se acuerda más de él, porque no existe, por eso, las confesiones generales, entiendo no tienen sentido, para mi personalmente ahora son una ofensa a Dios, hablo siempre a título personal

Por varias razones
1.     Porque es desconfiar de la misericordia de Dios, que ya perdono, esa falta

2.     Es vivir revolcándose uno en la basura que es el pecado, haciéndose daño, uno también tiene que perdonarse

3.     Es un acto de soberbia disfrazo de humildad, como si uno fuese el inventor del pecado, si pecado original sólo hay uno

Claro que, una cosa es no volver sobre el pasado, y, otra no confesar y no arrepentirse de los pecados cometidos, aunque ya se hubieran confesado en otra ocasión,  porque si se han vuelto a cometer, ya es otro pecado, otra ofensa

Y, otra cosa también es olvidar lo mucho que debemos a la misericordia de Dios, todo lo que hizo, y hace por nosotros, hasta donde llego, y, recordar  lo que le debemos de donde nos sacó, y a donde habríamos llegado sin su Gracia, no para pedir perdón de nuevo, si no para dar gracias.
Lo perdonado, perdonado esta

Descalzarse para estar ante Dios

    
Descalzarse para estar ante Dios

Dios manda a Moisés, descálzate porque el terreno que pisas es terreno sagrado

Dejando de lado, la costumbre oriental de no estar en lugares sagrados, o, en la propia casa, con zapatos, con calzado, por la creencia de que traían el mal que se pegaba al andar, o, sea dejando fuera que es un costumbrismo, si está en la Escritura, es porque Dios nos quiere, me quiere decir algo
Y, es el hecho de que ante Dios, tengo que descalzarme

Pero como no se trata, de que rece descalza, en el sentido literal

Tiene que tener otro significado

Y, es el de la humillación ante Dios, Dios es, yo no soy, una persona descalza, esta más indefensa más vulnerable, y, eso entiendo quiere decir, dejar de lado, mis falsos derechos, ante Dios, no hay derechos, los falsos méritos, sólo Jesús como Hombre, tiene méritos, nosotros si obramos  unidos a Él, que es nuestra Cabeza, y, los méritos son suyos

Volverme niña, ser niña con el Padre, con el Abba, el Papaíto de Jesús, descalzos vulnerables, para experimentar la ternura del Dios Padre Madre


¿Creo en un dios que justifica mis debilidades?



¿Creo en un dios que justifica mis debilidades?

No,  mi Dios es Amor, pero es exigente, muy exigente, mis debilidades, mi comodidad me la justifico yo, solita, pero mi Dios me recuerda que su Hijo, estuvo en La Cruz, por mí, y, que no le apetecía
Que la debilidad se vence con Él, que en la flaqueza llega a la cima el poder, que con su Gracia, me puedo vencer hasta a mí misma

Mi Dios acepta, y, me acepta con todos mis fallos, y, pecados, pero no me los acepta como excusa, para no luchar, para no caminar con su Hijo

No, no, creo en un dios que justifique mis debilidades, porque creo en Dios


Angustiada creyendo que el mal, va vencer


¿Angustiada creyendo que el mal va vencer al Bien?

Sí al ver leyes contra la vida, aceptadas como normales, el asesinato de no nacidos, con el aborto legal, de enfermos con la eutanasia
El trato dado a inmigrantes, a refugiados
La pasividad ante las persecuciones

Que se niegue el acceso a Jesús, a los que se han divorciado, porque no tenían otra, y, han vuelto a casarse

El tráfico de armas, y, de drogas

Las guerras

Que se desprecie a las personas, y, se las veje, por ser, pobres, enfermos, minusválidos, físicos, o, psíquicos, por tener otra tendencia sexual

Que se llame matrimonio, a la unión de 2 hombres, o 2 mujeres, cuando el matrimonio es la unión de macho y hembra

La explotación de los pobres
El racismo
La pederastia dentro y fuera de la Iglesia
El mal trato a las personas
El abandono de los viejos

Me dio la imagen de que el Mal, es el vencedor, pero si acudo a la Biblia, si escucho a Jesús, veo, que el Mal, sólo patalea, el que ha vencido ya es el BIEN, es Dios, en Jesús, y, por Jesús en cada uno

5ª reflexión retiro
18 de marzo de 2016  hora 11.24


Al obedecer me libro de la tiranía del instinto



Somos animales, animales racionales, y, como tales tenemos instintos, los instinto  primarios, los mismos que cualquier animal, pero somos más somos hijos de Dios

Un animal tiene que seguir su instinto, se les puede controlar, pero poco, es una libertad condicionada
Yo por el contrario soy libre, y, esa libertad me pone frente a mis instintos, por ejemplo, cuando animal es herido, ataca, salvo que le falte ese instinto, por ser un animal muy manso, como los corderos, en los que sin embargo, si existe el instinto de lucha en los machos, en los carneros

El instinto de comer, un perro ante un filete que se encuentre, no piensa, si deja a su amo, sin cena, se lo zampa y punto

El ser humano, al ser herido, siente el mismo impulso de atacar, y, en ocasiones tendrá, y, deberá hacerlo

Ante una comida apetitosa, siente el impulso de comer

Pero lo que lo diferencia de sus hermanitos, es que él puede decidir, puede optar por no atacar al que lo hiere, tratar de razonar con él, o, si le ataca para defenderse hacerle el menor daño posible, porque Dios se lo manda, con una ley positiva, y, él tiene la posibilidad de no doblegarse al instinto, lo que no tiene el león, y, optar libremente por hacer lo que Dios quiere, lo que lo eleva a Dios

Ante la comida igual, puede renunciar a una comida determinada, porque daña su cuerpo, porque se lo ha prohibido su médico, porque esta ayunando, porque lo prohíbe su religión

