La oración según algunos santos
San Juan María Vianney
(1786-1859)
Decía: El hombre tiene un
hermoso deber y obligación: orar y amar. Si oráis y amáis, habréis hallado la
felicidad en este mundo. La oración no es otra cosa que la unión con Dios. Dios
y el alma son como dos trozos de cera fundidos en uno solo, que ya nadie puede
separar. Es algo muy hermoso esta unión de Dios con su pobre criatura: es una
felicidad que supera toda comprensión.
El cura de Ars se dejaba
embargar particularmente ante la presencia real de Jesús en la Eucaristía. Ante
el sagrario pasaba frecuentemente largas horas en adoración antes del amanecer
o durante la noche; durante las homilías solía señalar el sagrario, diciendo
con emoción: Él está ahí.. Y ciertamente, él lo amaba y se sentía
irresistiblemente atraído hacia el sagrario. En toda ocasión, él inculcaba a
sus fieles el respeto y amor a la divina presencia eucarística, incitándolos a
acercarse con frecuencia a la comunión, y él mismo daba ejemplo de esta
profunda piedad. Para convencerse de ello, refieren los testigos, bastaba verle
celebrar la santa misa y hacer la genuflexión, cuando pasaba delante del
sagrario.
Santa Teresita del Niño Jesús
(1873-1897)
Esta gran santa y doctora de la
Iglesia decía: La oración es un impulso del corazón, una simple mirada dirigida
al cielo, un grito de agradecimiento y de amor, tanto en medio de la
tribulación como en medio de la alegría. En fin, algo grande, algo
sobrenatural, que me dilata el alma y me une a Jesús (MC 25). A ella le
resultaba muy difícil rezar el rosario y, con frecuencia, su oración se reducía
a decir despacio el padrenuestro y el avemaría. Pero toda su vida era un
continuo acto de amor a Dios y a los demás. Ella se sentía como un niño en los
brazos de Dios y todo lo hacía por su amor, diciéndole muchas veces que lo
amaba. Nos dice:
¿Cómo demostrará el niño su
amor, si el amor se prueba con las obras? Pues bien, el niñito arrojará flores,
perfumará con sus aromas el trono real, cantará con su voz argentina el cántico
del amor... ¡Oh, Amado mío, no tengo otro modo de probarte mi amor que
arrojando flores, es decir, no desperdiciando ningún pequeño sacrificio,
ninguna mirada, ninguna palabra, aprovechando las más pequeñas cosas y
haciéndolas por amor! Quiero sufrir por amor y hasta gozar por amor; de esta
manera, arrojaré flores delante de tu trono. No hallaré flor en mi camino que
no deshoje para Ti... Además de arrojar mis flores, cantaré, cantaré, aun
cuando tenga que recoger mis flores de en medio de las espinas. Y tanto más
melodioso será mi canto, cuanto más largas y punzantes sean las espinas... Oh
Jesús mío, os amo. Amo a la Iglesia, mi Madre. Recuerdo que el más pequeño
movimiento de puro amor le es más útil que todas las demás obras juntas
(Manuscrito B 4).
Y ese amor a Jesús lo
manifestaba especialmente en la Eucaristía. Y, por eso, habla de las horas
benditas pasadas a los pies de Jesús ante el sagrario (Carta 46). Cuando estoy
junto al sagrario no sé decir más que una sola cosa a Nuestro Señor: “Dios mío,
Tú sabes que te amo” (Carta 131). En una época de tribulación para la Comunidad,
tuve el consuelo de recibir todos los días la sagrada comunión (no era
costumbre en ese tiempo). Jesús me hizo este regalo durante mucho tiempo,
durante más tiempo que a sus fieles esposas, pues me permitió recibirlo, cuando
las demás se veían privadas de tanta dicha. También me sentía dichosa de tocar
los vasos sagrados y de preparar los corporales, destinados a recibir a Jesús
(Manuscrito A 79).
Beata Isabel de la Santísima
Trinidad (1880-1906)
Nos dice: Dios ha infundido en
mi corazón una sed del infinito y un anhelo tan grande de amor que sólo Él
puede saciarlo. Me dirijo a Él como el niño a su madre para que invada y llene
plenamente mi ser, para que se posesione de mí y me lleve en sus brazos.
