COMUNIDAD DE TAIZÉ
Salmo 63: abundancia en el Desierto
“Dios, tú
mi Dios, yo te busco, sed de ti tiene mi alma, en pos de ti languidece mi
carne, cual tierra seca, agotada, sin agua.
Como
cuando en el santuario te veía, al contemplar tu poder y tu gloria, - pues tu
amor es mejor que la vida, mis labios te glorificaban -, así quiero en mi vida
bendecirte, levantar mis manos en tu nombre; como de grasa y médula se empapará
mi alma, y alabará mi boca con labios jubilosos.
Cuando
pienso en ti sobre mi lecho, en ti medito en mis vigilias, porque tú eres mi
socorro, y yo exulto a la sombra de tus alas; mi alma se aprieta contra ti, tu
diestra me sostiene.
Mas los
que tratan de perder mi alma, ¡caigan en las honduras de la tierra! ¡Sean
pasados al filo de la espada, sirvan de presa a los chacales! Y el rey en Dios
se gozará, el que jura por él se gloriará, cuando sea cerrada la boca de los
mentirosos”.
Todo ser humano parece estar poseído por un deseo de
absoluto que nada puede satisfacer por completo. Esta sed crea un vacío que
estamos tentados a llenar con cualquier cosa a nuestro alcance. El miedo a este
vacío es quizás la causa de nuestra adicción a demasiadas cosas.
Repetir la experiencia del salmista en el desierto,
redescubrir que es Dios quien causa esta sed, es quizás una de las necesidades
más urgentes de nuestro tiempo. “Sed de ti tiene mi alma”. En hebreo alma se
dice nephesh, garganta. Es nuestra alma la que desea acoger el ruah, el aliento
de vida. El alma es, por tanto, el apetito por la vida, la boca que se abre de
par en par para recibir. Resulta paradójico que un pueblo que pasó cerca de
cuarenta años en el páramo y que debió experimentar una sed dolorosa utilizara
este mismo lenguaje para la búsqueda de Dios. Y aún así: Dios quiere ser buscado
en la experiencia de ausencia, de carencia.
Afortunadamente, la insatisfacción puede tener un
resultado diferente: el vacío se llena con la visión, la contemplación: “En el
santuario te veía, al contemplar tu poder y tu gloria”. ¿Por qué habla David del
santuario en medio del desierto? ¿Es acaso nostalgia de los años pasados en los
que podía sentarse tranquilamente a meditar en la casa de Dios? ¿O tal vez una
visión de fe en la cual el desierto mismo se convierte en el locus de la
presencia de Dios? Esta segunda interpretación nos abre a perspectivas
interesantes: “gloria” en hebreo se dice kabod, que también puede traducirse
como “abundancia”. ¡En el desierto, incluso si estoy verdaderamente sediento,
he encontrado tu abundancia!
Esta “abundancia” queda expresada por la alabanza que
llena la boca del salmista: literalmente “alabará mi boca con labios
jubilosos”. El doble plural al principio del versículo enfatiza incluso más la
impresión de recibir una generosa porción de vida. ¡Qué contraste entre este
versículo y el principio de las súplicas! ¿Cómo pueden lo seco y lo baldío
quedar tan dramáticamente transformados?
Quizás lo explique el versículo intermedio: “quiero en
mi vida bendecirte”. Bendecir significa comunicar vida. En otras palabras, a
través de mi vida (¡vivida en plenitud!) puedo devolverte la vida que tú me has
dado. Al experimentar la propia vulnerabilidad, lo frágil de la condición
humana, hacemos espacio en nosotros para recibir el don de la vida y así
transmitirlo a su vez. Este intercambio se hace realidad en la oración: te
devuelvo lo que recibí de ti, y esto me llena de felicidad.
Tras experimentar la abundancia de Dios en medio del
desierto, el salmista pone voz a una conmovedora canción de alabanza, usando
imágenes maternales que enfatizan la ternura de “su Dios”. “Mi alma se aprieta
contra ti”, porque tú vas delante de mí y te enfrentas al peligro por mí. “Yo
exulto a la sombra de tus alas” porque “tú eres mi socorro”. “Socorro” es una
hermosa palabra: describió el rol de Eva con Adán, y Jesús la usó al hablar del
Espíritu Santo a sus discípulos, “yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito
(socorro, ayuda, sostén) para que esté con vosotros para siempre” (Juan 14,
16).
En un contexto que parece tan colmado de paz, ¿por qué
terminar con palabras tan duras acerca de los enemigos y los mentirosos? Hay en
la Biblia una honestidad que nunca olvida que vivimos en un mundo donde la luz
y la oscuridad coexisten. Para que la oración sea auténtica, es esencial que
exista la libertad para expresar a Dios cualquier cosa. En Dios hay cabida para
acogerlo todo; su oído no tiene miedo de escuchar ni siquiera un discurso
violento. Será el Espíritu Santo, por medio de su paciente labor, quien llevará
a la suavidad del Nuevo Testamento, quien transformará el ardor de la
imprecación en perdón.
- ¿Alguna vez he experimentado un vacío interior? ¿Fue
positivo o negativo?
- ¿Pueden coexistir la insatisfacción y la alabanza?
- “Encontrar la abundancia en el desierto”: ¿alguna
vez me ha ocurrido esto?
Hermano Alois de Taize