El agua de la samaritana y el agua de Jesús
En el capítulo IV de San Juan, leemos el relato de la samaritana, la mujer había acudido como todos los días a buscar agua al pozo, allí se encuentra con Jesús.
En el dialogo que se establece entre los dos, Jesús que siendo judío, había tenido el descaro de pedirle agua a una samaritana; cuando era sabido por todos el desprecio con el que los judíos trataba a los samaritanos, a lo largo de ese dialogo, Jesús le dice a la mujer, que si supiera quien es él, sería ella la que le pediría el agua a él
Ella medio en chanza, le dice que donde tiene esa agua; en realidad lo que decía Jesús, parecía un disparate, puesto que acababa de pedirle agua a ella, por qué no bebía de la suya.
La mujer empieza entonces una discusión bíblica teológica, para conocer quién es, remontándose a Jacob, patriarca que recordaba a judíos y samaritanos que todos eran del mismo pueblo, hijos de Abraham
Y, es ahí, donde Jesús va empezar a revelarse, empieza por decirle que el agua que ella va buscar al pozo, es un agua que no calma la sed, no calma para siempre, él que beba del agua que él le dará, ya no tendrá más sed, sino que en su interior surgirá una fuente viva, que salte hasta la eternidad.
La mujer dice que quiere beber siempre de esa agua, y, sigue el dialogo, luego la mujer se va, y, deja sus cántaros
Por qué, había ido por agua, y, no los lleva, y, no los lleva porque en su interior llevaba ya, el Agua de Jesús, esa Agua que es su Amor, su Espíritu Santo, Su Gracia, que en La Cruz, nos dirá el mismo Juan, broto de su Costado herido. El Saber que es no sólo el Mesías esperado, sino el Hijo de Dios, Él Único que puede salvar
La mujer llevaba todo eso en su corazón, ya volvería más tarde por el agua del pozo, ahora llevaba el agua que no se agota.