martes, 28 de febrero de 2017

Fe y curaciones

En el N. T, se habla de curaciones realizadas ya por Jesús, ya por los apóstoles, gracias a la fe, de las personas.

Es decir se pone la Fe, como un elemento insustituible para las curaciones, de hecho este el carisma de sanación, fue uno de los más comunes en la primitiva Iglesia de Jerusalén; y hoy en día, es uno de los que más suelen hablar los grupos carismáticos, tanto católicos como acatólicos.

Por supuesto se trata aquí de Fiducia, de la Fe confianza, no del asentimiento a una verdad revelada.

¿ pero hasta donde es esto lógico?, ¿ qué tiene que ver Dios con la enfermedad?

Los clásicos, Dios les perdone, decían por un lado, que Dios enviaba las enfermedades como castigo; a veces un castigo un poco bruto, y que pilla a quien no lo merece, el ejemplo lo tenemos en el ciego de nacimiento

Otros decían que Dios, sólo permitía la enfermedad; pero esto es aún más escandaloso que lo primero, un Dios, Padre –Madre, un Dios Amor; que tiene poder para evitar el sufrimiento, para evitar que una madre de familia enferme de cáncer y deje unos niños huérfanos, o que un joven se quede paralítico en un accidente y no lo hace, pues de un dios así, Dios nos libre

Gracias a Dios, no es así, Dios si es Omnipotente, pero no es un mago de chistera, del mismo modo, que hizo al hombre libre, y respeta su libertad, o no sería tal; del mismo modo puso unas leyes en la naturaleza, y no puede estar cambiándolas cada dos por tres
Dios no quiere la enfermedad

Su hijo, lo dejo bien claro; tanto en la respuesta que da en el caso, del ciego de nacimiento, como en el caso de la enfermedad de Lázaro

Para que se manifiesten en él las obras de Dios. Fue su respuesta a la burrada dicha por sus discípulos.

“ esta enfermedad no es de muerte, sino para gloria de Dios” fue la respuesta en el caso de Lázaro

claro que aquí surge otro problema, ¿Quiere Dios el sufrimiento para su gloria, se gloria en el dolor?

No, porque no puede es Amor, sufre con  la criatura que sufre

¿Entonces, cómo entender las palabras de Jesús?

Para mí, tienen este significado, el sufrimiento físico o psíquico la enfermedad que jamás es querida ni permitida por Dios, pero que surge debido a la débil naturaleza del hombre y a su modo de cargarse voluntaria o involuntariamente las  leyes divinas naturales o físicas, da al hombre la oportunidad de seguir amando a Dios en el dolor, le da la oportunidad de amar al hermano que sufre, le hace fuerte, a ejemplo de San Pablo

Y en eso en el Amor es donde Dios es glorificado

¿qué tiene que ver esto con las curaciones?



No, tenemos mucha fe, por eso no nos atrevemos a pedir milagros, alguno puede objetar que no los merecemos, bueno, merecer no merecemos nada; pero ahí están Jesús y Maria, que paguen ellos a Dios Padre; hay que ser aprovechados.

Por supuesto si a uno le duele la cabeza, debe antes de rezar un ave maría, tomar un analgésico, pero después de eso;  y junto con eso puede y debe rezar y si el dolor llega a ser algo más grave, incluso algo que digan  incurable, confiar en Dios, y pedirle, pedirle lo imposible, que si es bueno, para el que esta enfermo sanar, sanará, Dios ve más y tiene sus caminos, y no siempre piensa como nosotros.


Hay una oración por los enfermos que dice así

“Te rogamos Señor por tu siervo enfermo N. Para que restablecido de su enfermedad te rinda acciones de gracias y glorifique en tu Iglesia, por Jesucristo Nuestro Señor. Amen”


Esta oración  es infalible, si la persona cura físicamente, dará gracias en la Iglesia militante, si fallece lo hará en la Triunfante, o en la Purgante, en ambos casos estará curado, porque  el santo es sano, es decir integro

El Si, de María



El Sí de María, un Sí  incondicional a Dios,  un fiarse de Dios por encima de la fe de Abraham, porque ahora  era más lo que se le pedía, en contra de lo que han  dicho algunos viejos libros de espiritualidad,  yo no creo en la ciencia infusa de Maria, ni en que se supiese “ hasta el VII” de ser así, pues que quieren no le veo mérito alguno.

No, yo no pienso que la jovencita judía, supiese que la criatura cuya concepción se le anunciaba fuese el Hijo natural de Dios,  por la sencilla razón, de que aquella, Muchachita era judía de religión, estaba en el AT, y  el dogma trinitario, lo reveló, precisamente Él que salió de sus entrañas, así que, lo que Maria podía conocer es que aquel Niño sería el Mesías, el Esperado, sin entender el porque de su concepción, contra las leyes de la naturaleza por lo que a la vía paterna se refiere, el ángel no le dice, que su Hijo será Hijo de Dios, si no que será llamado,  “ Hijo de Dios” significa, también en el lenguaje bíblico, hombre justo.

Y Maria acepta aquella maternidad, sabiendo lo que se le viene encima, y no me voy a la Semana Santa, me voy a lo que en la mente de la joven María, debían de surgirle.

José su prometido, su Betulah,  su señor, podía con todo derecho dado por la ley, acusarla y ella y su Hijo morirían apedreados, y, lo mejor que le podría suceder seria que su prometido al final le perdonase la vida, pero quedaría como una proscripta, como una mancha para su familia, y, su Hijo sería señalado como el hijo de una “ harufa” la violada,  todo se pintaba negro para la jovencita,  no hace falta darle conocimientos sobre la pasión que seguramente no tendría, no me la imagino una teóloga docta en las profecías sobre el martirio del Mesías, esto bastaba.

Lo normal, lo que hubiera hecho una persona que no fuese Maria, que no fuese;  La Llena de Gracia, y por ello, la Llena de Fuerza, sería, el decir que no, pero María no lo hace.

Tampoco dice un simple “Sí” como si fuese Ella,  la que le estuviese haciendo el favor a Dios, no, Ella,  la verdadera Pobre de Yahvé, sabe, sabía que Dios es el Único dueño de todo, Ella no le ha dado, porque dar, significa que uno, se cree dueño de algo, no, Maria, la Esclava de Señor, y por ello, La Señora de todo, pues es tan libre que nadie la domina, ni siquiera sus miedos de niña recién hecha mujer,  esta en completa disposición hacia Dios, Dios no tiene que pedirle nada, es su Dueño, un dueño al que adora y ama, si Maria ama a Dios, lo ama por encima de su prometido, de su familia, de Ella misma, no le importa lo que pueda venir, se pone en sus manos, se abandona enteramente, lo deja que haga, que sea lo que Él quiera, y eso hará toda su vida, Dios no es que sepa lo que es mejor, es que simplemente es dueño de Maria, un esclavo no tiene voluntad propia, por eso. Maria dice
“Yo soy la Esclava del Señor, hágase en mi, según tu palabra”   o sea, Dios, no tiene que pedirme permiso, estoy a su disposición

Y la Esclava se convierte en Reina,  en Madre, Esposa, su “Sí” que durará toda su vida, en la que habrá luces y sombras, traerá la salvación a todos.

Maria no salva a nadie, y llamar a Maria salvadora en sentido absoluto es una herejía, no hay más que un Salvador, el fruto bendito del vientre de Maria,  Salvador en primer lugar de Maria, pero ese Salvador; debe su existencia humana a Maria, si ella se hubiera negado, la Encarnación  no se hubiera producido, y el modo ordinario de Redención tampoco, no sabemos si Dios nos hubiese dado otra oportunidad, lo que si sabemos es que este lo tenemos gracias a Dios que lo planeo durante toda la eternidad, pero después gracias a Maria, gracias a La  Virgen María                                                                                                                                                                                                                      


Dios y el Mal



El mal visto a los ojos de Dios
 Dios no quiere el mal, es Amor, y el Amor es contrario al mal, por lo tanto Dios ni puede querer ni puede permitir el mal, si Dios permitiese mal, lo estaría queriendo y no vale el venir con el cuento; de que no lo quiere en sí, pero si el bien, que éste puede traer, no, Dios detesta el mal.

