TEXTO COMPLETO DE LA
CATEQUESIS DEL PAPA DEL 21 DE JUNIO
Hermanos:
“Porque Dios nos tenía reservado algo mejor, y no quiso que ellos llegaran a la
perfección sin nosotros. Y por tanto nosotros, rodeados de una multitud
tal de testigos, y habiendo dejado atrás todo el lastre y el pecado que nos
asedia, fijemos la mirada en el iniciador y consumador de nuestra fe, en Jesús,
el que da origen a la fe y la porta a su cumplimiento”. (Hebreos 11, 40, 12,2)
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El
día de nuestro bautismo, se repite para nosotros la invocación a los santos.
Muchos de nosotros en ese momento éramos niños en los brazos de nuestros
padres. Poco antes de recibir el óleo de la unción bautismal como catecúmenos,
símbolo de la fuerza de Dios en la lucha contra el mal, el sacerdote invita a
toda la asamblea a rezar por aquellos que están a punto de recibir el bautismo,
invocando la intercesión de los santos. Esta es la primera vez que en el curso
de nuestra vida, se nos regala la presencia de los hermanos y hermanas
“mayores”- los santos-, que han pasado por nuestro mismo camino, que han vivido
nuestras mismas fatigas, y viven para siempre en el abrazo de Dios. La Carta a
los Hebreos define esta compañía que nos rodea, con la expresión “multitud de
testigos”.(12,1) Así son los santos: una multitud de testigos.
Los
cristianos en el combate contra el mal, no desesperan. El cristianismo cultiva
una confianza inquebrantable: no cree que las fuerzas negativas y disgregantes
puedan prevalecer. La última palabra sobre la historia del hombre, no es el
odio, no es la muerte, no es la guerra. En cada momento de la vida nos asiste
la mano de Dios, y también la discreta presencia de todos los creyentes que “
nos han precedido con el signo de la fe” (Canon Romano). Su existencia nos
demuestra sobre todo que la vida cristiana no es un ideal inalcanzable. Y
además nos conforta: no estamos solos, la Iglesia está compuesta de
innumerables hermanos, a menudo anónimos, que nos han precedido y que por la
acción del Espíritu Santo están involucrados en las vivencias de los que
todavía viven aquí abajo.
La
del bautismo, no es la única invocación a los santos que marca el camino de la
vida cristiana. Cuando los novios consagran su amor en el sacramento del
Matrimonio, viene invocada de nuevo para ellos- en esta ocasión como pareja- la
intercesión de los santos. Y esta invocación es fuente de confianza para los
dos jóvenes que parten hacia el “viaje” de la vida conyugal. Quien ama de
verdad tiene la necesidad y el valor de decir “para siempre”, - para siempre-
,pero también sabe que necesita de la gracia de Cristo y de la ayuda de los
santos, para poder vivir la vida matrimonial para siempre. No como dicen
algunos: “ mientras dure el amor”. No: ¡para siempre!. Si no, es mejor que no
te cases. O para siempre o nada. Por esto, en la liturgia nupcial, se invoca la
presencia de los santos. Y en los momentos difíciles, hace falta el valor para
alzar los ojos al cielo, pensando en tantos cristianos que han pasado por
tribulaciones y han conservado blancos sus vestidos bautismales, lavándolos en
la sangre del Cordero (Ap. 7,14). Así dice el Libro del Apocalipsis.
Dios
no nos abandona nunca: cada vez que le necesitemos, vendrá un ángel suyo a
levantarnos y a infundirnos su consuelo. “Ángeles” que algunas veces tienen un
rostro y un corazón humano, porque los santos de Dios están siempre aquí,
escondidos en medio de nosotros. Esto es difícil de entender y también de
imaginar, pero los santos están presentes en nuestra vida. Y cuando alguien
invoca a un santo o santa, es porque está cerca de él.
También
los sacerdotes custodian el recuerdo de una invocación a los santos pronunciada
sobre ellos. Es uno de los momentos más conmovedores de la liturgia de
ordenación. Los candidatos se echan a tierra, con la cara vuelta hacia el
suelo. Y toda la asamblea, guiada por el Obispo, invoca la intercesión de los
santos. Un hombre, que permanece aplastado por el peso de la misión que se le
confía, pero que al mismo tiempo siente todo el paraíso en sus espaldas, que la
gracia de Dios no faltará, porque Jesús permanece siempre fiel, y por tanto se
puede partir serenos y llenos de ánimo. No estamos solos.
¿Y
qué somos nosotros?. Somos polvo que aspira al cielo. Débiles en nuestras
fuerzas, pero potente el misterio de la gracia que está presente en la vida de
los cristianos. Somos fieles a esta tierra, que Jesús ha amado en cada instante
de su vida, pero sabemos y queremos esperar en la transfiguración del mundo, en
su cumplimiento definitivo, donde finalmente no habrá más lágrimas, ni maldad
ni sufrimiento.
Que
el Señor nos de a todos la esperanza de ser santos. Pero alguno puede
preguntarme: “Padre, ¿se puede ser santo en la vida de todos los días? Si, si
se puede.” ¿Pero esto significa que debemos rezar todo el día?” No, significa
que debes cumplir con tu deber todo el día: rezar, ir a trabajar, cuidar de tus
hijos. Pero todo hecho desde el corazón abierto a Dios, de manera que el
trabajo, también en la enfermedad y el sufrimiento, y en las dificultades; esté
abierto a Dios. Y así podemos hacernos santos. Que el Señor nos de la esperanza
de ser santos. No pensemos que es una cosa difícil, ¡que es más fácil ser
delincuente que santo! No. Podemos ser santos porque el Señor nos ayuda; es Él
quien nos ayuda.
Es
el gran regalo que cada uno de nosotros puede devolver al mundo. Que el Señor nos
de la gracia de creer tan profundamente en Él, que podamos volvernos imagen de
Cristo en este mundo. Nuestra historia necesita “místicos”. Tiene necesidad de
personas que rechazan todo dominio, que aspiran a la caridad y a la
fraternidad. Hombres y mujeres que viven aceptando también una porción de
sufrimiento, porque se hacen cargo de la fatiga de los demás. Y sin estos
hombres y mujeres el mundo no tendría esperanza. Por esto les deseo – y deseo
también para mi mismo- que el Señor nos conceda la esperanza de ser santos.
¡Gracias!
Traducción
del italiano: Isabel Cantos