“El día del
descanso, profecía de liberación”
Catequesis del Papa Francisco
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En la catequesis de hoy volvemos al tercer mandamiento, el del
día del descanso. El Decálogo, promulgado en el libro de Éxodo, se repite en el
libro del Deuteronomio de una manera casi idéntica, con la excepción de esta
Tercera Palabra, donde aparece una diferencia apreciable: Mientras en el Éxodo
el motivo del descanso es la bendición de la creación, en el
Deuteronomio en cambio, se conmemora el final de la esclavitud. En
este día el esclavo debe descansar como el patrón, para celebrar la memoria de
la Pascua de liberación.
De hecho, los esclavos, por definición no pueden descansar. Pero hay muchos
tipos de esclavitud, tanto exterior como interior. Hay constricciones
exteriores, como la opresión, las vidas secuestradas por la violencia y otros
tipos de injusticia. Luego están las prisiones interiores, que son, por
ejemplo, los bloqueos psicológicos, los complejos, los límites del
carácter y demás. ¿Hay descanso en estas condiciones? ¿Un hombre encarcelado u
oprimido puede permanecer, de todas formas, libre? ¿Y puede una persona
atormentada por dificultades interiores ser libre?
Efectivamente, hay personas que, incluso en prisión, viven una gran
libertad de ánimo. Pensemos, por ejemplo, en San Maximiliano Kolbe, o en el
cardenal Van Thuan, que transformaron oscuras opresiones en lugares de luz. Así
como hay personas marcadas por una gran fragilidad interior, que conocen, sin
embargo, el descanso de la misericordia y saben transmitirlo. La misericordia
de Dios nos libera. Y cuando te encuentras con la misericordia de Dios, tienes
una gran libertad interior y también puedes transmitirla. Por eso es tan
importante abrirnos a la misericordia de Dios para no ser esclavos de nosotros
mismos.
¿Cuál es, pues, la verdadera libertad? ¿Consiste quizás en la libertad de
elección? Ciertamente se trata de una parte de la libertad, y nos esforzamos,
para que sea garantizada a cada hombre y mujer (Cfr. Concilio Ecuménico
Vaticano II. Const. Past. Gaudium et spes, 73.) Pero sabemos que
poder hacer lo que se desea no es suficiente para ser verdaderamente
libre, y tampoco feliz. La verdadera libertad es mucho más.
De hecho, hay una esclavitud que encadena más que una prisión, más que una
crisis de pánico, más que una imposición de cualquier tipo: es la
esclavitud del propio ego. Esa gente que todo el día se mira al
espejo para ver su ego. Y el ego es más alto que su cuerpo. Son esclavos del
ego. El ego puede llegar a ser un esbirro que tortura al hombre en cualquier
lugar y le causa la opresión más profunda, la que se llama “pecado”, que
no es la violación trivial de un código, sino fracaso de la existencia y
condición de esclavos. (cf. Jn 8,34). El pecado es, al final, decir y hacer
ego. “Yo quiero hacer esto y no me importa si hay un límite, si hay un
mandamiento, ni siquiera me importa si hay amor”.
El ego, por ejemplo, pensemos en las pasiones humanas: el goloso, el
lujurioso, el avaro, el iracundo, el envidioso, el perezoso, el soberbio – y
así sucesivamente- son esclavos de sus vicios, que los tiranizan y atormentan.
No hay tregua para el goloso, porque la garganta es la hipocresía del estómago,
que está lleno pero nos hace creer que está vacío. El estómago hipócrita nos
vuelve golosos. Somos esclavos de un estómago hipócrita. No hay tregua ni para
el goloso ni para el lujurioso que deben vivir del placer; la ansiedad de
la posesión destruye al avaro, siempre acumulan dinero, perjudicando a los
demás; el fuego de la ira y la polilla de la envidia arruinan las relaciones.
Los escritores dicen que la envidia hace que el cuerpo y el alma se vuelvan
amarillos, como cuando una persona tiene hepatitis: se vuelve amarilla. Los
envidiosos tienen el alma amarilla, porque nunca pueden tener la frescura de la
salud del alma. La envidia destruye. La pereza que evita cualquier
esfuerzo hace incapaces de vivir; El egocentrismo, -ese ego del que
hablaba- soberbio cava una fosa entre uno mismo y los demás.
Queridos hermanos y hermanas, ¿quién es el verdadero esclavo? ¿Quién es él
que no conoce descanso? ¡El que no es capaz de amar! Y todos estos vicios,
estos pecados, este egoísmo nos alejan del amor y nos hacen incapaces de amar.
Somos esclavos de nosotros mismos y no podemos amar, porque el amor es siempre
hacia los demás.
El tercer mandamiento, que nos invita a celebrar la liberación en el
descanso, para nosotros, los cristianos, es profecía del Señor Jesús, que rompe
la esclavitud interior del pecado para hacer que el hombre sea capaz de amar.
El amor verdadero es la verdadera libertad: aleja de la posesión, reconstruye
las relaciones, sabe acoger y valorar al prójimo, transforma todo esfuerzo en
don alegre, hace capaces de comunión. El amor te hace libre incluso en la
cárcel, aunque seamos débiles y limitados.
Esta es la libertad que recibimos de nuestro Redentor, el Señor nuestro
Jesucristo.
PP Francisco
Fuente Zenit. org