El cristianismo es la mayor locura, la locura de Dios.
Sí todos conocemos la fábula de Pigmalión y Galatea, el escultor griego, que se enamoró de la estatua que había hecho.
Pues bien, Dios, nuestro Dios es ese Pigmalión. Dios nos hizo a su imagen, somos imágenes suyas, y Dios se enamoró perdidamente de cada uno.
Enloqueció de Amor por su criatura, puso todo a nuestros pies. Y como esos enamorados, y enamoradas que pese a las traiciones del ser amado, de sus infidelidades más lo aman, y lo buscan.
Cuando nosotros nos pasamos, al enemigo, cuando pretendimos ser como dioses, ya éramos nos había hecho él, como Dios, en todo lo que podíamos ser.
Cuando arrojamos todo por la borda
No se “resigno” a perdernos
Nos fue buscando, a lo largo de la historia humana, no sólo en Israel. En la historia de todos los pueblos, nos fue llamando en La Voz de profetas, sibilas, filósofos, mitos y leyendas
Como un enamorado, o enamorada que casi acosa, bueno que acosa al amado o amada traidor con mensajes y llamadas
Y, cuando ya parecía que no iba hacer más
Llegó a la locura impensable, el Hijo, Dios Hijo, y en el Hijo, están el Padre y la Ruha aunque no se encarnen.
En el Hijo se despojó de su rango, de su dignidad divina, y tomó la nuestra, haciéndose hombre en la matriz de una virgen judía, siendo en todo menos en el pecado igual a nosotros, dejando sus prerrogativas divinas
Y, así como hombre nos habló de Dios. De su Amor. Y como eso no bastaba para rescatarnos, para volver a su Amor. Se dejo clavar en una cruz, haciéndose por nosotros maldición
Aquel que es Bendito, por los siglos de los siglos
Y, así vencida la muerte nos resucitó con Él, y exaltado de nuevo en su oculta dignidad, nos elevó con Él a los Cielos
Sí, el cristianismo es locura. La Locura de Dios, se miré desde la Persona divina que se miré.
Pues el Padre sacrificó al Hijo amado, por los que no eran nada
El Espíritu sostuvo al Hijo, lo condujo al seno de María, para recuperar a los que nada eran
Por eso es normal que en la Religión cristiana, haya locuras como la de amar al enemigo.
Quien nos da el “mal ejemplo” es el Dios de Israel.