Cuando nos dejamos llevar por lo que nos pide la naturaleza, estamos siguiendo el instinto, cuando lo hacemos por lo que nos manda la conciencia, o, por las leyes de los que tienen autoridad, y, tiene autoridad, el que con sus leyes, no anula la ley de Dios, al seguirlas nos liberamos del instinto




Oración de Jesús en su muerte

BENEDICTO XVI
AUDIENCIA GENERAL
Sala Pablo VI
Miércoles 8 de febrero de 2012

Queridos hermanos y hermanas:
Hoy quiero reflexionar con vosotros sobre la oración de Jesús en la inminencia de la muerte, deteniéndome en lo que refieren san Marcos y san Mateo. Los dos evangelistas nos presentan la oración de Jesús moribundo no sólo en lengua griega, en la que está escrito su relato, sino también, por la importancia de aquellas palabras, en una mezcla de hebreo y arameo. De este modo, transmitieron no sólo el contenido, sino hasta el sonido que esa oración tuvo en los labios de Jesús: escuchamos realmente las palabras de Jesús como eran. Al mismo tiempo, nos describieron la actitud de los presentes en el momento de la crucifixión, que no comprendieron —o no quisieron comprender— esta oración.

Como hemos escuchado, escribe san Marcos: «Llegado el mediodía toda la región quedó en tinieblas hasta las tres de la tarde. Y a las tres, Jesús clamó con voz potente: “Eloí, Eloí, lemá sabactaní?”, que significa: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”» (15, 33-34). En la estructura del relato, la oración, el grito de Jesús se eleva en el culmen de las tres horas de tinieblas que, desde el mediodía hasta las tres de la tarde, cubrieron toda la tierra. Estas tres horas de oscuridad son, a su vez, la continuación de un lapso de tiempo anterior, también de tres horas, que comenzó con la crucifixión de Jesús. El evangelista san Marcos, en efecto, nos informa que: «Eran las nueve de la mañana cuando lo crucificaron» (cf. 15, 25). Del conjunto de las indicaciones horarias del relato, las seis horas de Jesús en la cruz están articuladas en dos partes cronológicamente equivalentes.

En las tres primeras horas, desde las nueve hasta el mediodía, tienen lugar las burlas por parte de diversos grupos de personas, que muestran su escepticismo, afirman que no creen. Escribe san Marcos: «Los que pasaban lo injuriaban» (15, 29); «de igual modo, también los sumos sacerdotes, con los escribas, entre ellos se burlaban de él» (15, 31); «también los otros crucificados lo insultaban» (15, 32). En las tres horas siguientes, desde mediodía «hasta las tres de la tarde», el evangelista habla sólo de las tinieblas que cubrían toda la tierra; la oscuridad ocupa ella sola toda la escena, sin ninguna referencia a movimientos de personajes o a palabras. Cuando Jesús se acerca cada vez más a la muerte, sólo está la oscuridad que cubre «toda la tierra». Incluso el cosmos toma parte en este acontecimiento: la oscuridad envuelve a personas y cosas, pero también en este momento de tinieblas Dios está presente, no abandona. En la tradición bíblica, la oscuridad tiene un significado ambivalente: es signo de la presencia y de la acción del mal, pero también de una misteriosa presencia y acción de Dios, que es capaz de vencer toda tiniebla.

En el Libro del Éxodo, por ejemplo, leemos: «El Señor le dijo a Moisés: “Voy a acercarme a ti en una nube espesa”» (19, 9); y también: «El pueblo se quedó a distancia y Moisés se acercó hasta la nube donde estaba Dios» (20, 21). En los discursos del Deuteronomio, Moisés relata: «La montaña ardía en llamas que se elevaban hasta el cielo entre nieblas y densas nubes» (4, 11); vosotros «oísteis la voz que salía de la tiniebla, mientras ardía la montaña» (5, 23). En la escena de la crucifixión de Jesús, las tinieblas envuelven la tierra y son tinieblas de muerte en las que el Hijo de Dios se sumerge para traer la vida con su acto de amor.

 Volviendo a la narración de san Marcos, Jesús, ante los insultos de las diversas categorías de personas, ante la oscuridad que lo cubre todo, en el momento en que se encuentra ante la muerte, con el grito de su oración muestra que, junto al peso del sufrimiento y de la muerte donde parece haber abandono, la ausencia de Dios, él tiene la plena certeza de la cercanía del Padre, que aprueba este acto de amor supremo, de donación total de sí mismo, aunque no se escuche, como en otros momentos, la voz de lo alto.


 Al leer los Evangelios, nos damos cuenta de que Jesús, en otros pasajes importantes de su existencia terrena, había visto cómo a los signos de la presencia del Padre y de la aprobación a su camino de amor se unía también la voz clarificadora de Dios. Así, en el episodio que sigue al bautismo en el Jordán, al abrirse los cielos, se escuchó la palabra del Padre: «Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco» (Mc 1, 11). Después, en la Transfiguración, el signo de la nube estuvo acompañado por la palabra: «Este es mi Hijo amado; escuchadlo» (Mc 9, 7). En cambio, al acercarse la muerte del Crucificado, desciende el silencio; no se escucha ninguna voz, aunque la mirada de amor del Padre permanece fija en la donación de amor del Hijo.


Pero, ¿qué significado tiene la oración de Jesús, aquel grito que eleva al Padre: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado», la duda de su misión, de la presencia del Padre? En esta oración, ¿no se refleja, quizá, la consciencia precisamente de haber sido abandonado? Las palabras que Jesús dirige al Padre son el inicio del Salmo 22, donde el salmista manifiesta a Dios la tensión entre sentirse dejado solo y la consciencia cierta de la presencia de Dios en medio de su pueblo. El salmista reza: «Dios mío, de día te grito, y no respondes; de noche, y no me haces caso. Porque tú eres el Santo y habitas entre las alabanzas de Israel» (vv. 3-4). El salmista habla de «grito» para expresar ante Dios, aparentemente ausente, todo el sufrimiento de su oración: en el momento de angustia la oración se convierte en un grito.

