jueves, 29 de septiembre de 2022

Zadia


Zadia Seddiki, que participa en el EMF: «Su padre está siempre a su lado aunque ya no lo vean»
La mujer y las hijas del embajador italiano en el Congo, asesinado en 2021, participan en el Festival de las Familias con un testimonio sobre la multirreligiosidad en el matrimonio y la superación del luto
Luca Attanasio y Zakia Seddiki se conocieron gracias a unos amigos en común en una pizzería de Casablanca en 2011. Era el día de san Valentín. Allí estaba ella: musulmana, marroquí, trabajadora incansable y volcada en las labores sociales. Y él: católico, italiano, con una carrera diplomática prometedora y toda la ingenuidad bondadosa de los que quieren cambiar el mundo. Fue un flechazo. Vivieron los primeros años de su idílico romance en Roma. En un viaje a Venecia, durante una cena a la luz de las velas, Luca le pidió matrimonio; se casaron un año más tarde.
«Com pertenecíamos a dos religiones diferentes tuvimos varias bodas. ¡Cuatro en total!», recuerda Zakia. Dos civiles, una en el Ayuntamiento de Roma y otra, en la Embajada de Marruecos; una boda religiosa mixta en el pequeño pueblo de Limbiate (norte de Italia) celebrada por un párroco amigo de la familia de Luca, y una ceremonia en Casablanca, con 500 invitados de todos los rincones del mundo. De su historia de amor nacieron tres bellas princesas: Sofía, de 5 años, y las gemelas Lilia y Miral, de 4 años. Los comienzos no fueron fáciles: «Al principio era como estar en una montaña rusa. Veníamos de dos culturas muy diferentes, pero gracias precisamente a esas diferencias de base aprendimos a querernos aún más y a conocernos mejor». Los encuentros que la Comunidad de Taizé organizaba en Francia habían marcado la adolescencia de Luca. Mientras que Zakia había sido educada en la fe musulmana. No ayudaron los prejuicios sociales y las miradas inquisitivas cuando paseaban de la mano por la calle. Por suerte sus respectivas familias siempre los apoyaron, «aunque había diferencias culturales y religiosas». «Al principio, por supuesto, todo era un poco raro. Yo nunca hubiera pensado que me iba a casar con un católico y él nunca habría imaginado casarse con una chica musulmana». Pero Zakia asegura que ambos eran «espíritus libres». «Nuestras religiones, aunque diferentes, nunca han creado problemas. Incluso rezábamos a menudo juntos: ¡Dios es uno y ama a todas sus criaturas!», remarca. Y agrega: «Vivíamos la diversidad religiosa no como un obstáculo, sino como una oportunidad para conocer la cultura del otro». De hecho, la ve como una «gracia», porque ambos pudieron «aprender algo de la sabiduría de la religión del otro». «Parece algo trivial, pero son muchos los aspectos de la vida cotidiana que pueden tener una interpretación diferente según la religión que se practique», indica Zakia, que no duda en que sacaron «lo mejor de cada uno» para transmitir a sus tres pequeñas «valores tan importantes como la paz, la justicia, la fraternidad y, sobre todo, la solidaridad». En este sentido, asegura que solía asistir a la Misa del domingo en la iglesia y que él hacía lo mismo, participando en los ritos islámicos. «Nunca hubo ningún problema con la educación de nuestras hijas ,a las que siempre les leímos tanto la Biblia como el Corán», relata.
En 2017 se mudaron a Kinsasa, capital de la República Democrática del Congo (RDC), donde Luca fue designado como jefe de la misión diplomática. Zakia no se lo pensó dos veces. Lo seguiría hasta el fin del mundo: «Lo importante era estar juntos. Era una necesidad, pero también lo que nos hacía seguir adelante». A los dos años, llegó el nombramiento como embajador. Recién cumplidos los 40, Luca se convirtió en el representante diplomático más joven de Italia. Una misión que vivía sin protocolos ceremoniosos, con las botas de montaña puestas para poder visitar a las comunidades más desfavorecidas del país. Juntos fundaron la asociación Mamá Sofía para sacar a los niños de la calle, con el objetivo de darles una educación y un futuro. La suya fue una vida de heroísmo que acabó truncada el pasado 22 de febrero de 2021 en un crimen que todavía no se ha esclarecido.
Luca viajaba en un convoy del Programa Mundial de Alimentos (PMA) de Naciones Unidas junto al policía italiano Vittorio Iacovacci, de 30 años, y el conductor congoleño Mustapha Milambo, que también fueron asesinados en una brutal emboscada. Habían salido temprano de la ciudad de Goma para visitar una escuela situada en la localidad de Rutshuru, en el noreste del país africano, a la que iban a llevar alimentos.
Las autoridades judiciales italianas siguen investigando las circunstancias en las que se perpetró el ataque en la zona fronteriza con Ruanda, muy peligrosa porque escapaba al control de las autoridades y estaba infestada de grupos rebeldes. Poco después del asesinato, el PMA indicó que se había producido en una carretera previamente controlada. Pero todavía hay muchas preguntas en el aire: ¿por qué no viajaban en un vehículo blindado?, ¿por qué no llevaban una escolta armada?
Hasta Kibumba, un área cercana al lugar del crimen, arrebatada tras intensos combates por el Ejército del Congo a los grupos rebeldes hace pocos meses, iba a trasladarse Francisco en su viaje previsto del 2 al 7 de julio al país y a Sudán del Sur; viaje que ha tenido que ser aplazado por su problema en la rodilla derecha. Allí iba a celebrar una Misa en la que previsiblemente iba a homenajear al joven diplomático. En marzo, el Papa recibió a Zakia junto a sus tres hijas, y a los padres y la hermana de Luca en un salón de Casa Santa Marta en un tierno encuentro: «El Papa bendijo a mi familia y le agradecí todo lo que hace para fomentar el diálogo interreligioso. Hoy la diversidad parece haberse convertido en un obstáculo para la civilización, pero su palabra es un faro que nos guía hacia la fraternidad entre los pueblos». El pasado miércoles volvieron a saludarle en elFestival de las Familias, un evento multitudinario celebrado en el Aula Pablo VI del Vaticano, donde compartieron sus vivencias: «Mi situación es complicada, porque de la noche a la mañana me topé con tener que criar sola a tres niñas. Luca nos enseñó a sonreír siempre a la vida, a no rendirnos nunca, a abrir las puertas de par en par a los más necesitados», señala.
Su muerte fue un desgarro brutal: «A mis hijas les digo cada noche que su padre siempre está a su lado, aunque ya no lo vean». A la angustia y la rabia de los primeros meses le siguieron las ausencias de lo cotidiano. Zakia tiene el alma rota, pero ha gastado todas las lágrimas: «Luca era un soñador, desde que era un niño. Soñaba con un mundo perfecto, como un jardín con mucha gente unida y sin problemas». Su recuerdo es imborrable: a veces le humedece los ojos y en otros momentos, saca su mejor brillo-
Publicado en Alfa y Omega

Historia de amor, convivencia, dialogo inter religioso y entrega de la vida