CLAUSURA DE LOS TRABAJOS DE LA ASAMBLEA ESPECIAL DEL
SÍNODO DE LOS OBISPOS PARA LA REGIÓN PANAMAZÓNICA SOBRE EL TEMA
“NUEVOS CAMINOS PARA LA IGLESIA Y PARA UNA ECOLOGÍA INTEGRAL”
DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
Aula del Sínodo. Sábado, 26 de octubre de 2019
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Primero que todo quiero agradecer a todos ustedes que han dado este testimonio de trabajo, de escucha, de búsqueda, de buscar poner en práctica este espíritu sinodal que estamos aprendiendo, quizás, a fijar. Y que todavía no atinamos a completarlo. Pero estamos en un camino, estamos en un buen camino. Y estamos entendiendo, cada vez más que es esto de caminar juntos, estamos entendiendo qué significa discernir, qué significa escuchar, qué significa incorporar la rica tradición de la Iglesia a los momentos coyunturales. Algunos piensan que la tradición es un museo de cosas viejas. A mí me gusta repetir aquello que Gustav Mahler decía: “La tradición es la salvaguarda del futuro y no la custodia de las cenizas”. Es como la raíz de la cual viene la sabia que hace crecer el árbol para que dé frutos. Tomar eso y hacerlo andar adelante, es como concebían los primeros padres lo que era la tradición. Recibir y caminar en un mismo sentido, con esa triple dimensión tan linda de Vicente de Lerins ya en el siglo quinto [«El dogma cristiano, permaneciendo absolutamente intacto e inalterado, se consolida con los años, se desarrolla con el tiempo, se profundiza con la edad» (cf. Primo Commonitorio, 23: PL 50, 667-668)]. Gracias por todo esto.
Uno de los temas que se ha votado, que tuvieron mayoría —tres temas tuvieron mayoría para el próximo Sínodo—, es el de la sinodalidad. Yo no sé si será elegido ese o no, todavía no me he decidido, estoy reflexionando y pensando, pero ciertamente puedo decir que hemos caminado mucho y todavía tenemos que caminar más en este camino de la sinodalidad. Muchas gracias a ustedes por esta compañía.
La exhortación postsinodal que —no es obligatorio que el Papa lo haga— lo más probable, no; perdón, lo más fácil sería: “bueno, acá está el documento, vean ustedes”. De todas maneras, una palabra del Papa de lo que ha vivido en el Sínodo puede hacer bien. Yo quisiera hacerla antes de fin de año, de tal manera que no pase mucho tiempo, todo depende del tiempo que tenga para pensar.
Hablamos de cuatro dimensiones, que habían: la dimensión cultural, la hemos trabajado, hablamos de inculturación, de valoración de la cultura, eso con una fuerza muy grande, y yo quedo contento con lo que se ha dicho al respecto, que está dentro de la tradición de la Iglesia. La inculturación: Ya Puebla había abierto esa puerta, por nombrar lo más cercano. Segundo, la dimensión ecológica: Quiero acá rendir homenaje a uno de los pioneros de esta conciencia dentro de la Iglesia, es el Patriarca Bartolomé de Constantinopla. Fue de los primeros que abrieron camino para crear esta conciencia. Y después de él, tantos lo han seguido y con esa inquietud, y cada vez, con aceleración de progresión geométrica, del equipo de París y siguieron los demás encuentros. Ahí nació Laudato si’ con una inspiración en la que trabajó tanta gente, trabajaron científicos, teólogos, pastoralistas. Bueno, esta conciencia ecológica que va adelante y que hoy nos denuncia un camino de explotación compulsiva, de destrucción al cual la Amazonia es uno de los puntos más importantes de esto. Es un símbolo, yo diría. Esta dimensión ecológica en la que se nos juega el futuro, ¿no es cierto? En las manifestaciones hechas por los jóvenes, ya sea en el movimiento de Greta o de otros. Los chicos salían con el cartel: “El futuro es nuestro, o sea, no decidan ustedes por nuestro futuro”. “Es nuestro”. Ya la conciencia del peligro ecológico que hay con eso, evidentemente no sólo en Amazonia, sino en otros lugares: el Congo es otro punto, otros sectores, en mi patria está en el Chaco, la