Y esto sucede también en nuestra relación con el Señor: ante las situaciones más difíciles y dolorosas, cuando parece que Dios no escucha, no debemos temer confiarle a él el peso que llevamos en nuestro corazón, no debemos tener miedo de gritarle nuestro sufrimiento; debemos estar convencidos de que Dios está cerca, aunque en apariencia calle.
Al repetir desde la cruz precisamente las palabras iniciales del Salmo, —«Elí, Elí, lemá sabactaní?»— «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mt 27, 46), gritando las palabras del Salmo, Jesús reza en el momento del último rechazo de los hombres, en el momento del abandono; reza, sin embargo, con el Salmo, consciente de la presencia de Dios Padre también en esta hora en la que siente el drama humano de la muerte. Pero en nosotros surge una pregunta: ¿Cómo es posible que un Dios tan poderoso no intervenga para evitar esta prueba terrible a su Hijo?
Es importante comprender que la oración de Jesús no es el grito de quien va al encuentro de la muerte con desesperación, y tampoco es el grito de quien es consciente de haber sido abandonado. Jesús, en aquel momento, hace suyo todo el Salmo 22, el Salmo del pueblo de Israel que sufre, y de este modo toma sobre sí no sólo la pena de su pueblo, sino también la pena de todos los hombres que sufren a causa de la opresión del mal; y, al mismo tiempo, lleva todo esto al corazón de Dios mismo con la certeza de que su grito será escuchado en la Resurrección:
«El grito en el extremo tormento es al mismo tiempo certeza de la respuesta divina, certeza de la salvación, no solamente para Jesús mismo, sino para “muchos”» (Jesús de Nazaret II, p. 251). En esta oración de Jesús se encierran la extrema confianza y el abandono en las manos de Dios, incluso cuando parece ausente, cuando parece que permanece en silencio, siguiendo un designio que para nosotros es incomprensible. En el Catecismo de la Iglesia católica leemos: «En el amor redentor que le unía siempre al Padre, Jesús nos asumió desde el alejamiento con relación a Dios por nuestro pecado hasta el punto de poder decir en nuestro nombre en la cruz: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?"» (n. 603). Su sufrimiento es un sufrimiento en comunión con nosotros y por nosotros, que deriva del amor y ya lleva en sí mismo la redención, la victoria del amor.

Las personas presentes al pie de cruz de Jesús no logran entender y piensan que su grito es una súplica dirigida a Elías. En una escena agitada, buscan apagarle la sed para prolongarle la vida y verificar si realmente Elías venía en su ayuda, pero un fuerte grito puso fin a la vida terrena de Jesús y al deseo de los que estaban al pie de la cruz. En el momento extremo, Jesús deja que su corazón exprese el dolor, pero deja emerger, al mismo tiempo, el sentido de la presencia del Padre y el consenso a su designio de salvación de la humanidad. También nosotros nos encontramos siempre y nuevamente ante el «hoy» del sufrimiento, del silencio de Dios —lo expresamos muchas veces en nuestra oración—, pero nos encontramos también ante el «hoy» de la Resurrección, de la respuesta de Dios que tomó sobre sí nuestros sufrimientos, para cargarlos juntamente con nosotros y darnos la firme esperanza de que serán vencidos (cf. Carta enc. Spe salvi, 35-40).
Queridos amigos, en la oración llevamos a Dios nuestras cruces de cada día, con la certeza de que él está presente y nos escucha. El grito de Jesús nos recuerda que en la oración debemos superar las barreras de nuestro «yo» y de nuestros problemas y abrirnos a las necesidades y a los sufrimientos de los demás. La oración de Jesús moribundo en la cruz nos enseña a rezar con amor por tantos hermanos y hermanas que sienten el peso de la vida cotidiana, que viven momentos difíciles, que atraviesan situaciones de dolor, que no cuentan con una palabra de consuelo. Llevemos todo esto al corazón de Dios, para que también ellos puedan sentir el amor de Dios que no nos abandona nunca. Gracias



sábado, 16 de abril de 2016

Benedicto XVI cuaresma 2013

MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI PARA LA CUARESMA 2013

 Creer en la caridad suscita caridad «Hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él» (1 Jn 4,16) Queridos hermanos y hermanas: La celebración de la Cuaresma, en el marco del Año de la fe, nos ofrece una ocasión preciosa para meditar sobre la relación entre fe y caridad: entre creer en Dios, el Dios de Jesucristo, y el amor, que es fruto de la acción del Espíritu Santo y nos guía por un camino de entrega a Dios y a los demás. 

1. La fe como respuesta al amor de Dios En mi primera Encíclica expuse ya algunos elementos para comprender el estrecho vínculo entre estas dos virtudes teologales, la fe y la caridad. Partiendo de la afirmación fundamental del apóstol Juan: «Hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él» (1 Jn 4,16), recordaba que «no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva... Y puesto que es Dios quien nos ha amado primero (cf. 1 Jn 4,10), ahora el amor ya no es sólo un “mandamiento”, sino la respuesta al don del amor, con el cual Dios viene a nuestro encuentro» (Deus caritas est, 1). 

La fe constituye la adhesión personal ―que incluye todas nuestras facultades― a la revelación del amor gratuito y «apasionado» que Dios tiene por nosotros y que se manifiesta plenamente en Jesucristo. El encuentro con Dios Amor no sólo comprende el corazón, sino también el entendimiento: «El reconocimiento del Dios vivo es una vía hacia el amor, y el sí de nuestra voluntad a la suya abarca entendimiento, voluntad y sentimiento en el acto único del amor. Sin embargo, éste es un proceso que siempre está en camino: el amor nunca se da por “concluido” y completado» (ibídem, 17). 

