lunes, 6 de enero de 2025

Epifanía


Palabra de Dios

para la Epifanía del Señor

David Amado Fernández

La fiesta de la Epifanía o manifestación se celebraba en fechas muy tempranas de la Iglesia. En ella se recuerda que quien ha nacido en Belén es el salvador de todos los pueblos. Al mismo tiempo indica que el misterio del Niño Jesús se va desvelando progresivamente. Por eso, junto a la adoración de los Magos, se habla de la manifestación de Jesús cuando fue bautizado en el Jordán, o del primer signo que hizo en Caná de Galilea, e incluso en algunos lugares se recordaba, en esta fiesta, el milagro de la multiplicación de los panes. Jesús aparece como el Salvador de todos los hombres y también desea que nosotros lo vayamos conociendo más profundamente. A él apuntan los astros del cielo que han guiado a los sabios de Oriente: él es el Hijo amado del Padre que viene a establecer una nueva alianza con su sangre y se nos da como alimento en la Eucaristía.

En ese camino que pasa por el pesebre, el término, sin embargo, no se encuentra en Belén. Tras ver al Niño, los Magos volvieron a su casa por otro camino. Podemos, pues, distinguir dos partes. La primera hace referencia a cómo podemos acercarnos al Dios que se ha hecho hombre. El papa Francisco, por ejemplo, ha señalado que los Magos tenían la cabeza hacia lo alto, pero no para quedarse con la mirada fija en el cielo, sino para recorrer un camino. Y no han ahogado las preguntas. Por eso, al llegar a Jerusalén, se preocupan por saber dónde ha nacido el Rey de los judíos, pues han visto su estrella. Frente al inmovilismo, que al final degenera en escepticismo, está la fatiga del camino. Pero frente al activismo sin objetivo está la búsqueda sosegada, que no se avergüenza de preguntar a los que pueden saber más. Los Magos cumplen como hombres al no ahogar las preguntas ni ahorrarse el trabajo.


La primera parte del viaje culmina con el asombro de la adoración. Los Magos vieron en primer lugar detenerse la estrella y entraron en la casa de José. Después, encontraron al Niño con María, su madre. Pequeños detalles que pueden ayudarnos a recordar que también nosotros hemos encontrado a Jesús de esa manera: en la Iglesia y por el testimonio de otros. Los Magos no se quedan paralizados por la alegría, sino que se postran para adorar a Jesús. Nos mantenemos en la alegría en tanto que reconocemos el Amor en el que se encuentra el sentido de todo lo que existe y que, para que podamos amarle, se ha hecho uno de nosotros.

Aquellos hombres abrieron sus cofres. San Francisco de Sales comenta que le ofrecieron a Jesús lo que habían traído de sus países de origen, lo que tenían en aquel momento. Y advierte:

«Hay quienes ofrecen al Señor lo que no poseen. Hijo mío, ¿por qué no eres más devoto? “Lo seré en mi ancianidad”. Pero ¿sabes tú si llegarás a viejo? Otro dice: “Si yo fuese capuchino, ofrecería sacrificios al Señor”. Honra al Señor con lo que tienes. “Si yo fuese rico, daría…” Honra al Señor con tu pobreza. “Si yo fuera santo…” Honra al Señor con tu paciencia. “Si yo fuera doctor…”, honra al Señor con tu sencillez».

«Volvieron a su tierra por otro camino». San Agustín señala que ahí se indica un cambio de vida. Frente a Herodes, que quiere que todo gire en torno a él, con los Magos descubrimos que nuestra vida solo tiene sentido en la relación con Jesús. Él, por el misterio de la encarnación, se ha hecho camino para el hombre. Los Magos vuelven a su tierra, pero de otra manera. Ahora se trata de hacer memoria de lo que han encontrado: en la celebración, en la oración, en la práctica de la caridad, en la vivencia del sufrimiento. Pidamos reconocer esa presencia de Jesucristo para que, unidos a él, lo manifestemos en el camino de la vida con nuestras  buenas obras.