Así lo cuenta Lucas en el capítulo 24 de su Evangelio, los dos discípulos de Emaús. Habían sentido a Jesús cerca, mientras les explicaba, Las Escrituras, lo sentían cerca, ardía su corazón, pero de haberse quedado en ello, hubieran contado a los once, que un extranjero, seguramente un gentil les había dado una charla, sobre La Thora, y, los profetas
Como aún tenían frescas las enseñanzas de su Rabí, invitaron al extranjero, a cenar con ellos, no fuera que en el camino lo asaltasen al ir solo, sin saber porque se sentían a gusto, con el extraño
De no haberlo invitado, nada más hubiera pasado
Ya en la mesa, al partir el pan, nombre que los cristianos desde los primeros siglos reservamos para La Misa, “La fracción del pan”, vieron que el extranjero, era Él, el Maestro vivo, gloriosos, no dice nada Lucas de que vieran huellas de clavos, sólo que entonces supieron que estaba vivo que era Señor de la vida y de la muerte, que tenían que ir a contarlo a los once. Y, así lo hicieron, tal como narra Lucas
El estudio, la meditación de la Escritura es buena es santa, nos acerca a Jesús que es La Palabra
La ayuda al pobre, al extranjero, porque él está en todo hermano necesitado
Nos hace capaces de aceptar su presencia misteriosa pero real en el Pan y el Vino consagrados, y, es allí donde Él se nos da plenamente. Donde sabemos por la Fe, y, el corazón que está vivo, no sólo como Dios, sino como Hombre, el único Hombre que salva.