Tenemos que ser sencillos en nuestro trato con el Señor (Carta 147). He hallado
mi cielo en la tierra, pues el cielo es Dios y Dios está en mi alma. El día que
comprendí esta verdad, todo se iluminó para mí. Quisiera revelar este secreto a
todas las personas a quienes amo para que ellas se unan siempre a Dios a través
de todas las cosas, y se cumpla así la oración de Jesucristo: “Padre, que sean
completamente uno” (Carta 110).
Quisiera vivir sólo de amor.
Quisiera vivir por encima de este mundo, donde todo deja vacío el alma (Carta
206). Quiero vivir de amor, es decir, vivir solamente de Él, en Él y por
Él(Carta 50).
La plenitud de mis deseos
Señor, es recibiros en la Eucaristía todos los días y vivir de una comunión a
otra en vuestra unión, en vuestra intimidad. ¡Oh! Esto sería el paraíso en la
tierra. Jesús mío, concededme, os suplico, esta gran felicidad. Reconozco que
soy débil, que soy indigna, pero ¿no sois, Señor, el autor de la vida? ¿No sois
toda mi fortaleza y todo mi apoyo? Venid, venid todos los días a mi pobre
corazón.
Beato Rafael Arnáiz (1911-1938)
Para él la oración era vivir
amando. Para ello, el silencio de la Trapa le ayudaba mucho. Un día estaba
pelando nabos y dice: Estoy pelando nabos, ¿para qué? Y el corazón, dando un
brinco contesta medio alocado: Pelo nabos por amor, por amor a Jesucristo... Se
pueden hacer de las más pequeñas acciones de la vida, actos de amor a Dios...,
el cerrar o abrir un ojo hecho en su nombre nos puede hacer ganar el cielo. El
pelar nabos, por verdadero amor a Dios, le puede a Él dar tanta gloria y a
nosotros tantos méritos como la conquista de las Indias... Si me hubiera dejado
llevar de mis impulsos interiores, hubiera comenzado a tirar nabos a diestra y
siniestra, tratando de comunicar a las pobres raíces de la tierra la alegría
del corazón... Hubiera hecho verdaderas filigranas con los nabos, la navaja y
el mandil... La próxima vez que vuelva a pelar raíces, sean las que sean, le
pido a María que me envíe a los ángeles del cielo para que yo, pelando, y ellos
llevando en sus manos el producto de mi trabajo, vayan poniendo a sus pies
rojas zanahorias; a los pies de Jesús, blancos nabos y patatas y cebollas,
coles, lechugas...
En fin, si vivo muchos años en
la Trapa, voy a hacer del cielo una especie de mercado de hortalizas y, cuando
el Señor me llame y me diga basta de pelar, suelta la navaja y el mandil, y ven
a gozar de lo que has hecho..., cuando me vea en el cielo entre Dios y los
santos y tanta legumbre, Señor Jesús mío, no podré menos de echarme a reír.
Dios me quiere tanto que los
mismos ángeles no lo comprenden. ¡Qué grande es la misericordia de Dios!
¡Quererme a mí, ser mi amigo, mi hermano, mi padre, mi maestro, ser Dios y ser
yo lo que soy! ¡Cuánto te amo, Señor, en mi soledad! ¡Cuánto quisiera ofrecerte
que no tengo, pues ya te lo he dado todo! Pídeme, Señor; pero ¿qué he de darte?
¿Mi cuerpo? Ya lo tienes; es tuyo. ¿Mi alma? ¿En quién suspira, sino en Ti para
que de una vez la acabes de tomar? ¿Mi corazón? Está a los pies de María,
llorando de amor. ¿Mi voluntad? ¿Acaso, Señor, no deseo lo que Tú deseas? Dime,
Señor, cuál es tu voluntad y pondré la mía a tu lado. Amo todo lo que Tú me
envíes y me mandes, tanto salud como enfermedad, tanto estar aquí como allí,
tanto ser una cosa como otra. ¿Mi vida? Tómala, Señor Dios mío, cuando Tú
quieras. ¡Cómo no ser feliz así!.
Gabriela Bossis (1874-1950)
Esta gran mística francesa
recibía mensajes de Jesús en los que le pedía una vida de comunicación amorosa
y sencilla con Él. En su libro Él y Yo, que es su Diario y, tiene más de 50
ediciones, ella nos va desgranando los mensajes recibidos. Jesús quería que su
vida fuera un continuo acto de amor y comunicación amorosa con Él. Veamos
algunos mensajes:
Si supieras lo sensible que soy
para las cosas pequeñas... Nada es pequeño para Mí (Nº 45 y 60). Pon tu felicidad
en servirme en los más mínimos detalles, porque nada es pequeño, cuando se hace
con amor (Nº 1466). Ofréceme tus acciones más ordinarias, las más pequeñas como
un ramillete de flores de campo. ¿A quién no le gustan esas florecillas tan
modestas? (Nº 761).