De aquí deriva para todos los cristianos y, en particular, para los «agentes de la caridad», la necesidad de la fe, del «encuentro con Dios en Cristo que suscite en ellos el amor y abra su espíritu al otro, de modo que, para ellos, el amor al prójimo ya no sea un mandamiento por así decir impuesto desde fuera, sino una consecuencia que se desprende de su fe, la cual actúa por la caridad» (ib., 31a). El cristiano es una persona conquistada por el amor de Cristo y movido por este amor ―«caritas Christi urget nos» (2 Co 5,14)―, está abierto de modo profundo y concreto al amor al prójimo (cf. ib., 33). Esta actitud nace ante todo de la conciencia de que el Señor nos ama, nos perdona, incluso nos sirve, se inclina a lavar los pies de los apóstoles y se entrega a sí mismo en la cruz para atraer a la humanidad al amor de Dios.

 «La fe nos muestra a Dios que nos ha dado a su Hijo y así suscita en nosotros la firme certeza de que realmente es verdad que Dios es amor... La fe, que hace tomar conciencia del amor de Dios revelado en el corazón traspasado de Jesús en la cruz, suscita a su vez el amor. El amor es una luz n el fondo la única que ilumina constantemente a un mundo oscuro y nos da la fuerza para vivir y actuar» (ib., 39). Todo esto nos lleva a comprender que la principal actitud característica de los cristianos es precisamente «el amor fundado en la fe y plasmado por ella» (ib., 7).

 2. La caridad como vida en la fe Toda la vida cristiana consiste en responder al amor de Dios. La primera respuesta es precisamente la fe, acoger llenos de estupor y gratitud una inaudita iniciativa divina que nos precede y nos reclama. Y el «sí» de la fe marca el comienzo de una luminosa historia de amistad con el Señor, que llena toda nuestra existencia y le da pleno sentido. Sin embargo, Dios no se contenta con que nosotros aceptemos su amor gratuito. No se limita a amarnos, quiere atraernos hacia sí, transformarnos de un modo tan profundo que podamos decir con san Pablo: ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí (cf. Ga 2,20).

 Cuando dejamos espacio al amor de Dios, nos hace semejantes a él, partícipes de su misma caridad. Abrirnos a su amor significa dejar que él viva en nosotros y nos lleve a amar con él, en él y como él; sólo entonces nuestra fe llega verdaderamente «a actuar por la caridad» (Ga 5,6) y él mora en nosotros (cf. 1 Jn 4,12). La fe es conocer la verdad y adherirse a ella (cf. 1 Tm 2,4); la caridad es «caminar» en la verdad (cf. Ef 4,15).

 Con la fe se entra en la amistad con el Señor; con la caridad se vive y se cultiva esta amistad (cf. Jn 15,14s). La fe nos hace acoger el mandamiento del Señor y Maestro; la caridad nos da la dicha de ponerlo en práctica (cf. Jn 13,13-17). En la fe somos engendrados como hijos de Dios (cf. Jn 1,12s); la caridad nos hace perseverar concretamente en este vínculo divino y dar el fruto del Espíritu Santo (cf. Ga 5,22). La fe nos lleva a reconocer los dones que el Dios bueno y generoso nos encomienda; la caridad hace que fructifiquen (cf. Mt 25,14-30). 

 3. El lazo indisoluble entre fe y caridad A la luz de cuanto hemos dicho, resulta claro que nunca podemos separar, o incluso oponer, fe y caridad. Estas dos virtudes teologales están íntimamente unidas por lo que es equivocado ver en ellas un contraste o una «dialéctica». Por un lado, en efecto, representa una limitación la actitud de quien hace fuerte hincapié en la prioridad y el carácter decisivo de la fe, subestimando y casi despreciando las obras concretas de caridad y reduciéndolas a un humanitarismo genérico. Por otro, sin embargo, también es limitado sostener una supremacía exagerada de la caridad y de su laboriosidad, pensando que las obras puedan sustituir a la fe. Para una vida espiritual sana es necesario rehuir tanto el fideísmo como el activismo moralista.

 La existencia cristiana consiste en un continuo subir al monte del encuentro con Dios para después volver a bajar, trayendo el amor y la fuerza que derivan de éste, a fin de servir a nuestros hermanos y hermanas con el mismo amor de Dios. En la Sagrada Escritura vemos que el celo de los apóstoles en el anuncio del Evangelio que suscita la fe está estrechamente vinculado a la solicitud caritativa respecto al servicio de los pobres (cf. Hch 6,1-4)

. En la Iglesia, contemplación y acción, simbolizadas de alguna manera por las figuras evangélicas de las hermanas Marta y María, deben coexistir e integrarse (cf. Lc 10,38-42). La prioridad corresponde siempre a la relación con Dios y el verdadero compartir evangélico debe estar arraigado en la fe (cf. Audiencia general 25 abril 2012). A veces, de hecho, se tiene la tendencia a reducir el término «caridad» a la solidaridad o a la simple ayuda humanitaria. En cambio, es importante recordar que la mayor obra de caridad es precisamente la evangelización, es decir, el «servicio de la Palabra». Ninguna acción es más benéfica y, por tanto, caritativa hacia el prójimo que partir el pan de la Palabra de Dios, hacerle partícipe de la Buena Nueva del Evangelio, introducirlo en la relación con Dios: la evangelización es la promoción más alta e integral de la persona humana. Como escribe el siervo de Dios el Papa Pablo VI en la Encíclica Populorum progressio, es el anuncio de Cristo el primer y principal factor de desarrollo (cf. n. 16). La verdad originaria del amor de Dios por nosotros, vivida y anunciada, abre nuestra existencia a aceptar este amor haciendo posible el desarrollo integral de la humanidad y de cada hombre (cf. Caritas in veritate, 8).