Entonces, viene la pregunta, y por qué hay mal en el mundo, es que Dios no puede hacer nada, pues no, no puede hacer nada, a veces entendemos mal La Omnipotencia divina, Dios no puede hacer absurdos, no puede hacer que una cosa sea y no sea, nada hay imposible para Él es verdad, pero el ser y el no ser, no es algo imposible, es un absurdo, y Dios no es absurdo
 Con el mal pasa igual, para empezar, no todo lo que entendemos por mal, es mal, en el Cielo nos daremos cuenta, y nos reiremos con Dios, seguro que si los peques a los que sus padres llevan a vacunar, pudiesen expresar lo que sienten, no verían en ello un acto de bondad, ahí esta un señor haciéndoles daño, clavándoles una agujita, y su mamá o su papá, más bien parece que le ayudan, y tampoco ya más crecidos entienden porque tienen que tomar las vitaminas, o ir al colé o comer las lentejas en lugar de las golosinas, un “ padre que los quisiera” les consentiría todo, y les dejaría alimentarse a base de chocolatinas y todo tipo de golosinas y nada de cole, y por supuesto nada de médicos ni vacunas.
 Claro que al llegar a la edad adulta antes ya en la adolescencia las cosas cambian, y se descubre que lo que entendíamos por mal, era bien.
 Con Dios pasa lo mismo.
 Sin embargo, si existe el mal, el mal puro y duro, guerras, mujeres maltratadas, niños destrozados.... ¿y esto Dios lo quiere, lo permite?, pues no, ni lo uno, ni lo otro entonces por qué pasa.
 Pues pasa, porque queremos los hombres, los seres humanos
 Y Dios no puede hacer nada, esta como “ impedido”, y no puede hacer nada, porque en su Amor nos hizo a su Imagen, y claro, siendo imagen de Dios hemos de ser libres, nos hizo libres, sin cortapisas, al mar le puso límites a nosotros no, nos dio su Ley, pero esa ley no la convirtió en instinto como a los irracionales, Él no puede actuar intervenir directamente para impedir una acción mala, porque entonces esa libertad sería una comedia, Dios sufre cuando usamos mal su libertad, pero no puede decir ahora te la doy, ahora te la quito, no, nos la puede dar sólo para el bien, ya que entonces seríamos unas marionetas, y el mismo bien, sería una pantomima, ya que si lo hacíamos es que no podíamos hacer otra cosa.

Por el contrario, Dios nos da su gracia, para responder a la libertad y no encadenarnos con el pecado, y una vez que hemos actuado, que obramos mal, entonces sí, Él saca bien incluso del mal, pero Él no permite el mal, permite nuestra libertad, y la permite porque nos ama.


Dios es la Palabra

Dios es la Palabra

En La Escritura se contiene la palabra de Dios, pero la Biblia no es la Palabra de Dios es su palabra, pronunciada por labios humanos, escrita por labios humanas,  y hasta el Evangelio donde si se recogen las palabras salidas de la boca humana de Dios,  llega a nosotros por medio de hombres, hombres inspirados pero hombres

Pero Dios habla, y Dios mismo es su propia Palabra, el Verbo es Palabra, y la Palabra es Dios, Dios nos habla, nos habla por medio de la naturaleza, de los seres irracionales en los  que se muestra gracioso, fuerte vigoroso, inteligente, nos habla a través de su Iglesia, a través de  nuestra conciencia, a través de su palabra escrita o transmitida, y sobre todo a través de nuestros fallos y de los fallos de los demás.

Dios habla siempre, porque Dios es Palabra, Palabra que se hizo carne, Palabra que grita en Silencio, y que requiere silencio y querer oirla, pues si no queremos no la escuchamos



153 peces que no rompieron la red

Los 153 peces
Sí no fuese, porque El Espíritu Santo dice por Pablo, que todo en  La Escritura, ha sido escrito para nuestro provecho, los 153 peces, quedarían como, anécdota, algo que se puso ahí, que los contaron, y entonces pues como si hubiesen sido 140
Pero no es asi, 153, eran los pueblos habitados, que se creía entonces había en el mundo;  es decir Jesús por medio de su Iglesia, que es su Cuerpo, hecha la red salvadora sobre todos los hombres, todos los hombres en Cristo están salvados, sólo quien se obstine en quedar fuera de la red, quedará fuera de la salvación, él que diga que no; y aquí entra la parte invisible de La Iglesia, los que como decía San Pio X,  no pertenecen al Cuerpo de la Iglesia pero si a su Alma
Y hay más todavía, son 153 peces, y bien número de pueblos de entonces, pero los que leyeran el texto, no creo fueran a pensar en eso, ni a contar los pueblos, porque no 150. o 200, pues porque  150, si lo descomponemos tenemos; 3 x 5 x 10 = 150
El 3 a los cristianos nos evoca dos cosas, La Trinidad, el Padre, el Hijo, el Espíritu Santo; y, la Resurrección
El 5, de entrada no evoca nada, o no lo recuerdo, o no lo sé; pero si puede representar la fragilidad humana
El 10, representa la Ley de Dios, el Decálogo
Así que lo que nos dice. Lo que me dice es que
El hombre, los hombres frágiles, por la aceptación de la Voluntad de Dios, manifestada en los Mandamientos de su Ley, gracias a la Resurrección de Cristo, serán por la infinita Misericordia de La Santísima Trinidad, llevados a la Iglesia, es decir unidos al Cristo glorioso


Después de resucitado, les da de comer



“Les da de comer”
“Jesús les dice, “venid a comer”; ninguno le pregunto quién era, porque sabían que era El Señor, entonces tomo pan y pescado y se lo dio, fue la tercera vez  que se apareció Jesús, después de Resucitado” Jn 21, 13
Les da de comer, Jesús alimenta a sus discípulos como aquella vez de los panes y los peces, el pez es símbolo primero del cristianismo porque su nombre Icsthios,  son las iniciales de “Jesús el Cristo, hijo de Dios salvador”, el pez además evoca la Resurrección, porque se sumerge en el agua, y se deja ver, es también una imagen  de Jesús Resucitado, el Pan, nuestra Eucaristía, la humanidad santísima de Jesús, Jesús nos alimenta con La Eucaristía, con su Palabra con los Sacramentos
Los discípulos no preguntan, quién es, ya lo saben es El Señor, es Dios, es Yhv, también nosotros cuando somos alimentados por La Palabra, los Sacramentos, la Eucaristía, el Perdón, la sana doctrina, no decimos, tú cura quién eres, otro pecador como yo, tú Papa no me gustas, quién eres para hacer esto, no lo hacemos, porque como aquellos 11, sabemos que es El Señor, no importa la forma que adopte, es El Señor, y por eso, bajamos la cabeza
Sabemos que Jesús glorioso vive en su Iglesia, y nos sale al encuentro en elementos pobres, por eso escuchamos  y obedecemos al Papa, porque en él vemos al Señor
Por eso, comulgamos un trozo de pan, sabiendo que allí esta Jesús glorioso, porque lo ha dicho el sacerdote, y, sabemos que el sacerdote esta “encubriendo a Jesús”, que Es el Señor quien lo dice



Pedro se ciño la toalla, pues estaba desnudo, y se echo al mar

Pedro desnudo se viste para ir al encuentro de Jesús.
El discípulo al que amaba Jesús, dijo; "Es el Señor. al oír Pedro que era El Señor,  se ciñó una toalla pues estaba desnudo y se echó al mar". Jn 21. 7
Nunca entendí, porque Pedro, " se vestía para echarse al mar", porque era un contrasentido. Y, es que olvidaba la Enseñanza que  Juan quiere transmitir.
Primero.  No dice, “Es Jesús”,  si no que dice otra cosa muy distinta, a la que no pueden llegar;   “sin el Espíritu Santo”
Dice;  "Es El Señor"
¿Y no es lo mismo? Si, y no, es decir Jesús es el Señor, porque es Dios, eso lo creemos, lo sabemos, pero al afirmarlo: La Comunidad Joánica,  está haciendo una confesión en su divinidad
“Señor, Adonai”, es la expresión que usaban que usan los judíos; para no nombrar, el Nombre, sobre todo nombre, el Nombre de Yhv; Juan por lo  tanto,  está confesando, que Jesús es Dios, que es Dios quien viene a su encuentro, es Dios, quien no tiene en cuenta sus traiciones, cobardías
Y,  en el Libro del Éxodo, está la clave de lo que hace Pedro,  que por otro lado recuerda aquella escena en que Jesús va caminando sobre las aguas, y Pedro, le pide que le permita ir a Él, aquí al oír que “era el Señor”, no su amigo, y, Maestro Jesús, Pedro ya había confesado su mesianismo, y, en cierto modo su divinidad, pero ahora es como un “Encuentro”
“Es el Señor”, es Yhv, El Creador, a Ese es a Quien, Pedro negó, por eso Pedro se echa al mar, lo necesita, se hunde en su misericordia
Segundo. ¿Pero por qué se ciñe la toalla?, porque Pedro es judío, conoce las Escrituras ha leído, o escuchado muchas veces lo que Dios “mando” a Moisés
“Hazles también calzones de lino, para cubrir su desnudez desde la cintura hasta los muslos. “Aarón y sus hijos los llevarán al entrar en la Tienda del Encuentro, o al acercarse al altar para oficiar en el Santuario, para que no incurran en culpa y mueran. Decreto perpetuo será éste para él y su posteridad.” Éxodo 28, 42- 43
No puede presentarse “desnudo ante el Señor”, como no podían hacerlo los sacerdotes de su Pueblo, tiene que cubrir su desnudez.
Es decir al hacer esto, nos está contando Juan, que Pedro, acepta, a  Jesús por su Dios y Señor, pero no otro dios, el mismo Dios, por eso “oye”, “Es el Señor”

