jueves, 25 de febrero de 2021

viejitos


Los viejitos
Los conocí hace tiempo, no voy dar sus nombres porque no me acuerdo, además no es importante
Eran un matrimonio de Santander, de Solares, mayor aunque no podría precisar la edad, ni recuerdo si tenían hijos, creo que sí, pero tampoco es eso lo que importa.

Ella era pequeña menuda, muy menudita, y muy arrugada, con una vida que fue muy dura, estaba muy enamorada de su esposo, era una creyente profunda; con las lagunas formativas de pertenecer a una época en la que a los laicos se nos trataba como cristianos de tercera, tenía miedo de no tener la compañía de su esposo en el Cielo, porque él era ateo, pero ya veréis qué tipo de ateo
Acudía siempre que podía a Misa, observaba pero no imponía el ayuno de las doce horas, no dejaba su rosario, y, sobre todo se ocupaba de los pobres, les daba su pan, su comida aunque se quedase sin èl

El marido parecía más joven aunque era más viejo, odiaba la palabra anciano, pertenecía al grupo de los sabios, no por estudio, por vida, republicano exiliado en Francia, había acabado en un campo del demonio, es decir de Hitler, del que consiguió escapar por las cloacas junto con otros, regreso a España antes de la muerte de Franco, al que no guardaba rencor, porque decía eran cosas de la guerra y de otros tiempos
No creía en Dios, aunque decía que le gustaría, yo creo que sí creía pero no lo sabía, que en quien no creía era en dios, en el dios justiciero y jupiteriano
Su mujer solía mandarlo a comprar pan, más del que precisaban, él cumplía el encargo pues la adoraba, y, cuando iban a comer, resultaba que la buena de la esposa lo había dado a los pobres, entonces él sonreía, y, decía, “bien hecho, dame dinero voy a comprar más”; a veces resultaba que también había dado el dinero a los pobres; entonces tomaba de lo poco con lo que se quedaba para el tabaco, e iba comprar de nuevo el pan
Un día la mujer y no fue el único que lo hizo; dio la comida que tenían para ellos, otro marido le hubiera dicho que mal hecho, él la felicito, la había dado a una familia con niños, y, “hay que hacer bien”; contaba que aquel día habían comido pan con aceite
Acompañaba a su esposa a la iglesia, aunque él como ya dije no fuese creyente, y, cuando ella rezaba el rosario, él guardaba silencio
Dice San Pablo en su 1ª Carta a los Corintios, que el marido infiel, es decir no creyente, se santifica por la esposa creyente; este es un caso claro, este anciano, o este viejo como él quería ser llamado, no odiaba, compartía con los pobres, respetaba la fe de su esposa, y decía que le encantaría creer, y, todo ello porque tenía una esposa que vivía la Fe, pero La Fe viva, o tal vez me equivoque y sea al revés, la esposa podía vivir su Fe, porque su marido, aunque no lo supiese estaba lleno de Dios, creía en él sin saberlo, sólo que en vez de llamarlo Dios, lo llamaba por sus otros nombres, Justicia, Libertad, Amor
En su època el marido era quien mandaba, sí él no quisiera ella hubiera podido hacer muy pocas cosas, y, la mayoría de los maridos cristianos, no consentiría que diese el pan que tenían para comer ellos

Por el tiempo que hace, tuvieron que haber muerto, y, estoy segura aunque por si acaso los recuerdo en la oración, pero estoy segura, de que están o les falta poco para estar en el Cielo, los dos, claro que sí

Sí lo creo porqué eran buenos
Oh no, lo creo porque quien es bueno, es Jesús, y, al Hijo de María y de José, le gustan a su lado, personas como estos viejitos