 En definitiva, todo parte del amor y tiende al amor. Conocemos el amor gratuito de Dios mediante el anuncio del Evangelio. Si lo acogemos con fe, recibimos el primer contacto ―indispensable― con lo divino, capaz de hacernos «enamorar del Amor», para después vivir y crecer en este Amor y comunicarlo con alegría a los demás. A propósito de la relación entre fe y obras de caridad, unas palabras de la Carta de san Pablo a los Efesios resumen quizá muy bien su correlación: «Pues habéis sido salvados por la gracia mediante la fe; y esto no viene de vosotros, sino que es un don de Dios; tampoco viene de las obras, para que nadie se gloríe. En efecto, hechura suya somos: creados en Cristo Jesús, en orden a las buenas obras que de antemano dispuso Dios que practicáramos» (2,8-10). Aquí se percibe que toda la iniciativa salvífica viene de Dios, de su gracia, de su perdón acogido en la fe; pero esta iniciativa, lejos de limitar nuestra libertad y nuestra responsabilidad, más bien hace que sean auténticas y las orienta hacia las obras de la caridad. Éstas no son principalmente fruto del esfuerzo humano, del cual gloriarse, sino que nacen de la fe, brotan de la gracia que Dios concede abundantemente. 

Una fe sin obras es como un árbol sin frutos: estas dos virtudes se necesitan recíprocamente. La cuaresma, con las tradicionales indicaciones para la vida cristiana, nos invita precisamente a alimentar la fe a través de una escucha más atenta y prolongada de la Palabra de Dios y la participación en los sacramentos y, al mismo tiempo, a crecer en la caridad, en el amor a Dios y al prójimo, también a través de las indicaciones concretas del ayuno, de la penitencia y de la limosna.

 4. Prioridad de la fe, primado de la caridad Como todo don de Dios, fe y caridad se atribuyen a la acción del único Espíritu Santo (cf. 1 Co 13), ese Espíritu que grita en nosotros «¡Abbá, Padre!» (Ga 4,6), y que nos hace decir: «¡Jesús es el Señor!» (1 Co 12,3) y «¡Maranatha!» (1 Co 16,22; Ap 22,20). La fe, don y respuesta, nos da a conocer la verdad de Cristo como Amor encarnado y crucificado, adhesión plena y perfecta a la voluntad del Padre e infinita misericordia divina para con el prójimo; la fe graba en el corazón y la mente la firme convicción de que precisamente este Amor es la única realidad que vence el mal y la muerte.

 La fe nos invita a mirar hacia el futuro con la virtud de la esperanza, esperando confiadamente que la victoria del amor de Cristo alcance su plenitud. Por su parte, la caridad nos hace entrar en el amor de Dios que se manifiesta en Cristo, nos hace adherir de modo personal y existencial a la entrega total y sin reservas de Jesús al Padre y a sus hermanos. Infundiendo en nosotros la caridad, el Espíritu Santo nos hace partícipes de la abnegación propia de Jesús: filial para con Dios y fraterna para con todo hombre (cf. Rm 5,5). La relación entre estas dos virtudes es análoga a la que existe entre dos sacramentos fundamentales de la Iglesia: el bautismo y la Eucaristía.

 El bautismo (sacramentum fidei) precede a la Eucaristía (sacramentum caritatis), pero está orientado a ella, que constituye la plenitud del camino cristiano. Análogamente, la fe precede a la Caridad, pero se revela genuina sólo si culmina en ella. Todo parte de la humilde aceptación de la fe («saber que Dios nos ama»), pero debe llegar a la verdad de la caridad («saber amar a Dios y al prójimo»), que permanece para siempre, como cumplimiento de todas las virtudes (cf. 1 Co 13,13). Queridos hermanos y hermanas, en este tiempo de cuaresma, durante el cual nos preparamos a celebrar el acontecimiento de la cruz y la resurrección, mediante el cual el amor de Dios redimió al mundo e iluminó la historia, os deseo a todos que viváis este tiempo precioso reavivando la fe en Jesucristo, para entrar en su mismo torrente de amor por el Padre y por cada hermano y hermana que encontramos en nuestra vida.

 Por esto, elevo mi oración a Dios, a la vez que invoco sobre cada uno y cada comunidad la Bendición del Señor. Vaticano, 15 de octubre de 2012

 BENEDICTUS PP. XVI

Oración en Getsemani. Benedicto XVI 2012

Oración en Getsemani
Benedicto XVI  2012

Queridos hermanos y hermanas:
Hoy quiero hablar de la oración de Jesús en Getsemaní, en el Huerto de los Olivos. El escenario de la narración evangélica de esta oración es particularmente significativo. Jesús, después de la última Cena, se dirige al monte de los Olivos, mientras ora juntamente con sus discípulos. Narra el evangelista san Marcos: «Después de cantar el himno, salieron para el monte de los Olivos» (14, 26). Se hace probablemente alusión al canto de algunos Salmos del ’hallél con los cuales se da gracias a Dios por la liberación del pueblo de la esclavitud y se pide su ayuda ante las dificultades y amenazas siempre nuevas del presente. El recorrido hasta Getsemaní está lleno de expresiones de Jesús que hacen sentir inminente su destino de muerte y anuncian la próxima dispersión de los discípulos.