La verdad es más sencilla





La Verdad es más sencilla
“Yo creo en el Evangelio, no en Catalina de Emmerich,  Jesús no se apareció en el huerto de los Olivos radiante, y, sudando sangre, que manía con negar la Encarnación, ni, dijo que aunque predicara otros 33 años, no bastaría para  arreglar, para evitar lo que tenía que sufrir del jueves al viernes (de aquí a mañana); y, no lo siento por la buena señora, pero no, nos dejó esa frase para meditar, porque no está en el Evangelio;   lo que nos dejo fue algo mucho más grande, que tanto nos amó a cada uno, el Verbo de Dios, que no desdeño hacerse uno de nosotros, sólo el pecado que nos habíamos añadido nosotros, no se añadió así, pero llego al máximo,  a cargar con ellos, a pedir perdón como si fueran suyos; sintió miedo a la muerte, y, no era un hombre brillante, era humanamente un deshecho humano,  uno ante el cual se oculta el rostro, tembloroso, lloroso, sudando sangre que manchaba su cara, de rodillas ante Dios, al que sabe su Padre, pero ante él que se ve, como una criatura, porque también lo es indefensa, como un condenado a muerte, pidiendo a Dios lo aparte del aquel Cáliz, pero aceptando la voluntad divina, este es el Jesús que adoró, al que quiero seguir, mi Hermano, mi Redentor, mi Modelo, él de Catalina de Enmerich, de cuya santidad no dudo, pues la ha proclamado la Iglesia, no me vale, porque La Encarnación no fue un disfraz, el Verbo en verdad se hizo Hombre y para siempre
Por ello en lugar de tanta revelación privada, que como lectura no está mal, mejor los Evangelios, La Escritura  cuya verdad la asegura el Espíritu Santo



lunes, 27 de febrero de 2017

La prueba de Abraham





La prueba de Abraham, sacarle el motivo de su esperanza, y, siguió esperando
Abraham es ejemplo de Fe viva, pero yo creo que aún lo es más de esperanza
Dios le manda salir de su pueblo, de su seguridad, con la promesa de una gran descendencia, de un pueblo que surgirá del; pero pasan los años, sigue siendo un nómada, y no hay hijo del que pueda nacer el pueblo
Abraham, todavía Abram, sigue esperando, otro hubiera tornado a Ur
Nace Ismael de su esclava, “madre de alquiler forzado de la época”
Dios irrumpe de nuevo, y le anuncia que va ser padre por Sarai, que será Sara, ya mayor, fuera de la edad de concebir
Abraham vuelve a firmar otro cheque en blanco a Dios, espera el milagro, y el milagro se realiza, nace Isaac
Dios le dice que ceda a los deseos de Sara, y eche a Ismael y a su madre, ´-el los cuidará, Abraham sabe, que puede morir Isaac, y se quedaría sin ningún hijo, pero obedece
Dios le pide una muestra de Amor, vamos Dios no pide burrada, Abraham siente con la mentalidad que le rodea, que debe darle todo a Dios, su hijo único, todo lo que tiene, espera que Dios se lo devuelva, por eso dice a sus criados, “yo y el niño vamos adorar, esperar que volvamos”
Abraham espera como su hija María, contra toda esperanza

Y Dios no defraudo a Abraham, ni defraudo a María, Dios nunca defrauda, nosotros sí, a Dios, y a todos, empezando cada uno por si mismo




Resucitaremos, seremos transformados



Resucitaremos, seres transformados
Todos resucitaremos gloriosamente, salvo que nos empeñemos en lo contrario, y la resurrección implica transformación, no se trata de zombis, se trata de personas, vivas en plenitud, vivas de verdad, porque la muerte no tiene dominio sobre ellas; vivas, y por ende transformadas
Cómo será esa transformación, sólo lo sabe Dios, las propiedades de los cuerpos gloriosos, mejor olvidarlas, porque un cuerpo glorioso nos excede, no hemos visto ninguno, los Apóstoles a Jesús, pero de ahí, poco podemos deducir, si sabemos que nuestro cuerpo, será semejante al suyo; porque participará del mismo
En realidad, ya hemos empezado a resucitar, a ser transformados, empezamos el día de nuestro bautismo, y concluiremos al fin de los tiempos, de nuestro tiempo
Resucitaremos para Dios, no para aquí, entraremos en Dios, que es el Cielo
Cuando un niño nace, quedan restos de lo que él precisaba en el útero, el líquido amniótico que se derrama, la placenta, el cordón umbilical; son restos
También cuando resucitemos quedarán restos, quedan restos  que ya no precisa nuestro cuerpo glorioso, que si es el mismo, pero el mismo que haya alcanzado la altura y la dimensión de Cristo, cuerpo que Dios va tejiendo en nosotros desde nuestro bautismo, cuerpo perfecto a la medida de Dios, cuerpo con un corazón de carne que sólo sabrá amar
En esta transformación y resurrección tenemos que tomar parte, cada vez que volvemos a Dios damos un paso hacia ella, cada vez que le ofendemos, damos un paso hacia lo contrario, hacia el infierno, la muerte eterna
San Pablo dice, que  no podemos ni imaginar lo que Dios nos prepara, no imaginemos pues y confiemos


Ser fiel a la Palabra





Ser fiel a la Palabra
A la Palabra de Dios, pero hay que empezar por ser fiel, a la palabra que uno da, a lo que dice ser
Pasando a  lo segundo
Ser fiel a la Palabra
Es ser fiel a Jesús que es La Palabra
Es ser Fiel a esa Palabra que la contiene, y que sí es la Biblia, pero no sólo la Biblia
La Biblia no fue dictada, nace de la Tradición, que no son las costumbres o tradiciones de los pueblos
La Tradición divino Apostólica
Ser fiel a la Palabra, a la Biblia y la Tradición con mayúsculas
No es tener encuadernados en piel con canto dorado, la Biblia, los Concilios, y los Padres de la Iglesia
No es tener la Biblia abierta
No es hacer cursos de Biblia, ni de historia, o Tradición
No es siquiera orar con la Biblia, y con la Iglesia
Es vivir lo que en ella en su palabra Dios nos revela
Es creerlo
Es pedir perdón cuando no lo hacemos
Es no interpretarla fuera del sentir de La Iglesia Universal en el Tiempo y en el espacio
Eso es amar a Jesús, buscarlo donde esta
Eso es ser fiel a la Palabra



Del pecado a la corrupción. Catequesis Papa Francisco








Del pecado a la corrupción
Viernes 29 de enero de 2016

Fuente: L’Osservatore Romano, ed. sem. en lengua española, n. 5, viernes 5 de febrero de 2016

