Hacer de las propias y ajenas heridas ocasión de amor y misericordia.
Sería bueno, saber acoger las heridas propias, y, ajenas no me refiero a heridas físicas, y, hacerlas ocasión de misericordia y amor.
Empezando cada uno por sí mismo, ya que el amor a uno mismo es la regla del amor a los demás, pensar como somos nuestros fallos; no me refiero a pecados, aunque también; sino a imperfecciones, y ver como Dios nos ama igual, o tal vez nos ama más por eso, amarnos y amar a Dios, y, por él con su ayuda buscar mejorar pero no como el empleado que lo hace por el ascenso y la paga que conlleva, no como la esposa que se arregla para el esposo, y, a la inversa, riéndonos de nosotros mismos, cada vez que volvemos a fallar que no conseguimos avanzar, y, respecto al pecado acudir a su misericordia, y, si ya fue perdonado, reírnos del diablo, y, agradecer a Dios
Y, con los demás orar por los que pensamos o sentimos están heridos por el mal, animar a las personas a avanzar a no quedarse quietos, y, ayudarles, hablar a todos los que lo precisen del Dios Amor, del Dios que nos entrega a su Hijo, no del dios justiciero ese era Júpiter y ya se jubilo.