Acoger a Dios es dejarle que disponga como hizo María, cuando acogió su Palabra
Que disponga libremente, como quiera, según su Voluntad sin decirle, esto no, esto sí
Aceptando lo bueno, lo fácil y lo que no parece bueno, pero que tiene que serlo si viene, del
Pero no ciegamente, no resignadamente, vivamente, libremente, pensando en el corazón, reflexionado ante él, para ver, y, tratar de entender su Voluntad, y, luego sin entender nada, dejarse llevar por él.
Eso hizo María, acepto la Palabra del ángel, dejo que se encarnará en su seno, y, luego dejo que El Espíritu la llevará a casa de Isabel a servirla, y, a proclamar las grandezas del Señor, a esperar que José la acogiera
A lanzarse camino a Belén para cumplir la orden de un rey extranjero aunque el ángel había dicho, “El Señor Dios le dará el Reino de David….Sera llamado Hijo de Dios…
A parir en una cuadra de animales
A escuchar el anuncio extraño de un anciano
A tener que huir al un país extranjero para salvar la vida del hijo que era Hijo de Dios, pero al que Dios no salvaba con ningún hecho milagroso, huir
A verlo crecer como. Chico cualquiera, tan normal, que era demasiado normal
A verlo después en el pueblo si haciendo algunos milagros, pero también rechazado
Por último crucificado, no le llamaron hijo de Dios, lo condenaron a muerte por ello, pero María siguió fiel a Dios, no dudo jamás, no acepto la duda, oraba en su corazón, si se mantuvo fiel, y, pudo orar con los discípulos por La Venida del Don de lo alto
Porque acoger La Palabra no es aceptar lo que agrada, no es acumular frases bonitas, no es rebelarse contra lo que no gusta, ni es aceptar como el perro que da la patita, es amar, al que nos ama, y, eso fue lo que hizo Santa María, La Madre
Que lo meditaba todo en su Corazón, sabiendo que un día lo entendería. Y así acogió al Dios Uno y Trino en su vida