Una oración por toda la Iglesia, para que jamás caiga del pecado a la corrupción, fue recomendada por el Papa durante la misa celebrada el viernes 29 de enero por la mañana en la capilla de la Casa Santa Marta.
Refiriéndose a la primera lectura —tomada del segundo libro de Samuel (11, 1-4. 5-10. 13-17—, Francisco observó enseguida: «Hemos escuchado el pecado de David, el grave pecado del santo rey David. Porque David es santo, pero también pecador, fue pecador». En efecto, «hay algo que cambia en la historia de este hombre». De hecho, sucedió que «en tiempo de guerra, David mandó a Joab con sus servidores a combatir, y él se quedó en el palacio». Generalmente “él iba a la cabeza del ejército”, pero esta vez su comportamiento fue diferente.
El relato bíblico, explicó el Papa, «nos muestra a un David un poco cómodo, un poco tranquilo, no en el sentido bueno de la palabra». Tanto que «un atardecer, después de la siesta, mientras daba un paseo por la terraza del palacio, ve a una mujer y siente la pasión, la tentación de la lujuria, y cae en el pecado». La mujer era Betsabé, esposa de Urías el hitita. Se trata, pues, de «un pecado». Y Dios, observó Francisco, «lo quería tanto a David».
A continuación, «las cosas se complican, porque, pasado un poco de tiempo, la mujer le hace saber que estaba embarazada». Su marido —recordó el Papa— «combatía por el pueblo de Israel, por la gloria del pueblo de Dios». Mientras que «David traicionó la lealtad de aquel soldado por la patria, traicionó la fidelidad de aquella mujer por su marido, y cayó muy bajo».
Y «cuando tuvo la noticia de que la mujer estaba embarazada —se preguntó el Pontífice—, ¿qué hizo? ¿Fue a rezar, a pedir perdón?». No, se quedó «tranquilo» y se dijo a sí mismo: «saldré adelante». Así, convocó «al marido de la mujer y lo hizo sentir importante». Se lee en el pasaje bíblico que David «le preguntó cómo estaban Joab y la tropa, y cómo iba la guerra».
En suma, «una pincelada de vanidad para hacerlo sentir un poco importante». Y después, al darle las gracias, «le hizo dar un hermoso obsequio», recomendándole que fuera a su casa a descansar. De este modo, David «quería cubrir el adulterio: aquel hijo habría sido hijo del marido de Betsabé».
Pero «este hombre —prosiguió el Papa— era una persona de ánimo puro, tenía un gran amor y no fue a su casa: pensó en sus compañeros, pensó en el arca de Dios bajo las tiendas, porque llevaban el arca, y pasó la noche con sus compañeros, con los siervos, y no fue enseguida donde su mujer». Así, «cuando le avisaron a David —porque conocían la historia, los rumores circulaban—, ¡imaginaos!».
He aquí, entonces, que «David lo invitó a comer y beber con él, preguntándole —y aquí el texto es algo reducido— “pero, ¿por qué no has ido a tu casa?”». Y la respuesta del hombre noble es: «¿Podría permitirme, mientras mis compañeros están bajo las tiendas, el arca de Dios está bajo una tienda, en lucha contra los enemigos, ir mi casa a comer, a beber, a acostarme con mi mujer? ¡No! Esto no puedo hacerlo». Y así «David lo hizo volver, le dio de comer y beber otra vez y lo hizo emborrachar». Pero «Urías no volvió a su casa: pasó la segunda noche con sus compañeros».
Por tanto, prosiguió el Papa, «David se encontraba en dificultad, pero pensó para sí: “Pero no, lo lograré”». Y así «escribió una carta, como hemos escuchado: “Poned a Urías al mando, frente a la batalla más dura, después retiraos detrás de él para que sea herido y muera”». En pocas palabras, se trata de una «condena a muerte: este hombre fiel —fiel a la ley, fiel a su pueblo, fiel a su rey— es condenado a muerte».
«Me pregunto —confió Francisco– leyendo este pasaje: ¿dónde está aquel David, muchacho valiente, que sale al encuentro del filisteo con su honda y cinco piedras, y le dice: “Mi fuerza es el Señor”? No, no son las armas. Tampoco las armas de Saúl andaban bien para él».
«Es otro David», destacó el Papa. En efecto, «¿dónde está aquel David que, sabiendo que Saúl quería matarlo, dos veces tuvo la oportunidad de matar al rey Saúl, y dijo: “No, no me permito tocar al ungido del Señor”?». La realidad, explicó Francisco, es que «este hombre cambió, este hombre se reblandeció». Y, añadió, «me viene a la mente un pasaje del profeta Ezequiel, capítulo 16, versículo 15, cuando Dios habla a su pueblo como un esposo a su esposa, y dice: “Pero después de que te di todo esto, te ufanaste de tu belleza y, aprovechando de tu fama, te has prostituido. Te has sentido segura y te has olvidado de mí”».
Y es precisamente «lo que sucedió con David en aquel momento», insistió Francisco: «El grande, el noble David se sintió seguro, porque el reino era fuerte, y pecó así: pecó de lujuria, pecó de adulterio y también asesinó injustamente a un hombre noble, para cubrir su pecado».
«Este es un momento en la vida de David —hizo ver el Pontífice— que podríamos aplicar a la nuestra: es el paso del pecado a la corrupción». Aquí «David comienza, da el primer paso hacia la corrupción: obtiene el poder, la fuerza. Por eso «la corrupción es un pecado más fácil para todos nosotros que tenemos algún poder, ya sea poder eclesiástico, religioso, económico, político». Y «el diablo nos hace sentir seguros: “Lo lograré”». Pero «el Señor quería tanto a David, tanto que después mandó reflejar su alma: envió al profeta Natán para reflejar su alma; y él se arrepintió, lloró —“he pecado”—, y se dio cuenta de ello».
«Quiero subrayar hoy —reafirmó Francisco— sólo esto: hay un momento en el que la costumbre del pecado o un momento en el que nuestra situación es tan segura y somos bien vistos y tenemos tanto poder, tanto dinero, no sé, tantas cosas». También «a nosotros, sacerdotes, puede sucedernos esto: tanto que el pecado deja de ser pecado y se transforma en corrupción. El Señor siempre perdona. Pero una de las cosas más feas que tiene la corrupción es que el corrupto no tiene necesidad de pedir perdón, no la siente».
El Papa, pues, invitó a rezar «por la Iglesia, comenzando por nosotros, por el Papa, por los obispos, por los sacerdotes, por los consagrados, por los fieles laicos: “Señor, sálvanos, sálvanos de la corrupción. Pecadores, sí, Señor, somos todos, pero corruptos, jamás”». Al Señor, concluyó, «pidámosle esta gracia».





El Amor del Padre por Jesús, antes de crear el mundo



amor del Padre, por Jesús, antes de crear el mundo, cómo
San Pablo nos dice, en su epístola a los filipenses, que Dios nos eligió en Cristo antes de crear el mundo; y añade por este Hijo, por su Amado, hemos recibido la redención el perdón de los pecados
El Evangelio de Juan en el capítulo  17; pone en boca de Jesús estas palabras dirigidas al Padre
“…porque me amaste antes de la creación del mundo”
Cómo es posible que el Padre amase, a Jesús antes de crear el mundo
Porque Dios ya sabía que Jesús iba existir y Dios lo tiene todo presente, cierto, pero eso vale para cada criatura racional, e irracional, de ese modo me amaba a mí; los hechos generales no se constatan
Además Jesús, y, Pablo y otros textos  lo dan como algo que percibió que vivió Jesús
Como todo buen judío, Jesús podía pensar que Dios lo amaba, y desde luego, al ser Dios eterno, lo amaba desde siempre; pero antes de la creación del mundo no existía, y no se ama, lo que no existe
Para que la persona de Jesús fuese amada, tenía que existir, y, existía, porque Jesús dice: “Glorifícame, Padre con la misma gloria, que tuve cerca de Ti, porque me amaste antes de crear el mundo”;  y esto sí que nadie lo puede decir, si Jesús fuese un simple hombre, muy santo, pero sólo hombre estas afirmaciones serían de un loco, de un blasfemo; no, para afirmar eso, tiene que ser cierto; Jesús tenía que existir antes de la creación del mundo, lógicamente el hombre Jesús no; pero su Persona sí, el Verbo, pero no como un ente superior, un ángel, porque no sólo pide al Padre que lo glorifique, con la misma gloria que tuvo cerca del, si no que dice, “glorifica Padre a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a Ti”; y, esto es hacerse igual a Dios, pero como sólo hay  un Dios, es proclamarse el mismo, Dios
La conclusión es clara, Jesús es Dios como el Padre


domingo, 26 de febrero de 2017

Sin el auxilio del Espíritu Santo






Sin el auxilio del Espíritu Santo, estoy desnuda, vencible ante el pecado
Nadie puede decir, Jesús es Señor sin el Espíritu Santo, es decir nadie puede saber, y, aceptar a Jesús como Dios, como el Señor, si el Espíritu santo no lo guía, no lo ilumina, no le da su gracia
La Gracia es como la coraza para vencer al pecado, al mal, por eso sin el Espíritu santo, yo, todos estamos desnudos, indefensos ante el pecado, porque al no saber, saber de saborear quien es Jesús, no podemos seguirlo, lo buscaremos en la tumba, en libros muertos, cuando esta vivo, no le obedeceremos, porque no se obedece a un muerto, no hablaremos con él, formularemos a lo mejor formulas, bonitas, o no, que no, nos importe mucho lo que digan, La Biblia serán un puñado de libros antiguos, no buscaremos ayudar a Jesús servirlo, porque no se sirve ni ayuda a los muertos

Sólo el Espíritu Santo, nos convence de que Jesús vive, es el Señor, entonces todo cambia, todo se ilumina, podemos vencer al pecado, y si nos vence, Jesús nos cura, en sanatorio, llamado confesión

Que no falten en nuestro corazón, en nuestros hogares y en la convivencia civil las tres palabras: permiso, perdón y gracias.Papa Francisco


“Queridos hermanos y hermanas:
La catequesis de hoy quiere ser la puerta de una serie de reflexiones sobre la vida de la familia, la vida real, cotidiana. Sobre esta puerta están escritas tres palabras que ya hemos utilizado otras veces: permiso, gracias, perdón. Más fáciles de decir que de poner en la práctica, pero absolutamente necesarias. Son palabras vinculadas a la buena educación, en su sentido genuino de respeto y deseo del bien, lejos de cualquier hipocresía y doblez”.

Efectivamente, el Papa recordó a San Francisco de Sales que solía decir: “la buena educación ya es media santidad”. Pero aludiendo a la memoria histórica el Pontífice puso en guardia sobre el “formalismo de las buenas maneras”, que puede convertirse en una “máscara” que esconde “la aridez de ánimo y de desinterés por el otro”. De hecho, “el diablo que tienta a Jesús hace alarde de las buenas maneras y cita inclusive las Sagradas Escrituras” advirtió el Papa. “Su estilo aparece como correcto, pero su intento es el de desviar de la verdad del amor de Dios”.