zona del “impenetrable” también que es pequeña, pero, también conocemos esto, de alguna manera. Junto a la dimensión ecológica está la dimensión social de la cual hablamos, que ya no es sólo lo que se explota salvajemente, lo creado, la creación, sino las personas. Y en Amazonia aparece todo tipo de injusticias, destrucciones de personas, explotación de personas a todo nivel y destrucción de la identidad cultural. Me acuerdo que llegando a Puerto Maldonado —creo que lo dije esto, no me acuerdo—, en el aeropuerto había un cartel, con la imagen de una chica muy linda, muy bonita, “defendete o cuidate de la trata”. O sea, la advertencia al turista que llega. La trata escucha, y la trata al más alto nivel de corrupción, pero de personas a todo nivel. Y esto junto con la destrucción de la identidad cultural, que es otro de los fenómenos que ustedes han señalado muy bien en el documento. La identidad cultural cómo se destruye, en todo esto. Y cuarta dimensión, que es la que incluye todas —y yo diría que es la principal—, es la pastoral, la dimensión pastoral. El anuncio del Evangelio urge, urge. Pero que sea entendido, que sea asimilado, que sea comprendido por esas culturas. Y se habló de laicos, de sacerdotes, de diáconos permanentes, de religiosos y religiosas, con que apuntar a ese punto. Y se habló de lo que hacen, y fortalecer eso. Se habló de nuevos ministerios, inspirados en la Ministeria quaedam de Pablo VI, de creatividad en esto. Creatividad en los nuevos ministerios, y ver hasta dónde se puede llegar. Se habló de seminarios indígenas, y con mucha fuerza. Yo le agradezco la valentía que tuvo el cardenal O’Malley para esto, porque nos puso el dedo en la llaga en algo que es una verdadera injusticia social, que no se le permite de hecho a los aborígenes el camino seminarístico y el camino del sacerdocio. Creatividad en todo esto de los nuevos ministerios y todo. Asumo el pedido de re-llamar a la comisión o quizás abrirla con nuevos miembros para seguir estudiando cómo existía en la iglesia primitiva el diaconado permanente. Ustedes saben que llegaron a un acuerdo entre todos que no era claro. Yo entregué esto a las religiosas, a la Unión general de religiosas que fue la que me pidió hacer la investigación, se lo entregué, y ahora cada uno de los teólogos está con su línea buscando, investigando en eso. Yo voy a procurar rehacer esto con la Congregación para la Doctrina de la Fe, y asumir nuevas personas en esta Comisión, y recojo el guante, que han puesto por allí: “y que seamos escuchadas”. Recojo el guante [aplausos]. Aparecieron algunas cosas que hay que reformar: La Iglesia siempre tiene que ir reformándose. La formación sacerdotal en el país. En algunos países, oí decir, o en un grupo se dijo o acá se dijo una vez —que yo haya escuchado—, que se notaba cierta falta de celo apostólico en el clero de la zona no amazónica respecto a la zona amazónica. Con el cardenal Filoni hemos tenido dificultades cuando una congregación religiosa deja un vicariato, de encontrar sacerdotes de ese país que tomen el vicariato: “No, claro, yo no soy para eso”. Bueno, eso hay que reformarlo. La formación sacerdotal en el país, que es universal, y que hay una responsabilidad de hacerse cargo de todos los problemas de los países geográficos, digamos, de esa conferencia episcopal. Pero reformar eso: que no exista la falta de celo. Lo mismo algunos —recuerdo dos— señalaron el tema que quizás no se vea la falta de celo tan fuerte —perdón—, haya falta de celo, fuerte o no pero… en jóvenes religiosos, como una cosa que hay que tener en cuenta. Los jóvenes religiosos tienen una vocación muy grande y hay que formarlos en el celo apostólico para ir a las fronteras. Sería bueno que en el plan de formación de los religiosos existiera una experiencia de un año o más en regiones limítrofes. Lo mismo, y esto es una sugerencia que he recibido por escrito, pero ahora la digo: que en el