«Nada
es imposible para Dios»: comprendiendo que Dios la necesitaba para poder venir
a la tierra, María cree en la palabra del ángel. (Luc 1.26-38)
No
había vivido aún con José cuando el ángel le dice que tendría un hijo que sería
el Cristo de Dios. Lo que se le había anunciado era humanamente imposible.
Habría tenido muy buenas razones para decir no. Sin embargo, ella digo sí.
Y
la manera en que Dios actua, inaudita, inaugurada en Abrahán quien tuvo
confianza sin saber a dónde iba, se realiza en ella de una manera nueva y
única.
El Evangelio llama a María «llena de gracia»: desde siempre, había
sido amada por Dios y preparada para lo que Dios esperaba de ella. Ninguno de
sus vecinos podía adivinar el misterio que María de Nazaret llevaba en su
interior. ¿No es en un profundo silencio donde los misterios más grandes
suceden? En la historia, a veces basta con unas pocas personas para cambiar el
rumbo de los acontecimientos. La confianza y el valor de María bastaron para
dejar que Dios entrase en la humanidad.
Dios esperaba de esta muchacha joven un sí libre. Ella lo
pronuncia: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.» De ahí
en adelante, su fe será probada severamente. El nacimiento de Jesús en la
improvisación, la distancia que el muchacho de doce años marca con respecto a
sus padres, la respuesta cortante por la cual Jesús le da a entender que en lo
sucesivo existen lazos más profundos que los de la sangre, todo ello no le hace
perder la confianza.
En Cana, invita a otros a entrar en esa misma confianza : «Haced
lo que él os diga.» (Juan 2.1-12) Su sí, ella lo pronuncia de nuevo en el
momento en el que todo se vuelve incomprensible, incluso absurdo. Cuando Jesús
muere en una cruz, ella esta ahí. Y entonces Jesús la confia como madre al
discípulo Juan. (Juan 19.25-27)
Este sí de toda una vida, es el que Dios espera de cada una, de
cada uno de nosotros. Es como si nos dijese : «Te necesito para que el
Evangelio pueda llegar a todos los hombres. No temas tus límites ni los
sufrimientos. No te abandonaré jamás.»
El icono de María, Madre de Dios, presentándonos su hijo, muestra
que, previamente a poner la confianza en el Evangelio, ella nos orienta hacia
la persona de Jesús. El icono reproducido aquí se encuentra en la iglesia de
Taizé. Fue bendecido en 1962 por el Metropolitano Nikodim, de la Iglesia
ortodoxa rusa, cuando nos visitó.
La Virgen María prefigura la Iglesia. En la comunión de los santos
estamos ligados a ella, como a una madre muy cercana. Innumerables creyentes
han encontrado consolación y ánimo al acudir a ella, con la confianza que está
viva junto a Dios. Muchas personas desvalidas encuentran a su lado sosiego para
sus heridas, una sanación del corazón.
La veneración de María forma parte de nuestra alabanza de Dios:
cuando meditamos la manera en que Dios se ha encarnado, adoramos a Cristo y nos
maravillamos también ante María.
La veneración de María ha adoptado diferentes formas según los
lugares y las épocas . (*) Comenzando por el evangelista Lucas que pone en
labios de María estas palabras: «Todas las generaciones me llamarán
bienaventurada.» (Lucas 1.48) Algunos himnos antiguos cantan esta alabanza de
María con una gran belleza poética: «Alégrate, tú que llevas en tu seno a Quien
lleva todo; alégrate, Estrella que anuncias la salida del Sol; alégrate, tú que
acoges en tu carne tu hijo y tu Dios; alégrate, tú que eres primicia de la
Creación nueva.» (Himno acatista a la
Madre de Dios)
La fiesta del 15 de agosto, que proviene de Oriente, probablemente
de Jerusalén, celebra la consumación del peregrinaje de María. Ella, a partir
de ese momento, está junto a Cristo. Él ha tomado cerca de sí a quien el
Espíritu Santo había preparado para que le diese la vida en la tierra. La fe de
la Virgen se convierte en visión. María testimonia que la obra de la
reconciliación realizada por Cristo halla su cumplimiento.
Los cristianos de Oriente no hablan de «asunción» sino de «dormición»
de la Virgen. Su manera de respetar el misterio es deteniéndose, por así
decirlo, en el umbral. Cuando, de forma más explícita, La Iglesia católica dice
que María fue «elevada a la gloria del cielo en cuerpo y alma» (Concilio
Vaticano II, Lumen Gentium 59), está
afirmando que la Virgen María es acogida en Dios con toda su persona, con todo
lo que constituye su vida.
María permanecerá siempre como el ejemplo de la fe. Hoy, cuando un
sí para siempre en el matrimonio o el celibato se cuestiona fácilmente, es aún
más importante que aquellas y aquellos que han dado ese sí lo mantengan vivo y
lo alimenten, inspirados por María.
Contemplar el sí de María, el camino que ella ha recorrido hasta
su acogida en Dios, confirma que «nada es imposible para Dios », y ello puede
conducirnos a asumir el riesgo de jugárnoslo todo a la fe en Cristo.
(*) Varios documentos ecuménicos, entre ellos el del Grupo de
Dombes («María en el designio salvífico de Dios y en la comunión de los
santos», 1997) abre una vía para que todos los bautizados reconozcan juntos el
lugar que tiene la Virgen María en el plan de salvación, mediante la aceptación
de que existen formas diversas de veneración. ¿Cómo la madre del Señor, figura
de la Iglesia, podría separarnos? No, ¡ella nos une!
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Publicado en el periódico « La Croix »