También aquella noche, al llegar a la finca del monte de los Olivos, Jesús se prepara para la oración personal. Pero en esta ocasión sucede algo nuevo: parece que no quiere quedarse solo. Muchas veces Jesús se retiraba a un lugar apartado de la multitud e incluso de los discípulos, permaneciendo «en lugares solitarios» (cf. Mc 1, 35) o subiendo «al monte», dice san Marcos (cf. Mc 6, 46). En Getsemaní, en cambio, invita a Pedro, Santiago y Juan a que estén más cerca.
Son los discípulos que había llamado a estar con él en el monte de la Transfiguración (cf. Mc 9, 2-13). Esta cercanía de los tres durante la oración en Getsemaní es significativa. También aquella noche Jesús rezará al Padre «solo», porque su relación con él es totalmente única y singular: es la relación del Hijo Unigénito. Es más, se podría decir que, sobre todo aquella noche, nadie podía acercarse realmente al Hijo, que se presenta al Padre en su identidad absolutamente única, exclusiva. Sin embargo, Jesús, incluso llegando «solo» al lugar donde se detendrá a rezar, quiere que al menos tres discípulos no permanezcan lejos, en una relación más estrecha con él. Se trata de una cercanía espacial, una petición de solidaridad en el momento en que siente acercarse la muerte; pero es sobre todo una cercanía en la oración, para expresar, en cierta manera, la sintonía con él en el momento en que se dispone a cumplir hasta el fondo la voluntad del Padre; y es una invitación a todo discípulo a seguirlo en el camino de la cruz.
El evangelista san Marcos narra: «Se llevó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, y empezó a sentir espanto y angustia. Les dijo: “Mi alma está triste hasta la muerte. Quedaos aquí y velad”» (14, 33-34).
 
Jesús, en la palabra que dirige a los tres, una vez más se expresa con el lenguaje de los Salmos: «Mi alma está triste», una expresión del Salmo 43 (cf. Sal 43, 5). La dura determinación «hasta la muerte», luego, hace referencia a una situación vivida por muchos de los enviados de Dios en el Antiguo Testamento y expresada en su oración. De hecho, no pocas veces seguir la misión que se les encomienda significa encontrar hostilidad, rechazo, persecución. Moisés siente de forma dramática la prueba que sufre mientras guía al pueblo en el desierto, y dice a Dios: «Yo solo no puedo cargar con todo este pueblo, pues supera mis fuerzas. Si me vas a tratar así, hazme morir, por favor, si he hallado gracia a tus ojos» (Nm 11, 14-15). Tampoco para el profeta Elías es fácil realizar el servicio a Dios y a su pueblo. En el Primer Libro de los Reyes se narra: «Luego anduvo por el desierto una jornada de camino, hasta que, sentándose bajo una retama, imploró la muerte diciendo: “¡Ya es demasiado, Señor! ¡Toma mi vida, pues no soy mejor que mis padres!”» (19, 4).

Las palabras de Jesús a los tres discípulos a quienes llamó a estar cerca de él durante la oración en Getsemaní revelan en qué medida experimenta miedo y angustia en aquella «Hora», experimenta la última profunda soledad precisamente mientras se está llevando a cabo el designio de Dios. En ese miedo y angustia de Jesús se recapitula todo el horror del hombre ante la propia muerte, la certeza de su inexorabilidad y la percepción del peso del mal que roza nuestra vida.
Después de la invitación dirigida a los tres a permanecer y velar en oración, Jesús «solo» se dirige al Padre. El evangelista san Marcos narra que él «adelantándose un poco, cayó en tierra y rogaba que, si era posible, se alejara de él aquella hora» (14, 35). Jesús cae rostro en tierra: es una posición de la oración que expresa la obediencia a la voluntad del Padre, el abandonarse con plena confianza a él. Es un gesto que se repite al comienzo de la celebración de la Pasión, el Viernes Santo, así como en la profesión monástica y en las ordenaciones diaconal, presbiteral y episcopal, para expresar, en la oración, también corporalmente, el abandono completo a Dios, la confianza en él. Luego Jesús pide al Padre que, si es posible, aparte de él aquella hora. No es sólo el miedo y la angustia del hombre ante la muerte, sino el desconcierto del Hijo de Dios que ve la terrible masa del mal que deberá tomar sobre sí para superarlo, para privarlo de poder.
Queridos amigos, también nosotros, en la oración debemos ser capaces de llevar ante Dios nuestros cansancios, el sufrimiento de ciertas situaciones, de ciertas jornadas, el compromiso cotidiano de seguirlo, de ser cristianos, así como el peso del mal que vemos en nosotros y en nuestro entorno, para que él nos dé esperanza, nos haga sentir su cercanía, nos proporcione un poco de luz en el camino de la vida.