servicio diplomático de la Santa Sede, en el curriculum del servicio diplomático, los jóvenes sacerdotes al menos pasen un año en tierra de misión pero no haciendo el tirocinio en la Nunciatura como se hace y es muy útil, sino simplemente al servicio de un obispo en un lugar de misión. Eso será estudiado pero también es una reforma a ver. Y la redistribución del clero en el mismo país. Se dijo, refiriéndose a una situación, que hay una cantidad grande de sacerdotes de ese país en el primer mundo, léase Estados Unidos, Europa, etc., y no hay para mandar a la zona amazónica de ese país. Eso habrá que evaluarlo, pero estar de acuerdo. Los fidei donum interesados… es verdad que a veces —y esto me pasó a mí siendo obispo en otra diócesis— te viene uno que vos lo mandaste a estudiar y se enamoró del lugar y quedó en el lugar y con todo lo que ofrece el primer mundo y no te quiere volver a la diócesis. Y claro, uno por salvar la vocación, cede. Pero en ese punto, tener mucho cuidado y no favorecer. Agradezco, los verdaderos sacerdotes fidei donum que vienen a Europa de África, de Asia y de América, pero los que son fidei donum, que devuelven aquel fidei donum que hizo Europa para con ellos. Pero es un peligro los que vienen y se quedan. Es una cosa un poco triste, me decía un obispo de Italia, que tiene tres de estos que se quedaron y que no le van a celebrar una misa a los pueblitos de la montaña si antes no le llega la oferta. Esto es histórico de acá, de ahora. Entonces, estemos alerta con eso, y seamos valientes en hacer esas reformas de redifusión del clero en el mismo país.
Y punto de la parte pastoral fue de la mujer. Evidentemente la mujer: lo que se dice en el documento, queda “corto”, lo que es la mujer ¿no es cierto? En la transmisión de la fe, en el conservar la cultura. Quisiera solamente subrayar esto: que todavía no hemos caído en la cuenta de lo que significa la mujer en la Iglesia y por ahí nos quedamos solamente en la parte funcional, que es importante, que tiene que estar en los consejos… o en todo lo que se dijo, eso sí. Pero el papel de la mujer en la Iglesia va mucho más allá de la funcionalidad. Y eso es lo que hay que seguir trabajando. Mucho más allá.
Después se habló de reorganizaciones, se hace al final del documento y vi que a algunos por los votos, no les parecía. Organismo de servicio, siguiendo la Repam, hacer una especie de…, que la Repam tenga más consistencia, una especie de cara amazónica. No sé, de progresar en la organización, progresar en las semi-conferencias episcopales, o sea: hay una conferencia episcopal del país, pero también hay una semi-conferencia episcopal parcial de una zona, y eso se hace en todos lados, acá en Italia está la conferencia episcopal lombarda… O sea, hay países que tienen conferencias episcopales sectoriales, por qué no los países de la región amazónica hacer pequeñas conferencias episcopales amazónicas, que pertenecen a la general, pero que hacen su trabajo. Y organizando esa estructura tipo Repam, tipo Celam amazónico… Abriendo, abriendo.
Se habló de una reforma ritual, abrirse a los ritos, esto está dentro de las competencias de la Congregación para el Culto Divino, y puede hacerlo siguiendo los criterios y en eso sé que lo pueden hacer muy bien, y hacer las propuestas necesarias que la inculturación pide. Pero siempre jueguen al desborde, siempre más allá. No sólo organización ritual, organización de otro tipo, lo que vaya inspirando el Señor. De las 23 iglesias con rito propio que se mencionaron en el documento, que fueron saliendo al menos en el pre-documento, creo que al menos 18, si no 19 son iglesias sui iuris y empezaron de chiquito, y armando tradiciones hasta donde el Señor nos lleve, no tenerle miedo a las organizaciones que custodian una vida especial. Siempre con la ayuda de la Santa Madre Iglesia, Madre de todos, que nos va guiando en este camino para no separarnos. No le tengan miedo.