Más íntimo y más profundo es el amor, más respeto exige
“La palabra Permiso nos recuerda que debemos ser delicados, respetuosos y pacientes con los demás, incluso con los que nos une una fuerte intimidad. Como Jesús, nuestra actitud debe ser la de quien está a la puerta y llama”.
Para entrar en la vida del otro aun cuando éste es parte de nuestra vida es necesaria la delicadeza de una actitud no invasiva, que renueva la confianza y el respeto - siguió diciendo Francisco – porque la confianza no autoriza a dar todo por descontado. Por eso cuando nos preocupamos por pedir gentilmente también aquello que tal vez pensamos que podemos pretender, ponemos al amparo el espíritu de la convivencia matrimonial y familiar.
La gratitud, una planta que crece en la tierra de las almas nobles
“Dar las Gracias parece un signo de contradicción para una sociedad recelosa, que lo ve como debilidad. Sin embargo, la dignidad de las personas y la justicia social pasan por una educación a la gratitud. Una virtud, que para el creyente, nace del corazón mismo de su fe”.

Muchas veces oímos decir malas palabras y utilizar malas maneras también públicamente, como si fueran un “signo de emancipación”, pero ésta es “una tendencia que debe ser combatida en el seno mismo de la familia”, porque “si la vida familiar descuida la educación a la gratitud y al reconocimiento, también la vida social lo perderá” argumentó el Papa.
Una palabra difícil y sin embargo tan necesaria
“Finalmente, el Perdón es el mejor remedio para impedir que nuestra convivencia se agriete y llegue a romperse. El Señor nos lo enseña en el Padrenuestro, aceptar nuestro error y proponer corregirnos es el primer paso para la sanación. Esposos, no terminen nunca el día sin reconciliarse”.
Esta palabra difícil pero a la vez tan necesaria, a la vez que nos hace dignos del perdón, dijo el Pastor de la Iglesia Universal, abre el camino para sanar las muchas heridas de los afectos y desgarros en las familias que comienzan cuando se pierde esta palabra preciosa: “En los hogares en los que no se piden disculpas comienza a faltar el aire, y las aguas se estancan”, por eso “¡nunca terminar el día en familia sin hacer las paces!”; basta una caricia, un pequeño gesto, una palabra, y así: “¡la vida será más bella!”
“Que el Señor nos ayude a colocar estas tres palabras en su justo lugar, en nuestro corazón, en nuestra casa, y también en nuestra convivencia civil. Muchas gracias”.
(GM – RV)
(from Vatican Radio)



sábado, 25 de febrero de 2017

La Familia. Papa Francisco


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Con esta catequesis retomamos nuestra reflexión sobre la familia. Después de haber hablado, la última vez, de las familias heridas a causa de la incomprensión de los cónyuges, hoy quisiera detener nuestra atención sobre otra realidad: cómo cuidar a aquellos que, después del irreversible fracaso de su vínculo matrimonial, han comenzado una nueva unión.
La Iglesia sabe bien que una situación tal contradice el Sacramento cristiano. De todos modos, su mirada de maestra viene siempre de un corazón de madre; un corazón que, animado por el Espíritu Santo, busca siempre el bien y la salvación de las personas. He aquí porqué siente el deber, “por amor a la verdad” de “discernir bien las situaciones”. Así se expresaba san Juan Pablo II, en la Exhortación apostólica Familiaris consortio (n. 84), dando como ejemplo la diferencia entre quien ha sufrido la separación y quien la ha provocado. Se debe hacer este discernimiento.
Si luego miramos también estos nuevos lazos con los ojos de los hijos pequeños, los pequeños miran, los niños, vemos aún más la urgencia de desarrollar en nuestras comunidades una acogida real hacia las personas que viven tales situaciones. Por esto, es importante que el estilo de la comunidad, su lenguaje, sus actitudes, estén siempre atentos a las personas, a partir de los pequeños. Ellos son quienes más sufren estas situaciones. Después de todo, ¿cómo podríamos aconsejar a estos padres hacer de todo para educar a los hijos a la vida cristiana, dando ellos el ejemplo de una fe convencida y practicada, si los tenemos alejados de la vida de la comunidad como si fueran excomulgados? No se deben agregar otros pesos a aquellos que ya los hijos, en estas situaciones, ¡ya deben cargar! Lamentablemente, el número de estos niños y jóvenes es de verdad grande. Es importante que ellos sientan a la Iglesia como madre atenta a todos, dispuesta siempre a la escucha y al encuentro.
En estas décadas, en verdad, la Iglesia no ha sido ni insensible ni perezosa. Gracias a la profundización realizada por los Pastores, guiada y confirmada por mis Predecesores, ha crecido mucho la conciencia de que es necesaria una fraterna y atenta acogida, en el amor y en la verdad, a los bautizados que han establecido una nueva convivencia después del fracaso del matrimonio sacramental. en efecto, estas personas no son de hecho excomulgadas, no están excomulgados, y no deben ser absolutamente tratadas como tales: ellas forman parte siempre de la Iglesia.
El Papa Benedicto XVI ha intervenido sobre esta cuestión, solicitando un discernimiento atento y un sabio acompañamiento pastoral, sabiendo que no existen “recetas simples” (Discurso al VII Encuentro Mundial de las Familias, Milán, 2 junio 2012, respuesta n. 5).
De ahí la reiterada invitación de los Pastores a manifestar abiertamente y coherentemente la disponibilidad de la comunidad a acogerlos y a animarlos, para que vivan y desarrollen cada vez más su pertenencia a Cristo, y a la Iglesia: con la oración, con la escucha de la Palabra de Dios, con la frecuencia a la liturgia, con la educación cristiana de los hijos, con la caridad y el servicio a los pobres, con el compromiso por la justicia y la paz.
El ícono bíblico del Buen Pastor (Jn 10, 11-18) resume la misión que Jesús ha recibido del Padre: la de dar la vida por las ovejas. Tal actitud es un modelo también para la Iglesia, que acoge a sus hijos como una madre que dona su vida por ellos. “La Iglesia está llamada a ser siempre la casa abierta del Padre […] Ninguna puerta cerrada. Todos pueden participar de alguna manera en la vida eclesial, todos pueden integrar la comunidad. La Iglesia […] es la casa paterna donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas” (Exort. ap. Evangelii gaudium, n. 47).
Del mismo modo todos los cristianos están llamados a imitar al Buen Pastor. Sobre todo las familias cristianas pueden colaborar con Él cuidando a las familias heridas, acompañándolas en la vida de fe de la comunidad. Cada uno haga su parte asumiendo la actitud del Buen Pastor, que conoce cada una de sus ovejas ¡y a ninguna excluye de su infinito amor! Gracias.
(Traducción del italiano por Mercedes De La Torre - RV)



