El remordimiento es como una gota de vino, todos sabemos que el vino, si no se cuida, si no se tiene en el sitio adecuado, se acaba por volver vinagre, y ya no sirve como vino, servirá como vinagre, pero no como vino, porque ya no es vino, es vinagre.
Con el remordimiento sucede algo parecido.
Empieza como vino, dolor por haber hecho algo malo, y aunque de entrada es dolor natural, si en vez de encerrarnos en nosotros acudimos a Dios, se convertirá en “ vino bueno” y en vino de alegría, pero si nos encerramos en nuestro caparazón, nos alejará de Dios, e incluso de nosotros y nos llevará a la desesperación o la presunción.
Los dos pecados contra la esperanza y contra el Espíritu Santo
El remordimiento no llevado a Dios, y no transformado en arrepentimiento que lleva el propósito de enmienda
Puede tomar cualquiera de éstos derroteros
O bien uno empieza a pensar que es peor de lo que parece un caso perdido, algo que ya nadie ni Dios puede rescatar; su maldad lo sobrepasa todo, que es un monstruo, él o ella que se creía tan perfecto, y que además esta en medio de monstruos, pues nadie le impidió cometer su culpa, nadie le aviso, y si alguien lo hizo pues lo hizo mal, hasta es posible que uno reconozca que ha actuado mal, pero es que ya no hay remedio, no hay vuelta atrás, no existen los viajes en el tiempo, no se puede deshacer el mal hecho, de ahí surge la desesperación, que en ocasiones puede llevar al suicidio
El otro derrotero es el siguiente
Se empieza igual a verse como un monstruo, pero luego, como uno se quiere, se consuela pensando que al fin y al cabo lo que uno hizo, lo hicieron otros antes, y no son monstruos, que si a uno, le hubiesen ayudado, seguro se habría portado de otro modo, desde luego la postura que tomo en sus circunstancias era la justa, y uno acaba reconociendo que es un modelo, era la ley de Dios la equivocada, y hasta se inventa uno cosas, como la que dice que la que cuenta es el “ último momento” uno cae en la presunción y se hace una persona, sin moral, la caída por la pendiente del mal, se hace casi irreparable
Pero si el remordimiento se lleva a Dios, y nos dejamos perdonar por Él, nos situamos en nuestra verdadera naturaleza y nos vemos como lo que somos, criaturas de Dios, hijos pequeños de Dios, que a veces, más de las que debieran se sueltan de la mano de su padre, y ese es el resultado, pero que Papá siempre esta ahí, para levantar en brazos a su pequeñín y limpiarle la mugre