Y respecto a la organización de la Curia romana también una contribución. Me parece que hay que hacerlo y yo hablaré ya cómo hacerlo con el cardenal Turkson. Abrir una sección amazónica dentro del Dicasterio para la Promoción Humana Integral. De tal manera que, como no tiene trabajo, le doy más.
Quiero, además de agradecer a ustedes que ya lo hice, agradecer a todos los que trabajaron fuera, sobre todo de esta sala. Bueno, a los secretarios que han ayudado. A la secretaría escondida, a los medios, al equipo de difusión, a los que prepararon los encuentros y las informaciones. Los grandes escondidos que hacen posible que una cosa vaya adelante. La famosa regia, que nos ha ayudado tanto. A ellos, un agradecimiento también.
Incluyo a la Presidencia de la Secretaria general en el agradecimiento con todos y un agradecimiento a los medios de comunicación —que yo pensé que iban a estar acá para escuchar la votación, como es pública la votación— por lo que han hecho. Gracias por este asunto, por este favor que nos hacen de difundir el Sínodo. Yo les pediría un favor: que en la difusión que hagan del documento final se detengan sobre todo en los diagnósticos, que es la parte pesada, que es la parte realmente donde el Sínodo se expresó mejor: el diagnóstico cultural, diagnostico social, el diagnóstico pastoral y el diagnóstico ecológico. Porque la sociedad tiene que hacerse cargo de esto. El peligro puede ser que se entretengan quizás —es un peligro, no digo que lo hagan, pero la sociedad lo pide— a veces, en ¿a ver qué decidieron en esta cuestión disciplinar; qué decidieron en otra; ganó este partido, perdió este? En pequeñas cosas disciplinares que tienen su trascendencia, pero que no harían el bien que tiene que hacer este Sínodo. Que la sociedad se haga cargo del diagnóstico que nosotros hemos realizado en las cuatro dimensiones. Yo les pediría a los medios que lo hagan. Siempre hay un grupo de cristianos “elite” que le gusta meterse, como si fuera universal, en este tipo de diagnóstico. Más pequeñitos, o en este tipo de resoluciones más disciplinares intraeclesiásticas, no digo intereclesial, intraeclesiástica, y hacer que el mundo ganó tal sección, ganó tal otra. No, ganamos todos con los diagnósticos que hicimos y hasta donde llegamos en las cuestiones pastorales e intraeclesiásticas. Pero que no se encierren en eso. Pensando hoy en estas “elites” católicas, y cristianas a veces, pero sobre todo católicas, que quieren ir “a la cosita” y se olvidan de lo “grande” me acordé de una frase de Péguy, la fui a buscar. Trato de traducirla bien, creo que nos puede ayudar, cuando describe estos grupos que quieren la “cosita” y se olvidan de la “cosa”. “Porque no tienen el coraje de estar con el mundo, ellos se creen de estar con Dios. Porque no tienen el coraje de comprometerse en las opciones de vida del hombre, se creen de luchar por Dios. Porque no aman a ninguno, se creen de amar a Dios”. A mí me iluminó mucho, no caer prisioneros de estos grupos selectivos que del Sínodo van a querer ver qué se decidió sobre este punto intraeclesiástico o sobre este otro, y van a negar el cuerpo del sínodo que son los diagnósticos que hemos hecho en las cuatro dimensiones.
Gracias de corazón, perdónenme la petulancia y recen por mí, por favor. Gracias [aplausos].
El documento se publica con el resultado de las votaciones, o sea, de cada número, el resultado de las votaciones.
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SANTA MISA DE CLAUSURA DEL SÍNODO DE LOS OBISPOS
CAPILLA PAPAL HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO
Basílica Vaticana
XXX Domingo del Tiempo Ordinario, 27 de octubre de 2019
La Palabra de Dios nos ayuda hoy a rezar mediante tres personajes: en la parábola de Jesús rezan el fariseo y el publicano, en la primera lectura se habla de la oración del pobre.
