Conjugar el hombre Resucitado, el del Tabor, con el Niño de Belén, con el hombre escupido, vejado, flagelado, crucificado, viéndolo como Luz.
Esta es una de las tareas de ser cristiano, conjugar estos verbos, aceptar a Jesús Resucitado; lo que implica no sólo creer en su Resurrección, sino en que Dios me resucito con Él, que Él resucita de nuevo cada vez que un caído se levanta, que la resurrección final de cada uno, sólo será la confirmación de la anterior.
Y, no cabe ahí, sino en tener presente en los momentos duros, que nuestro Dios es Dios de vida, que aunque pueda uno sentirse abandonado al final, te resucita. Pues lo que hizo a la Cabeza, toca a los miembros.
Y conjugar esto con El Tabor, el Tabor es el momento de triunfo glorioso de Jesús frente a los suyos a 3 de los suyos. Pero ese momento fue corto, era como un avance de la Resurrección, pero antes estaba el Calvario. Y, así aceptar esos momentos de felicidad de paz interior y exterior que Dios permite a veces, agradecérselo, pero no olvidar que al Cielo no se va desde el Tabor sino desde El Calvario.
Y, mucho antes del Tabor; Jesús fue el niño de Belén, un bebé indefenso, que no sabía nada, débil que precisaba de su madre para todo, y, ese niño adorado en Navidad, es el Resucitado, el hombre del Tabor, eso es bonito, pero es que antes del Resucitado, fue el hombre al que escupieron, flagelaron, al que los suyos abandonaron. Al que Dios su Padre en apariencia abandono también, él que sudo sangre, al que las autoridades religiosas de su Pueblo, el Pueblo de Dios, rechazaron y pidieron su muerte de cruz, él que fue sacado fuera del pueblo, para morir fuera de las murallas de la ciudad en el monte impío de la Calavera, eso significa Calvario. Para morir como un maldito. Que murió insultado por todos. Hasta por sus compañeros de suplicio, sólo al final uno de ellos, el mal llamado buen ladrón, porque no era ladrón sino diríamos hoy terrorista, lo defendió y le pidió se acordase del. Y, al final cuando ya había muerto, un gentil.
Y, en ese momento cuando muere en aparente abandono, y, Dios no manda rayos, es cuando más ilumina, cuando revela que es en Verdad Dios y hombre, que es La Luz, y, eso lo coronará la Resurrección
Y, así si alguna vez nos vemos condenados de ese modo, es decir despreciados, echados fuera por los que en realidad son “los buenos”, si nos rechazan pensando servir a Dios. Si “nos crucifican”, o si vemos crucificados, pensar en Jesús y no olvidar este último momento de su vida terrena, pues ahí es nuestra Luz, pero también en los otros. Es siempre Él mismo. El Hijo del Dios de Israel, y, de la Joven Judía María de Nazaret, y de José el carpintero judío, aunque de José no sea hijo biológico.