martes, 2 de enero de 2024

La abacería


La abacería.
La abacería, seguro que muchos ya no recuerdan su significado, tenían también otros. Tienda, Colmado, Tasca en las aldeas. Y los grandes “Ultramarinos”; porque vendían los productos que venían de ultramar.
Aún existen algunas, que se van poco a poco reconvirtiendo en supermercados, justo en los que acabaron con ellos.
En estos establecimientos había de todo lo que se puede comer, porque cada cosa tenía su sitio y no se iba vender aceite, con ropa. Tampoco todos los alimentos se vendían allí, el pan era de la panadería y de la plaza de abastos, las verduras sí, pero solo unas pocas, la carne de la carnicería, y la plaza de abastos, el pescado de la pescadería y las plazas de abastos.
Yo recuerdo muchas de mi infancia, algunas desaparecieron hace tiempo, aun queda alguna como “Casa Cuenca” y el “Riojano”, también había “Ultramarinos” para  ricos, no porque fuesen clasistas por los precios
Tengo un especial cariño a dos. “Ultramarinos de Felix Blas”, regentados por un padre y un  hijo, “La tienda de José”, y “La tienda del señor Antonio y su señora Benedita”
Allí acudías a comprar, incluso el aceite a granel, porque hubo una época en que el aceite se vendía también a granel, y el café, el azúcar, el arroz. Lo mismo que el chocolate que se vendía media tableta, o un cuarto; y así sucedía con el turrón.
A mi me encantaban las galletas que en el Ultramarinos de D.Felix y D.Blas su hijo, tenían en una cajas de lata, altisimas y que bajaban de unos estantes que tocaban el techo, compraba, bueno me compraban una peseta, si la moneda nacional, que nos robo el euro; bueno esa es otra historia. Aquellas galletas cuadradas que a veces tomaba solas a la merienda, o con un membrillo que venía en una lata enorme en cuya tapa, había una imagen del Buen Pastor niño, otras con chocolate de “La Vaca”, o de La Campana del Gorriaga. Tenían un sabor especial. Que nada hoy les puede igualar
Pero como esto no va de mí, sigo.
Llegaba la persona que iba a comprar a la tienda, colmado, ultramarinos. Y se acercaba al mostrador el dependiente o el dueño vestidos con un limpio guardapolvos, la saludaba si ya la conocía por su nombre. Porque también era lugar para interesarse unos por otros, y hasta para dejar las llaves, o que los niños merendasen en la trastienda si no iba a haber nadie en casa, cuando venían del colé.
Una vez hecho el saludo, la persona casí siempre una mujer, decía lo que quería, y para qué, y alababa o se quejaba del  mismo producto que había llevado antes, unas veces sí le había gustado, decía que le dieran el mismo, o que le diesen si había otro un poco mejor.
La persona al otro lado del mostrador escuchaba, y respondía, con un me alegro, o lo siento. Porque no prueba este que vino ahora, o, pues bien entonces el mismo. También recomendaba un producto  nuevo por ejemplo queso que acababa de llegar, unos chorizos que colgaban de unas bandas de metal en el mostrador. Etc lo hacía con delicadeza sin ofrecer productos que sabía no podían llevar.
La persona respondía con un ponme un trozo, sí se trataba de queso, o bacalao que también se vendía en trozos y colgaba de grandes clavos en la puerta, y en la parte trasera del mostrador; o ponme unos pocos para probar, si se trataba de chorizos; sí a la persona la acompañaba un niño, el vendedor habría unos tarros enormes llenos de caramelos y le daba un puñado, que la persona agradecía, y mandaba al pequeño dar las gracias.
Sí era una compra muy pesada, se pedía el favor de que te la subieran a casa, y lo hacían los que llamaban “chicos de recados”.
No siempre se pagaba la compra al realizarla, a veces porque no se disponía del dinero en el momento, o porque se prefería hacerlo a la semana, o al mes, pero también  pagando al momento uno podía quedar a deber unos céntimos, que entonces era dinero, como ahora, unas pesetas.
Para ello el dueño de la tienda, tenía unas libretas donde anotaba el nombre de cada cliente, y lo que debía el nombre de lo que había llevado y la fecha
Y, cuando a uno al final no le llegaba para pagar, pues llevaba algo no previsto, o que había subido de precio, decía. “Vale pero apuntemelo”
Y, otro día que iba comprar, a la hora de pagar. No le decía el vendedor, el tendero. “¿Va pagar todo, o solo lo que lleva?” Eso sería indiscreto, sino que simplemente decía. “Doña N, todo” y Doña N. Entendía y decía sí todo entonces arrancaba la hoja de la libreta, sumaba la última compra y se la entregaba, y la persona pagaba, o quedaba a deber otro poco.
Y no faltaban los tenderos que en época de crisis por el motivo que fuera, daban más peso del que cobraban en los alimentos a granel, o se olvidaban de anotar deudas, como el tendero de San Roque, o ofrecían otro producto más barato, incluso los que sí conocían a la familia, no le llevaba después de cerrar algún producto que le iba venir bien, como un trozo de queso, la última parte de un chorizo o salchichón etc.
Eran sitios cálidos, extensión de la familia y el barrio, no como los supers que son fríos y a veces compras lo que no precisas.
Tenían otra cosa también que los hacía especiales.
Todos tenían gato.
Recuerdo y homenaje a las viejas tiendas, colmados, abacerías, y ultramarinos de mi infancia.
Fin