1. La oración del fariseo comienza así: «Oh Dios, te agradezco». Es un buen inicio, porque la mejor oración es la de acción de gracias, es la de alabanza. Pero enseguida vemos el motivo de ese agradecimiento: «porque no soy como los demás hombres» (Lc 18,11). Y, además, explica el motivo: porque ayuna dos veces a la semana, cuando entonces la obligación era una vez al año; paga el diezmo de todo lo que tiene, cuando lo establecido era sólo en base a los productos más importantes (cf. Dt 14,22 ss.). En definitiva, presume porque cumple unos preceptos particulares de manera óptima. Pero olvida el más grande: amar a Dios y al prójimo (cf. Mt 22,36-40). Satisfecho de su propia seguridad, de su propia capacidad de observar los mandamientos, de los propios méritos y virtudes, sólo está centrado en sí mismo. El drama de este hombre es que no tiene amor. Pero, como dice san Pablo, incluso lo mejor, sin amor, no sirve de nada (cf. 1 Co 13). Y sin amor, ¿cuál es el resultado? Que al final, más que rezar, se elogia a sí mismo. De hecho, no le pide nada al Señor, porque no siente que tiene necesidad o que debe algo, sino que cree que se le debe a él. Está en el templo de Dios, pero practica otra religión, la religión del yo. Y tantos grupos “ilustrados”, “cristianos católicos”, van por este camino.
Y además de olvidar a Dios, olvida al prójimo, es más, lo desprecia. Es decir, para él no tiene un precio, no tiene un valor. Se considera mejor que los demás, a quienes llama, literalmente, “los demás, el resto” (“loipoi”, Lc 18,11). Son “el resto”, son los descartados de quienes hay que mantenerse a distancia. ¡Cuántas veces vemos que se cumple esta dinámica en la vida y en la historia! Cuántas veces quien está delante, como el fariseo respecto al publicano, levanta muros para aumentar las distancias, haciendo que los demás estén más descartados aún. O también considerándolos inferiores y de poco valor, desprecia sus tradiciones, borra su historia, ocupa sus territorios, usurpa sus bienes. ¡Cuánta presunta superioridad que, también hoy se convierte en opresión y explotación –lo hemos visto en el Sínodo cuando hablábamos de la explotación de la creación, de la gente, de los habitantes de la Amazonía, de la trata de personas, del comercio de las personas! Los errores del pasado no han bastado para dejar de expoliar y causar heridas a nuestros hermanos y a nuestra hermana tierra: lo hemos visto en el rostro desfigurado de la Amazonia. La religión del yo sigue, hipócrita con sus ritos y “oraciones” –tantos son católicos, se confiesan católicos, pero se han olvidado de ser cristianos y humanos–, olvidando que el verdadero culto a Dios pasa a través del amor al prójimo. También los cristianos que rezan y van a Misa el domingo están sujetos a esta religión del yo. Podemos mirarnos dentro y ver si también nosotros consideramos a alguien inferior, descartable, aunque sólo sea con palabras. Recemos para pedir la gracia de no considerarnos superiores, de creer que tenemos todo en orden, de no convertirnos en cínicos y burlones. Pidamos a Jesús que nos cure de hablar mal y lamentarnos de los demás, de despreciar a nadie: son cosas que no agradan a Dios. Y hoy providencialmente nos acompañan en esta Misa no solo los indígenas de la Amazonía: también los más pobres de las sociedades desarrolladas, los hermanos y hermanas enfermos de la Comunidad del Arca. Están con nosotros, en primera fila.