El matrimonio y la familia, "ternura de Dios" Papa Francisco



Texto completo de la catequesis traducida del italiano
Queridos hermanos y hermanos, ¡buenos días!
En nuestro camino de catequesis sobre la familia tocamos hoy directamente la belleza del matrimonio cristiano. Esto no es simplemente una ceremonia que se hace en la Iglesia, con las flores, el vestido, la foto…El matrimonio cristiano es un sacramento que tiene lugar en la Iglesia y que también hace a la Iglesia, dando comienzo a una nueva comunidad familiar.
Es aquello que el apóstol Pablo resume en su célebre expresión: “Éste es un gran misterio - esto del matrimonio - y yo digo que se refiere a Cristo y a la Iglesia.” (Ef. 5, 32). Inspirado por el Espíritu Santo, Pablo afirma que el amor entre los cónyuges es imagen del amor entre Cristo y la Iglesia. ¡Una dignidad impensable! ¡Pero, en realidad, está inscrita en el designio creador de Dios, y con la gracia de Cristo innumerables parejas cristianas, aún con sus límites, sus pecados, la han realizado!
San Pablo, hablando de la nueva vida en Cristo, dice que los cristianos – todos – están llamados a amarse como Cristo los ha amado, es decir, “sometidos los unos a los otros (Ef. 5, 21), que significa al servicio los unos de los otros. Y aquí introduce la analogía entre la pareja marido-mujer y aquella de Cristo-Iglesia. Es claro que se trata de una analogía imperfecta, pero debemos captar el sentido espiritual que es altísimo y revolucionario y, al mismo tiempo, simple, al alcance de todo hombre y mujer que se confían a la gracia de Dios.
El marido - dice Pablo – debe amar a la esposa “como el propio cuerpo” (Ef. 5, 28); amarla como Cristo “como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella” (v. 25). ¿Pero ustedes maridos que están aquí presentes, entienden esto? Amar a la propia mujer como Cristo ama a la Iglesia. ¡Éstas no son bromas, es serio! El efecto de este radicalismo de la dedicación pedida al hombre, por el amor y la dignidad de la mujer, sobre el ejemplo de Cristo, debe haber sido enorme, en la misma comunidad cristiana.
Este germen de la novedad evangélica, que restablece la originaria reciprocidad de la dedicación y del respeto, ha madurado lentamente en la historia, pero al final ha prevalecido.
El sacramento del matrimonio es un gran acto de fe y de amor: testimonia el coraje de creer en la belleza del acto creador de Dios y de vivir aquel amor que empuja a seguir adelante siempre más allá, más allá de sí mismos y también más allá de la misma familia. La vocación cristiana a amar sin reservas y sin medida es lo que está en la base también del libre consentimiento que constituye el matrimonio.
La misma Iglesia está plenamente involucrada en la historia de todo matrimonio cristiano: se edifica en sus logros y padece en sus fracasos. Pero debemos interrogarnos son seriedad: ¿aceptamos completamente, nosotros mismos, como creyentes y como pastores también, este vínculo indisoluble de la historia de Cristo y de la Iglesia con la historia del matrimonio y de la familia humana? ¿Estamos dispuestos a asumirnos seriamente esta responsabilidad, es decir, que todo matrimonio va en el camino del amor que Cristo tiene a la Iglesia? ¡Esto es grande!
En esta profundidad del misterio de lo creatural, reconocido y restablecido en su pureza, se abre un segundo gran horizonte que caracteriza el sacramento del matrimonio. La decisión de “casarse en el Señor” contiene también una dimensión misionera, que significa tener en el corazón la disponibilidad a hacerse intermediario de la bendición de Dios y de la gracia del Señor para todos. En efecto, los esposos cristianos participan, como esposos, en la misión de la Iglesia. ¡Y se necesita coraje para eso, eh! Por esto cuando yo saludo a los flamantes esposos, digo: “¡He aquí los valerosos!” Porque se necesita coraje para amarse así como Cristo ama a la Iglesia.
La celebración del sacramento no puede dejar afuera esta corresponsabilidad de la vida familiar con respecto a la gran misión de amor de la Iglesia. Y así, la vida de la Iglesia se enriquece cada vez con la belleza de esta alianza nupcial, como también se empobrece cada vez que ésta es desfigurada. ¡La Iglesia, para ofrecer a todos los dones de la fe, del amor y de la esperanza, tiene necesidad también de la valerosa fidelidad de los esposos a la gracia de su sacramento! El pueblo de Dios tiene necesidad de su cotidiano camino en la fe, en el amor y en la esperanza, con todas las alegrías y las fatigas que este camino comporta en un matrimonio y en una familia.
La ruta así está marcada para siempre, es la ruta del amor: se ama como ama Dios, para siempre. Cristo no cesa de cuidar a la Iglesia: la ama siempre, la cuida siempre, como a sí mismo. Cristo no cesa de quitar del rostro humano las manchas y las arrugas de todo tipo. Es conmovedora y tan bella esta irradiación de la fuerza y de la ternura de Dios que se transmite de pareja a pareja, de familia a familia. Tiene razón San Pablo: ¡esto es realmente un “gran misterio”! Hombres y mujeres, suficientemente valientes para llevar este tesoro en los “vasos de barro” de nuestra humanidad. Estos hombres y mujeres, que son así valientes son un recurso esencial para la Iglesia, también para todo el mundo. ¡Dios los bendiga mil veces por esto! Gracias.
(Traducción del italiano: María Cecilia Mutual - RV)
Transmisores de la Bendición de Dios son los esposos, dijo Francisco en la segunda catequesis sobre el matrimonio
2015-05-06 Radio Vaticana


jueves, 23 de febrero de 2017

El Mensaje del Papa Benedicto XVI en La Cuaresma de 2011






Con Cristo sois sepultados en el Bautismo,
con él también habéis resucitado» (cf. Col 2, 12)

