martes, 21 de febrero de 2017

Meditación del hermano Alois nada es imposible para Dios



«Nada es imposible para Dios»: comprendiendo que Dios la necesitaba para poder venir a la tierra, María cree en la palabra del ángel. (Luc 1.26-38)
No había vivido aún con José cuando el ángel le dice que tendría un hijo que sería el Cristo de Dios. Lo que se le había anunciado era humanamente imposible. Habría tenido muy buenas razones para decir no. Sin embargo, ella digo sí.

Y la manera en que Dios actua, inaudita, inaugurada en Abrahán quien tuvo confianza sin saber a dónde iba, se realiza en ella de una manera nueva y única.

El Evangelio llama a María «llena de gracia»: desde siempre, había sido amada por Dios y preparada para lo que Dios esperaba de ella. Ninguno de sus vecinos podía adivinar el misterio que María de Nazaret llevaba en su interior. ¿No es en un profundo silencio donde los misterios más grandes suceden? En la historia, a veces basta con unas pocas personas para cambiar el rumbo de los acontecimientos. La confianza y el valor de María bastaron para dejar que Dios entrase en la humanidad.
Dios esperaba de esta muchacha joven un sí libre. Ella lo pronuncia: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.» De ahí en adelante, su fe será probada severamente. El nacimiento de Jesús en la improvisación, la distancia que el muchacho de doce años marca con respecto a sus padres, la respuesta cortante por la cual Jesús le da a entender que en lo sucesivo existen lazos más profundos que los de la sangre, todo ello no le hace perder la confianza.
En Cana, invita a otros a entrar en esa misma confianza : «Haced lo que él os diga.» (Juan 2.1-12) Su sí, ella lo pronuncia de nuevo en el momento en el que todo se vuelve incomprensible, incluso absurdo. Cuando Jesús muere en una cruz, ella esta ahí. Y entonces Jesús la confia como madre al discípulo Juan. (Juan 19.25-27)
Este sí de toda una vida, es el que Dios espera de cada una, de cada uno de nosotros. Es como si nos dijese : «Te necesito para que el Evangelio pueda llegar a todos los hombres. No temas tus límites ni los sufrimientos. No te abandonaré jamás.»
El icono de María, Madre de Dios, presentándonos su hijo, muestra que, previamente a poner la confianza en el Evangelio, ella nos orienta hacia la persona de Jesús. El icono reproducido aquí se encuentra en la iglesia de Taizé. Fue bendecido en 1962 por el Metropolitano Nikodim, de la Iglesia ortodoxa rusa, cuando nos visitó.
La Virgen María prefigura la Iglesia. En la comunión de los santos estamos ligados a ella, como a una madre muy cercana. Innumerables creyentes han encontrado consolación y ánimo al acudir a ella, con la confianza que está viva junto a Dios. Muchas personas desvalidas encuentran a su lado sosiego para sus heridas, una sanación del corazón.
La veneración de María forma parte de nuestra alabanza de Dios: cuando meditamos la manera en que Dios se ha encarnado, adoramos a Cristo y nos maravillamos también ante María.
La veneración de María ha adoptado diferentes formas según los lugares y las épocas . (*) Comenzando por el evangelista Lucas que pone en labios de María estas palabras: «Todas las generaciones me llamarán bienaventurada.» (Lucas 1.48) Algunos himnos antiguos cantan esta alabanza de María con una gran belleza poética: «Alégrate, tú que llevas en tu seno a Quien lleva todo; alégrate, Estrella que anuncias la salida del Sol; alégrate, tú que acoges en tu carne tu hijo y tu Dios; alégrate, tú que eres primicia de la Creación nueva.» (Himno acatista a la Madre de Dios)
La fiesta del 15 de agosto, que proviene de Oriente, probablemente de Jerusalén, celebra la consumación del peregrinaje de María. Ella, a partir de ese momento, está junto a Cristo. Él ha tomado cerca de sí a quien el Espíritu Santo había preparado para que le diese la vida en la tierra. La fe de la Virgen se convierte en visión. María testimonia que la obra de la reconciliación realizada por Cristo halla su cumplimiento.
Los cristianos de Oriente no hablan de «asunción» sino de «dormición» de la Virgen. Su manera de respetar el misterio es deteniéndose, por así decirlo, en el umbral. Cuando, de forma más explícita, La Iglesia católica dice que María fue «elevada a la gloria del cielo en cuerpo y alma» (Concilio Vaticano II, Lumen Gentium 59), está afirmando que la Virgen María es acogida en Dios con toda su persona, con todo lo que constituye su vida.
María permanecerá siempre como el ejemplo de la fe. Hoy, cuando un sí para siempre en el matrimonio o el celibato se cuestiona fácilmente, es aún más importante que aquellas y aquellos que han dado ese sí lo mantengan vivo y lo alimenten, inspirados por María.
Contemplar el sí de María, el camino que ella ha recorrido hasta su acogida en Dios, confirma que «nada es imposible para Dios », y ello puede conducirnos a asumir el riesgo de jugárnoslo todo a la fe en Cristo.
(*) Varios documentos ecuménicos, entre ellos el del Grupo de Dombes («María en el designio salvífico de Dios y en la comunión de los santos», 1997) abre una vía para que todos los bautizados reconozcan juntos el lugar que tiene la Virgen María en el plan de salvación, mediante la aceptación de que existen formas diversas de veneración. ¿Cómo la madre del Señor, figura de la Iglesia, podría separarnos? No, ¡ella nos une!

Copyright © Ateliers et Presses de Taizé.- Publicado en el periódico « La Croix »