No acostumbrarnos a La Palabra de Dios, que siempre sea novedad. La Biblia no es un libro, ni un conjunto de libros más. Malo cuando un cristiano dice, “yo leí la Biblia” el verbo leer con La Biblia debe ser siempre presente, “yo leo”, es más, yo devoro, yo bebo, yo escucho me pongo a la escucha del que me habla en La Escritura
La Palabra de Dios es infinita, y no se agota en un significado, en una enseñanza, dejando a un lado la revelación pública que nos ayuda a ver La Iglesia, no hay que atar textos, aparte del significado literal a un solo significado, a una sola palabra, o la hacemos letra muerta
Sin descuidar ni rechazar los otros, salvo el contradictorio o herético, escuchar lo que me tiene que decir a mí, como si fuese el primer día, que la leo
Sin forzar el texto, sin leer ni más ni menos, que lo que había decidido, que lo que habías decidido y, aceptar la reprensión, o el elogio, o el cambio de planes, o el mandato o lo que es peor y pasa el 99% el silencio, y uno se queda con la sensación de haber hecho el idiota, ha perdido el tiempo
Hasta que un día, El Espíritu te sorprende del modo menos imaginable, a lo mejor hablando con una persona, puede que hasta no creyente, o recitando una oración, o escuchando una homilía, o solo orando en silencio ante El Sagrario, o la naturaleza, el mar, el río, la montaña, viene la mente el texto lo que Dios te quería decir. Aunque es posible que vuelvas al texto y no lo veas claro, o sí
Pero de lo que se trata es que cada vez, que tomemos la Biblia en la mano, sea para descubrir la novedad de La Palabra viva de Dios, para leer libros antiguos mejor El Quijote, o La Eneida, la Odisea tampoco esta mal. Pero La Biblia es un libro vivo, dulce al paladar pero que quema las entrañas.