 Queridos hermanos y hermanas:
La Cuaresma, que nos lleva a la celebración de la Santa Pascua, es para la Iglesia un tiempo litúrgico muy valioso e importante, con vistas al cual me alegra dirigiros unas palabras específicas para que lo vivamos con el debido compromiso. La Comunidad eclesial, asidua en la oración y en la caridad operosa, mientras mira hacia el encuentro definitivo con su Esposo en la Pascua eterna, intensifica su camino de purificación en el espíritu, para obtener con más abundancia del Misterio de la redención la vida nueva en Cristo Señor (cf. Prefacio I de Cuaresma).
1. Esta misma vida ya se nos transmitió el día del Bautismo, cuando «al participar de la muerte y resurrección de Cristo» comenzó para nosotros «la aventura gozosa y entusiasmante del discípulo» (Homilía en la fiesta del Bautismo del Señor, 10 de enero de 2010). San Pablo, en sus Cartas, insiste repetidamente en la comunión singular con el Hijo de Dios que se realiza en este lavado. El hecho de que en la mayoría de los casos el Bautismo se reciba en la infancia pone de relieve que se trata de un don de Dios: nadie merece la vida eterna con sus fuerzas. La misericordia de Dios, que borra el pecado y permite vivir en la propia existencia «los mismos sentimientos que Cristo Jesús» (Flp 2, 5) se comunica al hombre gratuitamente.
El Apóstol de los gentiles, en la Carta a los Filipenses, expresa el sentido de la transformación que tiene lugar al participar en la muerte y resurrección de Cristo, indicando su meta: que yo pueda «conocerle a él, el poder de su resurrección y la comunión en sus padecimientos hasta hacerme semejante a él en su muerte, tratando de llegar a la resurrección de entre los muertos» (Flp 3, 10-11). El Bautismo, por tanto, no es un rito del pasado sino el encuentro con Cristo que conforma toda la existencia del bautizado, le da la vida divina y lo llama a una conversión sincera, iniciada y sostenida por la Gracia, que lo lleve a alcanzar la talla adulta de Cristo.
Un nexo particular vincula al Bautismo con la Cuaresma como momento favorable para experimentar la Gracia que salva. Los Padres del Concilio Vaticano II exhortaron a todos los Pastores de la Iglesia a utilizar «con mayor abundancia los elementos bautismales propios de la liturgia cuaresmal» (Sacrosanctum Concilium, 109). En efecto, desde siempre, la Iglesia asocia la Vigilia Pascual a la celebración del Bautismo: en este Sacramento se realiza el gran misterio por el cual el hombre muere al pecado, participa de la vida nueva en Jesucristo Resucitado y recibe el mismo espíritu de Dios que resucitó a Jesús de entre los muertos (cf. Rm 8, 11). Este don gratuito debe ser reavivado en cada uno de nosotros y la Cuaresma nos ofrece un recorrido análogo al catecumenado, que para los cristianos de la Iglesia antigua, así como para los catecúmenos de hoy, es una escuela insustituible de fe y de vida cristiana: viven realmente el Bautismo como un acto decisivo para toda su existencia.
2. Para emprender seriamente el camino hacia la Pascua y prepararnos a celebrar la Resurrección del Señor —la fiesta más gozosa y solemne de todo el Año litúrgico—, ¿qué puede haber de más adecuado que dejarnos guiar por la Palabra de Dios? Por esto la Iglesia, en los textos evangélicos de los domingos de Cuaresma, nos guía a un encuentro especialmente intenso con el Señor, haciéndonos recorrer las etapas del camino de la iniciación cristiana: para los catecúmenos, en la perspectiva de recibir el Sacramento del renacimiento, y para quien está bautizado, con vistas a nuevos y decisivos pasos en el seguimiento de Cristo y en la entrega más plena a él.
El primer domingo del itinerario cuaresmal subraya nuestra condición de hombre en esta tierra. La batalla victoriosa contra las tentaciones, que da inicio a la misión de Jesús, es una invitación a tomar conciencia de la propia fragilidad para acoger la Gracia que libera del pecado e infunde nueva fuerza en Cristo, camino, verdad y vida (cf. Ordo Initiationis Christianae Adultorum, n. 25). Es una llamada decidida a recordar que la fe cristiana implica, siguiendo el ejemplo de Jesús y en unión con él, una lucha «contra los Dominadores de este mundo tenebroso» (Ef 6, 12), en el cual el diablo actúa y no se cansa, tampoco hoy, de tentar al hombre que quiere acercarse al Señor: Cristo sale victorioso, para abrir también nuestro corazón a la esperanza y guiarnos a vencer las seducciones del mal.
El Evangelio de la Transfiguración del Señor pone delante de nuestros ojos la gloria de Cristo, que anticipa la resurrección y que anuncia la divinización del hombre. La comunidad cristiana toma conciencia de que es llevada, como los Apóstoles Pedro, Santiago y Juan «aparte, a un monte alto» (Mt 17, 1), para acoger nuevamente en Cristo, como hijos en el Hijo, el don de la gracia de Dios: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle» (v. 5). Es la invitación a alejarse del ruido de la vida diaria para sumergirse en la presencia de Dios: él quiere transmitirnos, cada día, una palabra que penetra en las profundidades de nuestro espíritu, donde discierne el bien y el mal (cf. Hb 4, 12) y fortalece la voluntad de seguir al Señor.
La petición de Jesús a la samaritana: «Dame de beber» (Jn 4, 7), que se lee en la liturgia del tercer domingo, expresa la pasión de Dios por todo hombre y quiere suscitar en nuestro corazón el deseo del don del «agua que brota para vida eterna» (v. 14): es el don del Espíritu Santo, que hace de los cristianos «adoradores verdaderos» capaces de orar al Padre «en espíritu y en verdad» (v. 23). ¡Sólo esta agua puede apagar nuestra sed de bien, de verdad y de belleza! Sólo esta agua, que nos da el Hijo, irriga los desiertos del alma inquieta e insatisfecha, «hasta que descanse en Dios», según las célebres palabras de san Agustín.
El domingo del ciego de nacimiento presenta a Cristo como luz del mundo. El Evangelio nos interpela a cada uno de nosotros: «¿Tú crees en el Hijo del hombre?». «Creo, Señor» (Jn 9, 35.38), afirma con alegría el ciego de nacimiento, dando voz a todo creyente. El milagro de la curación es el signo de que Cristo, junto con la vista, quiere abrir nuestra mirada interior, para que nuestra fe sea cada vez más profunda y podamos reconocer en él a nuestro único Salvador. Él ilumina todas las oscuridades de la vida y lleva al hombre a vivir como «hijo de la luz».
Cuando, en el quinto domingo, se proclama la resurrección de Lázaro, nos encontramos frente al misterio último de nuestra existencia: «Yo soy la resurrección y la vida... ¿Crees esto?» (Jn 11, 25-26). Para la comunidad cristiana es el momento de volver a poner con sinceridad, junto con Marta, toda la esperanza en Jesús de Nazaret: «Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo» (v. 27). La comunión con Cristo en esta vida nos prepara a cruzar la frontera de la muerte, para vivir sin fin en él. La fe en la resurrección de los muertos y la esperanza en la vida eterna abren nuestra mirada al sentido último de nuestra existencia: Dios ha creado al hombre para la resurrección y para la vida, y esta verdad da la dimensión auténtica y definitiva a la historia de los hombres, a su existencia personal y a su vida social, a la cultura, a la política, a la economía. Privado de la luz de la fe todo el universo acaba encerrado dentro de un sepulcro sin futuro, sin esperanza.
El recorrido cuaresmal encuentra su cumplimiento en el Triduo Pascual, en particular en la Gran Vigilia de la Noche Santa: al renovar las promesas bautismales, reafirmamos que Cristo es el Señor de nuestra vida, la vida que Dios nos comunicó cuando renacimos «del agua y del Espíritu Santo», y confirmamos de nuevo nuestro firme compromiso de corresponder a la acción de la Gracia para ser sus discípulos.
3. Nuestro sumergirnos en la muerte y resurrección de Cristo mediante el sacramento del Bautismo, nos impulsa cada día a liberar nuestro corazón del peso de las cosas materiales, de un vínculo egoísta con la «tierra», que nos empobrece y nos impide estar disponibles y abiertos a Dios y al prójimo. En Cristo, Dios se ha revelado como Amor (cf. 1 Jn 4, 7-10). La Cruz de Cristo, la «palabra de la Cruz» manifiesta el poder salvífico de Dios (cf. 1 Co 1, 18), que se da para levantar al hombre y traerle la salvación: amor en su forma más radical (cf. Enc. Deus caritas est, 12). Mediante las prácticas tradicionales del ayuno, la limosna y la oración, expresiones del compromiso de conversión, la Cuaresma educa a vivir de modo cada vez más radical el amor de Cristo. El ayuno, que puede tener distintas motivaciones, adquiere para el cristiano un significado profundamente religioso: haciendo más pobre nuestra mesa aprendemos a superar el egoísmo para vivir en la lógica del don y del amor; soportando la privación de alguna cosa —y no sólo de lo superfluo— aprendemos a apartar la mirada de nuestro «yo», para descubrir a Alguien a nuestro lado y reconocer a Dios en los rostros de tantos de nuestros hermanos. Para el cristiano el ayuno no tiene nada de intimista, sino que abre mayormente a Dios y a las necesidades de los hombres, y hace que el amor a Dios sea también amor al prójimo (cf. Mc 12, 31).
En nuestro camino también nos encontramos ante la tentación del tener, de la avidez de dinero, que insidia el primado de Dios en nuestra vida. El afán de poseer provoca violencia, prevaricación y muerte; por esto la Iglesia, especialmente en el tiempo cuaresmal, recuerda la práctica de la limosna, es decir, la capacidad de compartir. La idolatría de los bienes, en cambio, no sólo aleja del otro, sino que despoja al hombre, lo hace infeliz, lo engaña, lo defrauda sin realizar lo que promete, porque sitúa las cosas materiales en el lugar de Dios, única fuente de la vida. ¿Cómo comprender la bondad paterna de Dios si el corazón está lleno de uno mismo y de los propios proyectos, con los cuales nos hacemos ilusiones de que podemos asegurar el futuro? La tentación es pensar, como el rico de la parábola: «Alma, tienes muchos bienes en reserva para muchos años... Pero Dios le dijo: “¡Necio! Esta misma noche te reclamarán el alma”» (Lc 12, 19-20). La práctica de la limosna nos recuerda el primado de Dios y la atención hacia los demás, para redescubrir a nuestro Padre bueno y recibir su misericordia.
En todo el período cuaresmal, la Iglesia nos ofrece con particular abundancia la Palabra de Dios. Meditándola e interiorizándola para vivirla diariamente, aprendemos una forma preciosa e insustituible de oración, porque la escucha atenta de Dios, que sigue hablando a nuestro corazón, alimenta el camino de fe que iniciamos en el día del Bautismo. La oración nos permite también adquirir una nueva concepción del tiempo: de hecho, sin la perspectiva de la eternidad y de la trascendencia, simplemente marca nuestros pasos hacia un horizonte que no tiene futuro. En la oración encontramos, en cambio, tiempo para Dios, para conocer que «sus palabras no pasarán» (cf. Mc 13, 31), para entrar en la íntima comunión con él que «nadie podrá quitarnos» (cf. Jn 16, 22) y que nos abre a la esperanza que no falla, a la vida eterna.
En síntesis, el itinerario cuaresmal, en el cual se nos invita a contemplar el Misterio de la cruz, es «hacerme semejante a él en su muerte» (Flp 3, 10), para llevar a cabo una conversión profunda de nuestra vida: dejarnos transformar por la acción del Espíritu Santo, como san Pablo en el camino de Damasco; orientar con decisión nuestra existencia según la voluntad de Dios; liberarnos de nuestro egoísmo, superando el instinto de dominio sobre los demás y abriéndonos a la caridad de Cristo. El período cuaresmal es el momento favorable para reconocer nuestra debilidad, acoger, con una sincera revisión de vida, la Gracia renovadora del Sacramento de la Penitencia y caminar con decisión hacia Cristo.
Queridos hermanos y hermanas, mediante el encuentro personal con nuestro Redentor y mediante el ayuno, la limosna y la oración, el camino de conversión hacia la Pascua nos lleva a redescubrir nuestro Bautismo. Renovemos en esta Cuaresma la acogida de la Gracia que Dios nos dio en ese momento, para que ilumine y guíe todas nuestras acciones. Lo que el Sacramento significa y realiza estamos llamados a vivirlo cada día siguiendo a Cristo de modo cada vez más generoso y auténtico. Encomendamos nuestro itinerario a la Virgen María, que engendró al Verbo de Dios en la fe y en la carne, para sumergirnos como ella en la muerte y resurrección de su Hijo Jesús y obtener la vida eterna.
Vaticano, 4 de noviembre de 2010
BENEDICTUS PP. XVI

 © Copyright 2010 - Libreria Editrice Vaticana


Lo que dijo el Papa Francisco en la Cuaresma de 2014




Texto completo del Mensaje del Papa Francisco para la Cuaresma 2014:

Se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (cfr. 2 Cor 8, 9)

Queridos hermanos y hermanas:
Con ocasión de la Cuaresma os propongo algunas reflexiones, a fin de que os sirvan para el camino personal y comunitario de conversión. Comienzo recordando las palabras de san Pablo: «Pues conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, se hizo pobre por vosotros para enriqueceros con su pobreza» (2 Cor 8, 9). El Apóstol se dirige a los cristianos de Corinto para alentarlos a ser generosos y ayudar a los fieles de Jerusalén que pasan necesidad. ¿Qué nos dicen, a los cristianos de hoy, estas palabras de san Pablo? ¿Qué nos dice hoy, a nosotros, la invitación a la pobreza, a una vida pobre en sentido evangélico?