Jesús continúa su oración: «¡Abbá! ¡Padre!: tú lo puedes todo, aparta de mí este cáliz. Pero no sea como yo quiero, sino como tú quieres» (Mc 14, 36). En esta invocación hay tres pasajes reveladores. Al comienzo tenemos la duplicación del término con el que Jesús se dirige a Dios: «¡Abbá! ¡Padre!» (Mc 14, 36a). Sabemos bien que la palabra aramea Abbá es la que utilizaba el niño para dirigirse a su papá, y, por lo tanto, expresa la relación de Jesús con Dios Padre, una relación de ternura, de afecto, de confianza, de abandono. En la parte central de la invocación está el segundo elemento: la consciencia de la omnipotencia del Padre —«tú lo puedes todo»—, que introduce una petición en la que, una vez más, aparece el drama de la voluntad humana de Jesús ante la muerte y el mal: «Aparta de mí este cáliz». Hay una tercera expresión de la oración de Jesús, y es la expresión decisiva, donde la voluntad humana se adhiere plenamente a la voluntad divina. En efecto, Jesús concluye diciendo con fuerza: «Pero no sea como yo quiero, sino como tú quieres» (Mc 14, 36c). En la unidad de la persona divina del Hijo, la voluntad humana encuentra su realización plena en el abandono total del yo en el del Padre, al que llama Abbá. San Máximo el Confesor afirma que desde el momento de la creación del hombre y de la mujer, la voluntad humana está orientada a la voluntad divina, y la voluntad humana es plenamente libre y encuentra su realización precisamente en el «sí» a Dios. Por desgracia, a causa del pecado, este «sí» a Dios se ha transformado en oposición: Adán y Eva pensaron que el «no» a Dios sería la cumbre de la libertad, el ser plenamente uno mismo. Jesús, en el monte de los Olivos, reconduce la voluntad humana al «sí» pleno a Dios; en él la voluntad natural está plenamente integrada en la orientación que le da la Persona divina. Jesús vive su existencia según el centro de su Persona: su ser Hijo de Dios. Su voluntad humana es atraída por el yo del Hijo, que se abandona totalmente al Padre. De este modo, Jesús nos dice que el ser humano sólo alcanza su verdadera altura, sólo llega a ser «divino» conformando su propia voluntad a la voluntad divina; sólo saliendo de sí, sólo en el «sí» a Dios, se realiza el deseo de Adán, de todos nosotros, el deseo de ser completamente libres. Es lo que realiza Jesús en Getsemaní: conformando la voluntad humana a la voluntad divina nace el hombre auténtico, y nosotros somos redimidos.
El Compendio del Catecismo de la Iglesia católica enseña sintéticamente: «La oración de Jesús durante su agonía en el huerto de Getsemaní y sus últimas palabras en la cruz revelan la profundidad de su oración filial: Jesús lleva a cumplimiento el designio amoroso del Padre, y toma sobre sí todas las angustias de la humanidad, todas las súplicas e intercesiones de la historia de la salvación; las presenta al Padre, quien las acoge y escucha, más allá de toda esperanza, resucitándolo de entre los muertos» (n. 543). Verdaderamente «en ningún otro lugar de las Escrituras podemos asomarnos tan profundamente al misterio interior de Jesús como en la oración del monte de los Olivos» (Jesús de Nazaret II, 186).
Queridos hermanos y hermanas, cada día en la oración del Padrenuestro pedimos al Señor: «hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo» (Mt 6, 10). Es decir, reconocemos que existe una voluntad de Dios con respecto a nosotros y para nosotros, una voluntad de Dios para nuestra vida, que se ha de convertir cada día más en la referencia de nuestro querer y de nuestro ser; reconocemos, además, que es en el «cielo» donde se hace la voluntad de Dios y que la «tierra» solamente se convierte en «cielo», lugar de la presencia del amor, de la bondad, de la verdad, de la belleza divina, si en ella se cumple la voluntad de Dios.
En la oración de Jesús al Padre, en aquella noche terrible y estupenda de Getsemaní, la «tierra» se convirtió en «cielo»; la «tierra» de su voluntad humana, sacudida por el miedo y la angustia, fue asumida por su voluntad divina, de forma que la voluntad de Dios se cumplió en la tierra. Esto es importante también en nuestra oración: debemos aprender a abandonarnos más a la Providencia divina, pedir a Dios la fuerza de salir de nosotros mismos para renovarle nuestro «sí», para repetirle que «se haga tu voluntad», para conformar nuestra voluntad a la suya. Es una oración que debemos hacer cada día, porque no siempre es fácil abandonarse a la voluntad de Dios, repetir el «sí» de Jesús, el «sí» de María. Los relatos evangélicos de Getsemaní muestran dolorosamente que los tres discípulos, elegidos por Jesús para que estuvieran cerca de él, no fueron capaces de velar con él, de compartir su oración, su adhesión al Padre, y fueron vencidos por el sueño. Queridos amigos, pidamos al Señor que seamos capaces de velar con él en la oración, de seguir la voluntad de Dios cada día incluso cuando habla de cruz, de vivir una intimidad cada vez mayor con el Señor, para traer a esta «tierra» un poco del «cielo» de Dios. Gracias.


