Liberarse de la mirada ajena, del
reconocimiento de los otros, y dejar hacer al Señor
A veces los demás nos oprimen,
nos coartan para obrar con libertad, nos llevan a la hipocresía, ya le paso a Simón
Pedro, se quedó sin palabras ante una criada, tuvo miedo, un miedo tonto, pero
miedo que le hizo negar a su Maestro
A todos nos pasa lo mismo,
también los que creen que no; y, que suele ser a los que más les pasa sólo que
no se dan cuenta
Estamos pendientes para hablar,
para actuar de lo que los otros puedan pensar, del juicio que se van hacer, si
me van a tomar por, o van pensar qué, por si fuera poco no faltan los que
anematizan y deciden que quien obre de
tal o cual modo, está lejos del bien,
del tipo de bien, que él reconoce, a veces incluso, se nos ve como soberbios,
si los que en realidad debían decir, algo no lo dicen, ¿Quién soy yo?, por qué
leo esto, estoy en esto, hago esto
Incluso dentro de la misma
familia se puede encontrar incomprensión
¿Eso para qué te vale, déjate de
eso, no te busques líos?
Qué hacer
Pues mandarlos a todos a paseo,
olvidarse del mundo, no, nos importa, no debe importarme lo que digan o piensen
los otros su juicio sobre mí, como Pablo debo tener la seguridad de que sólo
Dios es mi Juez, dejar que Dios me lleve,
y hacer lo que sé es justo, siempre de su mano
Aunque duelan las críticas, las
burlas y se llore a solas, como Jeremías, como Jesús, que tampoco lo tuvieron
fácil, como los mártires, sin tenerse por mártir por una risita