La gracia de Cristo
Ante todo, nos dicen cuál es el estilo de Dios. Dios no se revela mediante el poder y la riqueza del mundo, sino mediante la debilidad y la pobreza: «Siendo rico, se hizo pobre por vosotros…». Cristo, el Hijo eterno de Dios, igual al Padre en poder y gloria, se hizo pobre; descendió en medio de nosotros, se acercó a cada uno de nosotros; se desnudó, se “vació”, para ser en todo semejante a nosotros (cfr. Flp 2, 7; Heb 4, 15). ¡Qué gran misterio la encarnación de Dios! La razón de todo esto es el amor divino, un amor que es gracia, generosidad, deseo de proximidad, y que no duda en darse y sacrificarse por las criaturas a las que ama. La caridad, el amor es compartir en todo la suerte del amado. El amor nos hace semejantes, crea igualdad, derriba los muros y las distancias. Y Dios hizo esto con nosotros. Jesús, en efecto, «trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de nosotros, en todo semejante a nosotros excepto en el pecado» (Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, 22).


La finalidad de Jesús al hacerse pobre no es la pobreza en sí misma, sino —dice san Pablo— «...para enriqueceros con su pobreza». No se trata de un juego de palabras ni de una expresión para causar sensación. Al contrario, es una síntesis de la lógica de Dios, la lógica del amor, la lógica de la Encarnación y la Cruz. Dios no hizo caer sobre nosotros la salvación desde lo alto, como la limosna de quien da parte de lo que para él es superfluo con aparente piedad filantrópica. ¡El amor de Cristo no es esto! Cuando Jesús entra en las aguas del Jordán y se hace bautizar por Juan el Bautista, no lo hace porque necesita penitencia, conversión; lo hace para estar en medio de la gente, necesitada de perdón, entre nosotros, pecadores, y cargar con el peso de nuestros pecados.


Este es el camino que ha elegido para consolarnos, salvarnos, liberarnos de nuestra miseria. Nos sorprende que el Apóstol diga que fuimos liberados no por medio de la riqueza de Cristo, sino por medio de su pobreza. Y, sin embargo, san Pablo conoce bien la «riqueza insondable de Cristo» (Ef 3, 8), «heredero de todo» (Heb 1, 2).

¿Qué es, pues, esta pobreza con la que Jesús nos libera y nos enriquece? Es precisamente su modo de amarnos, de estar cerca de nosotros, como el buen samaritano que se acerca a ese hombre que todos habían abandonado medio muerto al borde del camino (cfr. Lc 10, 25ss). Lo que nos da verdadera libertad, verdadera salvación y verdadera felicidad es su amor lleno de compasión, de ternura, que quiere compartir con nosotros. La pobreza de Cristo que nos enriquece consiste en el hecho que se hizo carne, cargó con nuestras debilidades y nuestros pecados, comunicándonos la misericordia infinita de Dios.


La pobreza de Cristo es la mayor riqueza: la riqueza de Jesús es su confianza ilimitada en Dios Padre, es encomendarse a Él en todo momento, buscando siempre y solamente su voluntad y su gloria. Es rico como lo es un niño que se siente amado por sus padres y los ama, sin dudar ni un instante de su amor y su ternura. La riqueza de Jesús radica en el hecho de ser el Hijo, su relación única con el Padre es la prerrogativa soberana de este Mesías pobre. Cuando Jesús nos invita a tomar su “yugo llevadero”, nos invita a enriquecernos con esta “rica pobreza” y “pobre riqueza” suyas, a compartir con Él su espíritu filial y fraterno, a convertirnos en hijos en el Hijo, hermanos en el Hermano Primogénito (cfr Rom 8, 29).


Se ha dicho que la única verdadera tristeza es no ser santos (L. Bloy); podríamos decir también que hay una única verdadera miseria: no vivir como hijos de Dios y hermanos de Cristo.


Nuestro testimonio
Podríamos pensar que este “camino” de la pobreza fue el de Jesús, mientras que nosotros, que venimos después de Él, podemos salvar el mundo con los medios humanos adecuados. No es así. En toda época y en todo lugar, Dios sigue salvando a los hombres y salvando el mundo mediante la pobreza de Cristo, el cual se hace pobre en los Sacramentos, en la Palabra y en su Iglesia, que es un pueblo de pobres. La riqueza de Dios no puede pasar a través de nuestra riqueza, sino siempre y solamente a través de nuestra pobreza, personal y comunitaria, animada por el Espíritu de Cristo.
A imitación de nuestro Maestro, los cristianos estamos llamados a mirar las miserias de los hermanos, a tocarlas, a hacernos cargo de ellas y a realizar obras concretas a fin de aliviarlas.


La miseria no coincide con la pobreza; la miseria es la pobreza sin confianza, sin solidaridad, sin esperanza.

Podemos distinguir tres tipos de miseria: la miseria material, la miseria moral y la miseria espiritual. La miseria material es la que habitualmente llamamos pobreza y toca a cuantos viven en una condición que no es digna de la persona humana: privados de sus derechos fundamentales y de los bienes de primera necesidad como la comida, el agua, las condiciones higiénicas, el trabajo, la posibilidad de desarrollo y de crecimiento cultural.

 Frente a esta miseria la Iglesia ofrece su servicio, su diakonia, para responder a las necesidades y curar estas heridas que desfiguran el rostro de la humanidad. En los pobres y en los últimos vemos el rostro de Cristo; amando y ayudando a los pobres amamos y servimos a Cristo.

Nuestros esfuerzos se orientan asimismo a encontrar el modo de que cesen en el mundo las violaciones de la dignidad humana, las discriminaciones y los abusos, que, en tantos casos, son el origen de la miseria. Cuando el poder, el lujo y el dinero se convierten en ídolos, se anteponen a la exigencia de una distribución justa de las riquezas. Por tanto, es necesario que las conciencias se conviertan a la justicia, a la igualdad, a la sobriedad y al compartir.
No es menos preocupante la miseria moral, que consiste en convertirse en esclavos del vicio y del pecado. ¡



Cuántas familias viven angustiadas porque alguno de sus miembros —a menudo joven— tiene dependencia del alcohol, las drogas, el juego o la pornografía! ¡Cuántas personas han perdido el sentido de la vida, están privadas de perspectivas para el futuro y han perdido la esperanza! Y cuántas personas se ven obligadas a vivir esta miseria por condiciones sociales injustas, por falta de un trabajo, lo cual les priva de la dignidad que da llevar el pan a casa, por falta de igualdad respecto de los derechos a la educación y la salud.


 En estos casos la miseria moral bien podría llamarse casi suicidio incipiente. Esta forma de miseria, que también es causa de ruina económica, siempre va unida a la miseria espiritual, que nos golpea cuando nos alejamos de Dios y rechazamos su amor. Si consideramos que no necesitamos a Dios, que en Cristo nos tiende la mano, porque pensamos que nos bastamos a nosotros mismos, nos encaminamos por un camino de fracaso. Dios es el único que verdaderamente salva y libera.

El Evangelio es el verdadero antídoto contra la miseria espiritual: en cada ambiente el cristiano está llamado a llevar el anuncio liberador de que existe el perdón del mal cometido, que Dios es más grande que nuestro pecado y nos ama gratuitamente, siempre, y que estamos hechos para la comunión y para la vida eterna. ¡El Señor nos invita a anunciar con gozo este mensaje de misericordia y de esperanza! Es hermoso experimentar la alegría de extender esta buena nueva, de compartir el tesoro que se nos ha confiado, para consolar los corazones afligidos y dar esperanza a tantos hermanos y hermanas sumidos en el vacío. Se trata de seguir e imitar a Jesús, que fue en busca de los pobres y los pecadores como el pastor con la oveja perdida, y lo hizo lleno de amor. Unidos a Él, podemos abrir con valentía nuevos caminos de evangelización y promoción humana.

Queridos hermanos y hermanas, que este tiempo de Cuaresma encuentre a toda la Iglesia dispuesta y solícita a la hora de testimoniar a cuantos viven en la miseria material, moral y espiritual el mensaje evangélico, que se resume en el anuncio del amor del Padre misericordioso, listo para abrazar en Cristo a cada persona. Podremos hacerlo en la medida en que nos conformemos a Cristo, que se hizo pobre y nos enriqueció con su pobreza. La Cuaresma es un tiempo adecuado para despojarse; y nos hará bien preguntarnos de qué podemos privarnos a fin de ayudar y enriquecer a otros con nuestra pobreza. No olvidemos que la verdadera pobreza duele: no sería válido un despojo sin esta dimensión penitencial. Desconfío de la limosna que no cuesta y no duele.


Que el Espíritu Santo, gracias al cual «[somos] como pobres, pero que enriquecen a muchos; como necesitados, pero poseyéndolo todo» (2 Cor 6, 10), sostenga nuestros propósitos y fortalezca en nosotros la atención y la responsabilidad ante la miseria humana, para que seamos misericordiosos y agentes de misericordia. Con este deseo, aseguro mi oración por todos los creyentes. Que cada comunidad eclesial recorra provechosamente el camino cuaresmal. Os pido que recéis por mí. Que el Señor os bendiga y la Virgen os guarde.

Vaticano, 26 de diciembre de 2013

Fiesta de San Esteban, diácono y protomártir