domingo, 3 de abril de 2016

TEXTOS BÍBLICOS COMENTADOS, por el Hermano Alois de Taize

Las «meditaciones bíblicas» son propuestas para sostener la búsqueda de Dios en el silencio y la oración. Se trata de dedicar dos o tres horas para leer en silencio los textos bíblicos que se sugieren y que van acompañados de un breve comentario y algunas preguntas. Más tarde, reunidos en pequeños grupos en casa de uno de los participantes, se comparte brevemente lo que cada uno cree haber descubierto, pudiendo eventualmente finalizar el encuentro con un tiempo de oración.
2016
marzo
Lucas 22, 24-27: La sencillez de los más jóvenes y de aquel que sirve
Luego surgió una disputa entre ellos sobre quién de ellos se consideraba el más importante. Jesús les dijo: Los reyes de los paganos los tienen sometidos y los que imponen su autoridad se hacen llamar bienhechores. Vosotros no seáis así; antes bien, el más importante entre vosotros sea como el más joven y el que manda como el que sirve. ¿Quién es mayor? ¿El que está a la mesa o el que sirve? ¿No lo es, acaso, el que está a la mesa? Pero yo estoy en medio de vosotros como quien sirve. (Lucas 22, 24-27)
El Evangelio señala un episodio de la vida de Jesús donde surge una disputa entre los discípulos. ¡Qué alivio para nosotros saber que eran personas normales después de todo! Según San Lucas se trata de uno de los momentos más importantes de la vida de Jesús, durante la última cena con sus discípulos, no mucho antes de que él fuera arrestado por las autoridades y crucificado. Estaban discutiendo sobre quién de ellos era el más importante.
Es un momento muy difícil para los discípulos. Sus temores acerca de lo que sucederá, la incertidumbre sobre Jesús y su propio destino. Todo esto tenía que ser muy intenso, en el límite de lo que podían soportar. ¿Cómo continuará el grupo si Jesús es secuestrado? ¿Quién será el nuevo líder? Podemos comprender cómo han llegado a discutir acerca de quién era el más importante.
En lugar de reprenderlos, Jesús les pone una imagen: "Los reyes de los paganos los tienen sometidos y los que imponen su autoridad se hacen llamar bienhechores." Las formas de opresión y los elogios ritualizados que ellos reclamaban era una triste realidad de la vida en el imperio romano. Que en aquel mismo momento, Jesús presente tal imagen a sus discípulos primero puede sorprender, pero fue sin duda saludable. Fue como si Jesús pusiera a sus discípulos un espejo para mostrarles que sus temores e inseguridades los estaba llevando en la dirección equivocada.
"Vosotros no seáis así" continuó Jesús. "ntes bien, el más importante entre vosotros sea como el más joven, y el que manda como el que sirve."
En los tiempos de Jesús, eran los más jóvenes o los que servían quienes se ocupaban de las necesidades de las personas de la casa, ya sea cultivando la tierra o alimentando a los miembros de la familia o más aún estando al cuidado de los enfermos o las personas mayores. Incluso si eran considerados de un nivel social más bajo, su presencia era importante ya que dependía de ellos el bienestar de la casa. Si eran especialmente buenos y capaces contaban con el aprecio, pero la primera cosa que se espera de ellos, era la fidelidad.
Que los discípulos sean como lo más jóvenes, como los que sirven, eso quiere decir que permanecen en su lugar y no se apartan de las responsabilidades que les ha sido dada en la familia de Dios. No deben escuchar sus temores ni intentar tomar todo en sus propias manos. Jesús está en medio de ellos e incluso si va a desaparecer sus vistas por un tiempo, él no los va abandonar. Ha llegado para ellos el momento de confiar en Dios.
"Yo estoy en medio de vosotros como quien sirve" dice Jesús. En el Evangelio él no nos dice qué es lo que debemos hacer o cómo hacerlo, más bien él nos invita a entrar en el movimiento profundo de su propia vida. Es el camino de una desarmante sencillez, un camino donde el amor generoso de Dios viene a nuestro encuentro y nos llena.
 ¿Cómo nuestros temores y nuestra inseguridad pueden llevarnos a tomar la dirección equivocada? ¿Qué es lo que nos devuelve a la confianza en Dios?

 ¿Dé que manera me habla esta sencillez desarmante de Jesús? ¿Cuáles son las responsabilidades que me han sido dadas en la familia de Dios?
Hermano Alois Taize

sábado, 2 de abril de 2016

Religiosas asesinadas en Yemen, nuestros mártires y el silencio de la podrida Europa




     

 Mejor que mi propio comentario, pongo las palabras que sobre ello, y, otros cuestiones dijo el Papa Francisco

2016-03-06 Radio Vaticana
(RV).-  Dirigiendo su saludo a los fieles italianos y extranjeros presentes en la Plaza de San Pedro, el Papa quiso manifestar su cercanía las Misioneras de la Caridad por el asesinato de cuatro Religiosas en Yemen, "mártires de hoy". “Que la Madre Teresa acompañe en el paraíso a estas hijas suyas mártires de la caridad, e interceda por la paz y el sacro respeto de la vida humana”, pidió el Pontífice, quien luego resaltó la iniciativa de los corredores humanitarios para los prófugos, puesta en marcha en Italia, “señal concreta de compromiso por la paz”. Un proyecto que  -como resaltó el Santo Padre-  “une la solidaridad y la seguridad, permite ayudar a las personas que huyen de la guerra y de la violencia”. El Obispo de Roma manifestó asimismo su alegría por esta iniciativa ecuménica, ya que es apoyada por la Comunidad de San Egidio, la Federación de las Iglesias Evangélica Italiana, así como la Iglesia Valdense y Metodista. Recordando finalmente que en la tarde del domingo inician los Ejercicios Espirituales del Papa y sus colaboradores, Francisco pidió a los fieles orar por ellos en esta semana de meditación.
Palabras del Papa Francisco
Queridos hermanos y hermanas,
Expreso mi viva cercanía a las Misioneras de la Caridad por el grave luto que las ha golpeado hace dos días con el asesinato de cuatro Religiosas en Adén, en Yemen, donde asistían a ancianos. Rezo por ellas y por las otras personas asesinadas en el ataque, y por sus familiares. Estos son los mártires de hoy. Y esto no es titular en los periódicos, ¡no es noticia! Estos mártires que dan su sangre por la Iglesia son víctimas de sus asesinos y también de la indiferencia. De esta globalización de la indiferencia. Que no importa. Que la Madre Teresa acompañe en el paraíso a estas hijas suyas mártires de la caridad, e interceda por la paz y el sagrado respeto de la vida humana.
Como señal concreta de compromiso por la paz y la vida quisiera citar y expresar admiración por la iniciativa de los corredores humanitarios para los prófugos, puesta en marcha últimamente en Italia. Este proyecto-piloto, que une la solidaridad y la seguridad, permite ayudar a las personas que huyen de la guerra y de la violencia, como los cien prófugos ya transferidos a Italia, entre los que se encuentran niños enfermos, personas discapacitadas, viudas de guerra con hijos y ancianos. Me alegro también porque esta iniciativa es ecuménica, ya que es sostenida por la Comunidad de San Egidio, la Federación de la Iglesia Evangélica Italiana, y la Iglesia Valdense y Metodista.

Saludo a todos ustedes, peregrinos venidos de Italia y de tantos Países, en particular a los fieles de la Misión Católica de Hagen (Alemania), como también a aquellos de Timisoara (Rumanía), Valencia (España) y de Dinamarca.

Que ellas y todos los mártires rueguen por nosotros