martes, 4 de diciembre de 2018

A veces la Esperanza


“A veces la Esperanza…”

A veces la esperanza, y el futuro vienen de quien menos se espera, de quien se intuye despreciable,

Los fariseos del tiempo de Jesús, tenían muchos preceptos unos 800, que habían sacado de un examen minucioso de La Tora, y, la Tanat (profetas).

Uno de ellos un fariseo pregunto a Jesús, cuál era el más importante de todos ellos

Jesús como buen judío educado por una buena judía, respondió

“El primero es, escucha Israel, El Señor nuestro Dios, es el Único Señor, amaras al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas, tus fuerzas, el segundo es semejante a este, amaras a tu prójimo como a ti mismo, de estos dos penden la Ley y los profetas”

El otro pregunto quién era su prójimo esperando que Jesús, le dijese que su pueblo,  su familia los que tenía cerca

Pero Jesús salió con la parábola del buen samaritano

“Un hombre bajaba de Jerusalén a Jérico, posiblemente, sería un buen judío que venía de ofrecer ofrendas en el Templo, en el camino es asaltado, y dejado medio muerto en la cuneta

Lo imagino sin poder hablar ni moverse, pero consciente, pensando y rezando, ve pasar a un sacerdote, al hombre se le acelera el corazón, piensa este va a salvarme, pero el sacerdote piensa, si es una trampa malo, pero sí no lo es, y, está mal herido o muerto, se volverá impuro, habrá de purificarse como ordena La Ley, y, mientras no podrá presentar la ofrenda, El Cielo siempre primero, además a los justos los protege El Señor en su camino, así que algo habrá hecho, y, siguió de largo

Llego un levita, y, el herido se dijo, éste sí, pero el levita pensó igual que el sacerdote y paso de largo

Y, entonces vio venir a un samaritano, a un hereje que daba culto a Dios en Gorazain, que decía que el Mesías podía ser samaritano, que comía alimentos inmundos, y, trataba con gentiles. Y, un estremecimiento lo sacudió se dijo, viene a matarme, y, robarme lo poco que me han dejado, El Cielo lo haga pasar de largo, pero no paso, se acercó le lavo las heridas con aceite y vino, lo vendo, lo subió a su asno, sin importarle fuese judío, en realidad lo eran los dos, Samaria era el Reino del Norte, Israel.

Llego con él a la posada que tenía que ser de un gentil, o de otro samaritano, pues un judío jamás abriría la puerta a un samaritano, dio dos denarios el jornal de dos días al posadero, y, le dijo, cuida de este hombre lo que gastes de más cárgalo a mi cuenta

El posadero acepto, no lo recibía por ser judío

Nada sabemos de la reacción del herido al curarse, si se sintió impuro, por las manos que lo habían tocado, o si por  el contrario dio gracias a su salvador  y, al posadero que habían sido las manos de Dios

Pero fuese cual fuese su reacción el caso fue que tuvo futuro, tuvo esperanza, volvió abrazar a los suyos gracias a un hereje, a uno a quien juzgaba despreciable, y, esto pasa también en nuestra vida, muchas veces viene de quienes menos lo esperamos, de los que no educaron con beaterias, ni piedad, de los que consideramos impíos, herejes, y, hasta ateos, pero en cuyas entrañas hay humanidad y, por eso aman, y, por eso se acercan a cualquier herido, de cuerpo o de alma, por eso son sin saberlo las manos de Dios.