lunes, 26 de diciembre de 2016

Salmo 63 Abundancia en el Desierto, Meditación de Taize

COMUNIDAD DE TAIZÉ

Salmo 63: abundancia en el Desierto

“Dios, tú mi Dios, yo te busco, sed de ti tiene mi alma, en pos de ti languidece mi carne, cual tierra seca, agotada, sin agua.
Como cuando en el santuario te veía, al contemplar tu poder y tu gloria, - pues tu amor es mejor que la vida, mis labios te glorificaban -, así quiero en mi vida bendecirte, levantar mis manos en tu nombre; como de grasa y médula se empapará mi alma, y alabará mi boca con labios jubilosos.    
Cuando pienso en ti sobre mi lecho, en ti medito en mis vigilias, porque tú eres mi socorro, y yo exulto a la sombra de tus alas; mi alma se aprieta contra ti, tu diestra me sostiene.    
Mas los que tratan de perder mi alma, ¡caigan en las honduras de la tierra! ¡Sean pasados al filo de la espada, sirvan de presa a los chacales! Y el rey en Dios se gozará, el que jura por él se gloriará, cuando sea cerrada la boca de los mentirosos”.
Todo ser humano parece estar poseído por un deseo de absoluto que nada puede satisfacer por completo. Esta sed crea un vacío que estamos tentados a llenar con cualquier cosa a nuestro alcance. El miedo a este vacío es quizás la causa de nuestra adicción a demasiadas cosas.
Repetir la experiencia del salmista en el desierto, redescubrir que es Dios quien causa esta sed, es quizás una de las necesidades más urgentes de nuestro tiempo. “Sed de ti tiene mi alma”. En hebreo alma se dice nephesh, garganta. Es nuestra alma la que desea acoger el ruah, el aliento de vida. El alma es, por tanto, el apetito por la vida, la boca que se abre de par en par para recibir. Resulta paradójico que un pueblo que pasó cerca de cuarenta años en el páramo y que debió experimentar una sed dolorosa utilizara este mismo lenguaje para la búsqueda de Dios. Y aún así: Dios quiere ser buscado en la experiencia de ausencia, de carencia.
Afortunadamente, la insatisfacción puede tener un resultado diferente: el vacío se llena con la visión, la contemplación: “En el santuario te veía, al contemplar tu poder y tu gloria”. ¿Por qué habla David del santuario en medio del desierto? ¿Es acaso nostalgia de los años pasados en los que podía sentarse tranquilamente a meditar en la casa de Dios? ¿O tal vez una visión de fe en la cual el desierto mismo se convierte en el locus de la presencia de Dios? Esta segunda interpretación nos abre a perspectivas interesantes: “gloria” en hebreo se dice kabod, que también puede traducirse como “abundancia”. ¡En el desierto, incluso si estoy verdaderamente sediento, he encontrado tu abundancia!
Esta “abundancia” queda expresada por la alabanza que llena la boca del salmista: literalmente “alabará mi boca con labios jubilosos”. El doble plural al principio del versículo enfatiza incluso más la impresión de recibir una generosa porción de vida. ¡Qué contraste entre este versículo y el principio de las súplicas! ¿Cómo pueden lo seco y lo baldío quedar tan dramáticamente transformados?
Quizás lo explique el versículo intermedio: “quiero en mi vida bendecirte”. Bendecir significa comunicar vida. En otras palabras, a través de mi vida (¡vivida en plenitud!) puedo devolverte la vida que tú me has dado. Al experimentar la propia vulnerabilidad, lo frágil de la condición humana, hacemos espacio en nosotros para recibir el don de la vida y así transmitirlo a su vez. Este intercambio se hace realidad en la oración: te devuelvo lo que recibí de ti, y esto me llena de felicidad.
Tras experimentar la abundancia de Dios en medio del desierto, el salmista pone voz a una conmovedora canción de alabanza, usando imágenes maternales que enfatizan la ternura de “su Dios”. “Mi alma se aprieta contra ti”, porque tú vas delante de mí y te enfrentas al peligro por mí. “Yo exulto a la sombra de tus alas” porque “tú eres mi socorro”. “Socorro” es una hermosa palabra: describió el rol de Eva con Adán, y Jesús la usó al hablar del Espíritu Santo a sus discípulos, “yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito (socorro, ayuda, sostén) para que esté con vosotros para siempre” (Juan 14, 16).
En un contexto que parece tan colmado de paz, ¿por qué terminar con palabras tan duras acerca de los enemigos y los mentirosos? Hay en la Biblia una honestidad que nunca olvida que vivimos en un mundo donde la luz y la oscuridad coexisten. Para que la oración sea auténtica, es esencial que exista la libertad para expresar a Dios cualquier cosa. En Dios hay cabida para acogerlo todo; su oído no tiene miedo de escuchar ni siquiera un discurso violento. Será el Espíritu Santo, por medio de su paciente labor, quien llevará a la suavidad del Nuevo Testamento, quien transformará el ardor de la imprecación en perdón.
- ¿Alguna vez he experimentado un vacío interior? ¿Fue positivo o negativo?
- ¿Pueden coexistir la insatisfacción y la alabanza?
- “Encontrar la abundancia en el desierto”: ¿alguna vez me ha ocurrido esto?
Hermano Alois de Taize