Un Gloria al Padre puede
producir allá a lo lejos una conversión, cambiar la actitud de un gobernante,
pacificar un pueblo, ayudar al Papa, extender la acción de los misioneros,
hacer vivir a Dios en el interior de las almas, someter a un moribundo difícil.
¿Qué no podrá lograr un solo Gloria al Padre, animado por la divina
misericordia? (Nº 1477). No pierdas ni un minuto. Es poco el tiempo de la vida
para salvar a tantas almas. Y no creas que la salvación se obtiene solamente
con oraciones: todo sirve, aun las más ordinarias acciones de la vida de todos
los días, cuando se vive la vida para Dios (Nº 1338).
Cuando estés despierta, durante
la noche, llena esos momentos de amor por la comunión que vas a recibir a la
mañana siguiente. Tiéndeme los brazos. Dame los nombres más dulces, aunque
estés medio dormida (Nº 1257). Inventa continuamente maneras nuevas de amarme.
¿No te sentirás feliz de saber que me haces feliz? (Nº 663). Rodéame de flores,
inventa delicadezas de cariño (Nº 703). Invita a los ángeles para que te
ayuden. ¡Tengo tanto deseo de que estés más cerca! ¡Es tanto lo que tengo que
darte y que decirte! ¡Ven, siempre más cerca! (Nº 981). Pide cada mañana ayuda
a mi madre, al santo del día y a tu ángel (Nº 1027). Mientras tú duermes, yo no
te quito de encima la mirada. Ruega a tu ángel que me ofrezca en tu nombre
todas las respiraciones de tu reposo. ¡Qué sencillo es el amor! Despiertos, se
ama; dormidos, también se ama (Nº 1118).
Juan Pablo II
Toda su vida fue una
continua oración. Era un hombre de oración. Se había consagrado a Jesús por
María. Su vida era de Jesús y de María para servir a la Iglesia y a todos los
hombres. ¡Cuánto amaba a Jesús y a María! Un detalle nos lo cuenta su médico
personal, el doctor Renato Buzzonetti: El día del atentado (13-5-1981), en la
ambulancia que lo llevaba al hospital, el Santo Padre daba ligeros gemidos e
invocaba ininterrumpidamente en polaco: Jesús, María, Madre Mía. Las primeras
palabras que dijo públicamente después de la operación, a raíz del atentado, fueron
éstas: En unión con Cristo, sacerdote y víctima, ofrezco mis sufrimientos por
la Iglesia y el mundo. Y a ti, Virgen María, te repito: Totus tuus ego sum (Soy
todo tuyo).
Su amor a Jesús lo manifestaba
especialmente cada día en la celebración de la misa. Decía: Nada tiene para mí
mayor sentido ni me da mayor alegría que celebrar la misa todos los días. Ha
sido así desde el mismo día de mi ordenación sacerdotal (USA, 14-9-1987).
Para mí, el momento más
importante y sagrado de cada día es la celebración de la Eucaristía. Jamás he
dejado la celebración del santísimo sacrificio. La santa misa es el centro de
toda mi vida y de cada día (27-10-1995). Desde los primeros años de sacerdocio,
la celebración de la Eucaristía ha sido, no sólo el deber más sagrado, sino
sobre todo la necesidad más profunda del alma... El misterio eucarístico es el
corazón palpitante de la Iglesia y de la vida sacerdotal.
En mi capilla privada, no
solamente rezaba, sino que me sentaba y escribía. Allí escribía mis libros...
Estoy convencido de que la capilla es un lugar del que proviene una especial
inspiración. Es un enorme privilegio poder vivir y trabajar al amparo de esta
presencia de Jesús ¡Cómo no sentir una renovada necesidad de estar largos ratos
en conversación espiritual, en adoración silenciosa, en actitud de amor, ante
Cristo presente en el Santísimo Sacramento! ¡Cuántas veces he hecho esta
experiencia y en ella he encontrado fuerza, consuelo y apoyo!.
Juan Pablo II, el gran devoto
de María, que decía frecuentemente: El rosario es mi oración predilecta. Un
hombre de Dios, que sabía amar a todos sin excepción, y que nos enseña a llevar
una vida llena de Dios, de amor y de oración.
Fuente Religión en libertad