2. Pasamos a la otra oración. La oración del publicano, en cambio, nos ayuda a comprender qué es lo que agrada a Dios. Él no comienza por sus méritos, sino por sus faltas; ni por sus riquezas, sino por su pobreza. No se trata de una pobreza económica —los publicanos eran ricos e incluso ganaban injustamente, a costa de sus connacionales— sino que siente una pobreza de vida, porque en el pecado nunca se vive bien. Ese hombre que se aprovecha de los demás se reconoce pobre ante Dios y el Señor escucha su oración, hecha sólo de siete palabras, pero también de actitudes verdaderas. En efecto, mientras el fariseo está delante en pie (cf. v. 11), el publicano permanece a distancia y “no se atreve ni a levantar los ojos al cielo”, porque cree que el cielo existe y es grande, mientras que él se siente pequeño. Y “se golpea el pecho” (cf. v. 13), porque en el pecho está el corazón. Su oración nace precisamente del corazón, es transparente; pone delante de Dios el corazón, no las apariencias. Rezar es dejar que Dios nos mire por dentro –es Dios el que me mira cuando rezo–, sin fingimientos, sin excusas, sin justificaciones. Muchas veces nos hacen reír los arrepentimientos llenos de justificaciones. Más que un arrepentimiento parece una autocanonización. Porque del diablo vienen la opacidad y la falsedad –estas son las justificaciones–, de Dios la luz y la verdad, la trasparencia de mi corazón. Queridos Padres y Hermanos sinodales: Ha sido hermoso y les estoy muy agradecido, por haber dialogado durante estas semanas con el corazón, con sinceridad y franqueza, exponiendo ante Dios y los hermanos las dificultades y las esperanzas.
Hoy, mirando al publicano, descubrimos de nuevo de dónde tenemos que volver a partir: del sentirnos necesitados de salvación, todos. Es el primer paso de la religión de Dios, que es misericordia hacia quien se reconoce miserable. En cambio, la raíz de todo error espiritual, como enseñaban los monjes antiguos, es creerse justos. Considerarse justos es dejar a Dios, el único justo, fuera de casa. Es tan importante esta actitud de partida que Jesús nos lo muestra con una comparación paradójica, poniendo juntos en la parábola a la persona más piadosa y devota de aquel tiempo, el fariseo, y al pecador público por excelencia, el publicano. Y el juicio se invierte: el que es bueno pero presuntuoso fracasa; a quien es desastroso pero humilde Dios lo exalta. Si nos miramos por dentro con sinceridad, vemos en nosotros a los dos, al publicano y al fariseo. Somos un poco publicanos, por pecadores, y un poco fariseos, por presuntuosos, capaces de justificarnos a nosotros mismos, campeones en justificarnos deliberadamente. Con los demás, a menudo funciona, pero con Dios no. Con Dios el maquillaje no funciona. Recemos para pedir la gracia de sentirnos necesitados de misericordia, interiormente pobres. También para eso nos hace bien estar a menudo con los pobres, para recordarnos que somos pobres, para recordarnos que sólo en un clima de pobreza interior actúa la salvación de Dios.
3. Llegamos así a la oración del pobre, de la primera lectura. Esta, dice el Eclesiástico, «atraviesa las nubes» (35,17). Mientras la oración de quien presume ser justo se queda en la tierra, aplastada por la fuerza de gravedad del egoísmo, la del pobre sube directamente hacia Dios. El sentido de la fe del Pueblo de Dios ha visto en los pobres “los porteros del cielo”: ese sensus fidei que faltaba en la declaración [del fariseo]. Ellos son los que nos abrirán, o no, las puertas de la vida eterna; precisamente ellos que no se han considerado como dueños en esta vida, que no se han puesto a sí mismos antes que a los demás, que han puesto sólo en Dios su propia riqueza. Ellos son iconos vivos de la profecía cristiana.
En este Sínodo hemos tenido la gracia de escuchar las voces de los pobres y de reflexionar sobre la precariedad de sus vidas, amenazadas por modelos de desarrollo depredadores. Y, sin embargo, aun en esta situación, muchos nos han testimoniado que es posible mirar la realidad de otro modo, acogiéndola con las manos abiertas como un don, habitando la creación no como un medio para explotar sino como una casa que se debe proteger, confiando en Dios. Él es Padre y, dice también el Eclesiástico, «escucha la oración del oprimido» (v. 16). Y cuántas veces, también en la Iglesia, las voces de los pobres no se escuchan, e incluso son objeto de burlas o son silenciadas por incómodas. Recemos para pedir la gracia de saber escuchar el grito de los pobres: es el grito de esperanza de la Iglesia. El grito de los pobres es el grito de esperanza de la Iglesia. Haciendo nuestro su grito, también nuestra oración, estamos seguros, atravesará las nubes.
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